Decreto 4: Los Mortales sólo Sirven como Alimento

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Regresó con la salida del sol a sus espaldas, como siempre. En su mano cinco libros nuevos que leer y planos de diversos tipos que revisar. Sería un largo día el que le aguardaba.

Shadow entró al castillo para distinguir diversos olores en el mismo. Olfateó el ambiente para distinguir algo parecido a humo, generando un mohín de desagrado en él y así cubrir su nariz.

Caminó a prisa en busca de la fuente del olor para guiarse hasta la cocina donde la había dejado y así abrir las puertas con fuerza y ver una nube de humo negro expandirse, comprometiendo su visión. Estiró su mano derecha creando una correntada de viento y así ventilar el lugar, en donde, una vez sin la nube negra, pudo distinguir a la eriza rosa con machas de hollín sobre toda su ropa y cabello.

–¿Qué demonios estás haciendo? – preguntó intentando ocultar su ira.

Amy tosió fuertemente para sacar el último plato que había puesto en el horno y colocarlo sobre la isla en medio de la cocina. –Lo que me pediste– regresó, tosiendo otra vez.

Shadow se acercó para ver lo que parecía un canario negro sobre una bandeja.

–¿Esperas que alimente a mi invitado con carne de cuervo?

–¡Es una perdiz! – se defendió –Pero... creo que estuvo mucho tiempo en el horno– dijo desganada al ver el pequeño tamaño del ave frente a ella.

–¡ESPIO! – clamó Shadow con enfado el nombre del camaleón, quien a los pocos minutos llegó hasta ellos.

–Lord Shadow– saludó en reverencia –Ha regresado.

–¡¿Puedes explicarme qué es todo esto?!

–El resultado del trabajo sin ayuda de la Señorita Amy Rose– explicó inmutable –Así como ella lo solicitó y cito: "No metas tus narices en mis asuntos, puedo hacer esto sola"– refirió para que la eriza lo viera con enfado.

–Maldita sea– bramó Shadow para ver con disgusto a la eriza –¿Podrías ayudarla a limpiar este desastre? – pidió irritado –De ti me encargaré luego– amenazó para verla iracundo.

–Como ordene, Lord Shadow– reverenció.

Amy lo vio salir cual tormenta del lugar, soltando un pesado suspiro. Había pasado toda la noche con un libro de recetas que logró encontrar, pero había sido en vano, no había podido replicar ninguna de las recetas que había leído.

Resopló molesta para así dirigir su mirada al camaleón, quien la veía con una expresión de reproche ante su derrota para que ella lo viera con enfado.

–No me veas así– dijo Espio sin interés para evaluar la cantidad de trabajo por hacer –Tú fuiste la que rechazo la ayuda.

–No necesito caridad– dijo orgullosa –Ni tuya y mucho menos de tu dueña.

–Ellas es mi ama– aclaró –Y para que sepas no era una orden o un acto de caridad– habló el camaleón para ver los postres de índole dudoso.

–¿A no? – dijo la eriza alzando una ceja.

–Te ofrecí mi ayuda para que no destruyeras mi cocina– dijo Espio con un dejo de molestia. La eriza frunció el ceño nuevamente, lista para decirle un par de verdades cuando él interrumpió –Busca una cubeta y un trapeador– ordenó –Yo traeré la escalera.

–¿Escalera?

–Habrá que trapear el techo gracias a tu experimento con el pastel casero– dijo viendo la masa pegada en el cielo sobre ellos –Ahora ve.

Bloody RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora