Desconfianza...

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— ¿Es usted quién me llevará a mi habitación?

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— ¿Es usted quién me llevará a mi habitación?

El hombre es muy alto y en combinación con sus ojos me hace recordar a un cíclope.

Mira te daré un poco de ventaja pregúntale sobre Bardock y si no es un asesino lo dejare estar.
¿Y qué pasará si lo es?
Le daría un escarmiento.
No hagan tratos sin mí.
Kris deberías de hablar antes de que crean que estás más loco de lo que estás.

— Sí. — dice el hombre castaño.

Pregúntale sobre Bardock.

— ¿Por qué ingreso Bardock aquí? — indago con falsa inocencia.

— Tú y él están casi igual de locos, solo que el te gana por mucho. Él incendió su casa con su familia dentro; cuando llegó el día del juicio dijo que no se arrepentía de nada y que si tuviera la oportunidad lo volvería hacer es en pocas palabras un sociópata. Y tú que eres ¿eh? — responde queriéndome intimidar

Yo sólo soy un loco más y ya.

—¿Sabes lo que me gusta hacerle a los locos? — comenta con una sonrisa ladina.

Lo veo sacar una lámpara de electrochoques.

— Aléjese de mí por favor. — le pido retrocediendo.

— Verás aquí no todos son como el doctor Ben. — confiesa.

Hazle caso al niño. — le advierto.

— ¿Qué tienes loquito? — se burla.

Te lo advertí.

No lo hagas por favor.
Ya es muy tarde.
Puedes lastimar a Kris.
No como tú dijiste sólo se cansaría mucho.
No lo hagas.
Ya lo hice.

No sé qué ocurre todo pasa muy rápido, en un momento estoy empujando al enfermero y al otro estamos peleando.

Siento el coraje recorrer mi cuerpo, esa impotencia y ganas de lastimar personas.

Lo siento Kris es por tu bien.

(...)

Despierto estoy en la enfermería hay un doctor en el suelo y yo también estoy en el suelo me levanto o lo intentó porque me siento muy cansado.
Me duele la cabeza y no recuerdo muy bien qué pasó anoche.
Recuerdo el odio recorrerme , las ganas de lastimar y ese peculiar sabor metálico en mi boca.

La puerta está abierta y todos los cajones están desacomodados.

— ¿Kris estás adentro? — pregunta Lizzy desde afuera.

— Estoy aquí. — aseguro.

Entra y se arrodilla junto a mí.

— ¡Dios mío! ¿Qué te pasó? ¿Supiste lo de anoche? — me invade con preguntas.

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