III

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Y como si el destino le haya querido jugar una broma, Sana también llegó el día siguiente. Y el siguiente a ese. Y toda la puta semana.

Mina se preguntó si lo hacía a propósito, y a pesar de que quiso pensar que no, la sonrisa triunfante que siempre adornaba su rostro cuando la miraba caminar por la cafetería con bandejas entre sus manos, le decía que si. Y lo peor de todo era que nisiquiera podía pedirle explicaciones, porque estaba en horario de trabajo y la señorita Park la mandaría a hacer horas extras si la veía discutiendo con un cliente.

Afortunadamente, ese viernes no abrirían la cafetería y Mina se ahorraría ver la sonrisa de Sana por al menos un día. Pero cuando esa mañana salió de casa para comprar algo para el desayuno, lo que menos esperó fue toparse con ella.

—Tiene que ser una broma —comentó rodando los ojos y caminando lejos de la pelirosa con la bolsa de pan entre sus manos— ¿Qué eres ahora? ¿Una acosadora?

Sana se removió con molestia y posó sus ojos en los de la menor, cruzándose de brazos y bufando con exasperación.

—No eres el centro del universo, Mina —quitó el candado de su bicicleta y se subió luego de dejar su bolsa de papel en el canasto. Se puso el casco y acomodó su sudadera levemente, pero cuando estaba apunto de marcharse del lugar, la pelinegra la detuvo por el brazo—. ¿Qué?

—¿Podemos hablar? —una sonrisa irónica se escapó de los labios de la pelirosa, quien quitó sus manos del manubrio y analizó unos segundos la propuesta de la contraria, mirándola con desconfianza.

Finalmente, volvió sus manos al manubrio y miró por última vez a la japonesa—. No tengo nada que hablar contigo —y comenzando a pedalear, se alejó de la pelinegra mientras fruncía el ceño y presionaba el manubrio entre sus manos.

Sin embargo, Mina se quedó unos segundos más ahí parada, esperando que Nayeon y Jaebum no hayan despertado más temprano de lo usual. Así que cuando llegó a la casa, los padres de la castaña ya se habían marchado y ambos hermanos se encontraban recostados en el sofá con sus pies apoyados en la mesa.

—¡Comida! —exclamó el mayor de todos, tomando la bolsa de pan entre sus brazos y corriendo a la cocina para servirse uno.

—Había cereal, Jaebum —la castaña se acercó a la más alta y besó su mejilla—. Buenos días.

Se sentaron a comer mientras dejaban la televisión encendida, el mayor de vez en cuando demasiado absorto con la película que estaban dando como para comerse el dichoso pan.

—¿Mina? —la voz de Nayeon la sacó de sus pensamientos, poniendo su mano sobre la de ella. La japonesa asintió levemente con la cabeza y miró a su novia con atención—. Te estaba hablando, ¿estás bien?

—Si, tranquila —le sonrió levemente y volvió su atención a la televisión, pero la castaña no le creyó mucho y continuó mirándola hasta que la japonesa cediera—. ¿qué? —preguntó exasperada, la mayor quitando su mano de encima y cruzándose de brazos.

—Nada —terminó de hablar con molestia, tomando las tazas sucias y caminando a la cocina—. Limpiaré esto.

Cuando su cuerpo desapareció por el umbral de la puerta, la japonesa no pudo evitar soltar un suspiro de exasperación.

Genial, ahora ella también está enojada. Pensó mientras terminaba de comerse el pan y camina a su habitación para hacer su cama.

La mañana del sábado fue quizás lo más caótico que tuvo Mina en toda la semana. Mientras Jackson se encargaba de atender los clientes del segundo piso, la japonesa tenia que hacer malabares para llevar los pedidos hacia los clientes. Gracias al cielo que no se le cayó nada al piso.

Además, Nayeon le había mandado probablemente el mensaje más frío que había leído en toda su vida.

"No me esperes para almorzar"

Y lo peor es que la japonesa ya tenía en su mente que Sana iba a ir a la cafetería como los días anteriores, pero para sorpresa de la pelinegra, la pelirosa no hizo aparición en todo el día.

Su turno ya estaba por terminar, así que fue a la sala de descanso para quitarse el delantal y arreglar sus cosas, mientras en su mente ideaba una forma de hacer que Nayeon deje de estar enfadada con ella.

—¿Mina? —la voz de Jisoo resonó en la sala y la japonesa se giró con desconcierto al mismo tiempo en que cerraba su casillero—. Alguien afuera te quiere ver.

Con el ceño fruncido, terminó de arreglar sus cosas y tomó su bolso entre sus manos, despidiéndose rápidamente de Jackson y el resto de trabajadores que todavía tenían que terminar de ordenar sus puestos de trabajo.

Salió al exterior con desorientación, buscando con la mirada algún rostro familiar. Un auto negro totalmente polarizado se acercó hacia su dirección y con sólo leer la patente ya sabía de quién se trataba.

—Entra —la ventanilla del copiloto bajó lentamente y desde el volante se podía divisar la imagen de Akira con su típico traje negro y unos lentes para la vista. Su cabello ahora parecía más canoso que antes y la japonesa se preguntó si siempre había sido así o sólo es un efecto de no haberlo visto en mucho tiempo.

—¿O qué? —preguntó con una sonrisa irónica—¿me vas a mandar a Texas?

El mayor tensó la mandíbula y soltó un suspiro apoyando su frente en el volante, finalmente abriendo la puerta a su lado y mirándola con seriedad.

—Te llevó a tu casa —se ofreció, la japonesa a sabiendas de que eso significaba adentrarse en una conversación que en esos momentos, luego del estrés del trabajo, no quería afrontar. Suspiró de la misma manera en que su padre lo había hecho hace unos segundos y se limitó a subirse, abrochándose el cinturón y clavando su mirada al frente.

Le dió la dirección y se obligó a sí misma no decir palabra durante todo el camino, algo que para su sorpresa no necesitó porque su padre tampoco la forzó a una conversación incómoda.

Cuando el Porsche se estacionó en las afueras de la casa, la pelinegra no dudó en abrir la puerta con rapidez y así despedirse del mayor lo antes posible, pero Akira la tomó levemente de la mano y la miró con preocupación.

—¿Estás bien? —Mina quitó su mano con disgusto y, sonriendo ampliamente, le contestó con toda la frialdad que pudo.

—Mejor que cuando vivía contigo —cerró la puerta del auto con fuerza esperando que alguna pieza del vehículo se haya roto y así su padre tenga que arreglarlo, para luego caminar con rapidez hacia la puerta de la casa, sacando sus llaves y adentrándose a la vivienda sin mirar hacia atrás.

Cuando cerró la puerta detrás de si, apoyó su espalda en ésta y con una mano tapándose la boca, sollozó en silencio mientras lágrimas de impotencia caían por sus mejillas.

Angel » MinayeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora