Decreto 1: Todo ser vivo es una víctima potencial

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El viento helado golpeaba su rostro según galopaba en aquella desgastada carroza, obligando a su corcel a acelerar en un intento de no perder el ritmo. Amy volteó a ver a sus espaldas para así distinguir a los elegantes carruajes que ahora la perseguían sin descanso, y liderando estos, estaba él, cual recordatorio de una terrible pesadilla de la cual ahora sólo quería despertar.

Azotó las correas con más fuerza sintiendo su respiración rozar su cuello. No podía regresar, se rehusaba a hacerlo.

La eriza sujetó su costado con una mano, aun sintiendo aquel puntapié que estaba segura había hecho algo más que generar un hematoma sobre su piel.

Amy dirigió su mirada a aquella argolla de oro y diamantes sobre su dedo anular frunciendo el ceño ante ésta. Como pudo quitó la argolla que le demostraba a una comunidad de máscaras e hipocresía que era una dama de sociedad, para así de nuevo ver voltear a ver al erizo verde que ahora exclamaba su nombre en alta voz en un intento de detenerla y hacerla regresar a la mentira social del conformismo conocido como matrimonio.

–¡Toma tu anillo! – vociferó molesta para lanzar la pieza de joyería hacia el erizo verde, quien la vio iracundo ante sus palabras, estremeciéndola ante su fría mirada.

Amy escuchó el relinchar de sus caballos para prestar nuevamente atención delante de ella y ver adelante una curva cerrada.

Sujetó las correas tan bien como pudo para hacerlos virar, pero le fue imposible debido a la velocidad, provocando que su carroza se saliera del camino marcado.

Observó la carroza flotar por unos breves segundos al igual que a sus fieles corceles, y así ver ante ella, el inmenso bosque teñido de blanco gracias al invierno que ahora pintaba las montañas con su manto; por un segundo admiró la belleza frente a ella sin recordar lo que dejaba atrás o la incertidumbre de lo que habría delante.

Todo a su alrededor enmudeció por una fracción de tiempo que pareció eterno, o así fue hasta que la carroza cayó nuevamente sobre la tierra provocando que el golpe la regresara al presente. Amy se sujetó como pudo de las correas mientras sus caballos intentaban correr montaña abajo lo mejor posible. Intentó retomar el control para poder encontrar una forma de regresar al camino de tierra, cuando una de las ruedas de madera se desquebrajó ladeado la carroza para que ésta perdiera el control por completo, chocando así contra uno de los altos pinos del lugar.

La eriza salió volada de la carroza para que su cuerpo fuera amortiguado por una pequeña capa de nieve y rodar montaña abajo para por fin caer de espaldas sobre la fría nieve. Amy abrió sus ojos desorbitados por el golpe, mientras su respiración acelerada dejaba ver su cálido aliento en frío invernal. Se puso de pie con esfuerzo para así ver su vestido rojizo hecha tirones gracias a su abrupta caída.

–Maldición– murmuró para ver pequeñas manchas de sangre tiñendo las mangas blancas de su blusa. Ignoró su adolorido cuerpo para así ver a su alrededor –¿Dónde...– murmuró observando hileras de árboles blancuzcos sin importar la dirección.

Amy elevó su vista al cielo para así ver los últimos rayos del sol desvanecerse tras la montaña y dar entrada a la noche. Tendría no más de treinta minutos antes de que la luz se extinguiera por completo.

Buscó a sus caballos con desespere, pues si bien la carroza ahora sería inservible, al menos los caballos podrían sacarla de la montaña y así dirigirla a lo que esperaba sería un nuevo comienzo. La gran ciudad de Solenna. Un lugar lejos de las montañas, del frío y de su esposo.

–Tengo que irme antes que sea todo...

¡Encuéntrenla! – escuchó Amy a la distancia para distinguir montaña arriba lo que parecía ser pequeños faroles alumbrando su carroza destartalada y a sus corceles. –¡Y tráiganla a mí! – comandó Scourge iracundo.

Bloody RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora