Capitulo IV

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La boda, una ceremonia íntima en la que sólo estuvieron presentes
las dos familias, tuvo lugar en la iglesia de Saint Jams de Gotham City dos semanas más tarde. A continuación, todos regresaron a la casa de él señor Luthor en Chester villa para celebrarlo en privado.
Lena vivió la ceremonia en un estado de conmoción. No parecía sentir nada. El dolor de ver cómo su abuelo se iba apagando día a día no le permitía pensar claramente en lo que le reservaría el futuro al lado de una mujer que despreciaba.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Kara, mientras entraban en el vestíbulo. Ella dejó el ramo de flores sobre la mesa y permitió que el mayordomo le quitara el chal.
—Estoy perfectamente —respondió con frialdad.
—¿Estás segura? Una novia debería sentirse muy feliz el día de su boda —comentó ella, notando las profundas ojeras y la tristeza que embargaba sus hermosos ojos.
—¿Feliz? ¿Cómo va a ser feliz una novia casándose en estas circunstancias? —replicó Lena.
—Sé que no estás viviendo el momento más feliz de tu vida. Sin embargo, quiero que sepas que, como tu esposa, haré todo lo posible para que seas dichosa a mi lado.
—Qué amable de tu parte —respondió lena, con amargura.
No se molestó en ocultar la ira que había en su voz. ¿Cómo se atrevía Kara a fingir que le importaba? ¿No era ya suficiente que fuera a perder a su abuelo, a quien adoraba, sin tener que soportar encima la odiosa presencia de Kara?
Le dedicó una mirada furiosa. Entonces, se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras. Kara la siguió a cierta distancia. Para su consternación, Lena no había cedido, tal y como había esperado. Se había negado a verla antes de la boda y casi no le había dirigido la palabra desde que abandonaron la iglesia. Suspiró. El futuro no se presentaba muy halagüeño. Sin embargo, se habían casado. Lo único que podían hacer era esforzarse por sacar adelante su matrimonio.

—Pensé que preferirías venir aquí, a la isla, en vez de estar en medio de una multitud —dijo Kara, levantando la voz para que la oyera por encima del helicóptero en el que estaban cruzando el Egeo.
Lena miró hacia abajo. Se veía una isla, con un pequeño puerto y una hermosa mansión pintada de blanco, rodeada de viviendas más pequeñas con las contraventanas pintadas de azul. En otras circunstancias, se había mostrado encantada de estar allí, pero estar en Grecia, en la isla privada de su esposa no significaba nada para ella. Sólo quería estar a solas, pensar, tratar de asimilar el modo tan rápido en el que su mundo se había puesto patas arriba.

Descendieron del helicóptero y comenzaron a subir por un sinuoso sendero desde la playa sobre la que el aparato había aterrizado. Mientras se acercaban a la mansión, vieron que una niña se dirigía hacia ellos y que le entregaba a Lena un ramo de flores silvestres. A pesar de su tristeza, ella sonrió y le dio las gracias a la niña. Contempló las flores y recordó que aquél era el día de su boda. El día más triste de toda su vida. Durante un instante, los ojos se le llenaron de lágrimas. No tenía derecho a sentirse infeliz. Al menos, su abuelo moriría dichoso y eso le importaba más que nada en el mundo. De repente, fue muy consciente de la presencia de Kara, su poderoso cuerpo tan cerca del de ella. Se echó a temblar. ¿Qué vendría a continuación en aquella horrible secuencia de acontecimientos? ¿Qué esperaría Kara de ella como esposa?
Mientras entraban en el enorme vestíbulo de la casa para dirigirse a una terraza con vistas al cerúleo mar, Lena se enfrentó por primera vez a su dilema. Miró a Kara, que estaba hablando con uno de los criados. Parecía un hombre al que nadie contrariaba. Todo el mundo se apresuraba a obedecer sus órdenes. ¿Qué sería lo que querría de ella?
—He pedido champán —le dijo a Lena—. Después, tal vez quieras que te muestre la primera de tus nuevas casas.
—Me siento bastante cansada —replicó ella, sentándose en los coloridos cojines que decoraban un banco de piedra—. Creo que dentro de un minuto me marcharé a descansar. Tal vez una de las doncellas podría mostrarme mi dormitorio.
—Querrás decir nuestro dormitorio —repuso Kara, con firmeza.
—Yo… Creo que debemos hablar sobre eso —susurró Lena, temblando.
—¿De qué hay que hablar? —preguntó kara mientras se recostaba contra la pared.
—Creo que de muchas cosas. —¿Sí?
—Sí. Nosotros… Este es un matrimonio de conveniencia. Tú, por la razón que sea, decidiste que te beneficiaba —le espetó ella, en tono airado—. Yo acepté porque quiero mucho a mi abuelo y no quiero que termine sus días sintiéndose triste y preocupado por mí. No creo que ninguna de esas razones justifique… justifique el hecho de que haya intimidad entre nosotros.
—Entiendo —contestó Kara. No había contado con aquello. Había creído que, cuando estuvieran a solas, las cosas se suavizarían entre ellas— . Creo que hablaremos de todo eso más tarde —añadió, al ver que un criado aparecía con el champán. Tomó la botella y rápidamente llenó las copas, una de las cuales le entregó a Lena—. Por el momento, relajémonos y tomemos una copa. Bienvenida a Agapos. Que seas muy feliz aquí, esposa mía.
Lena realizó un gesto de reconocimiento con la copa. En vez del sorbo que había tenido la intención de tomar, bebió gran parte del contenido de la copa de un solo trago. Necesitaba algo que le ayudara a pasar las próximas horas, los próximos días, las próximas noches…
Kara la observó atentamente. Tendría que contener el deseo que llevaba consumiéndola dos semanas y controlar la poderosa necesidad de poseerla. Ya habría tiempo para eso. Estaba dispuesta a esperar… durante un tiempo. Sin embargo, su paciencia tenía un límite.
Lena estaba pasando por un periodo un poco traumático, causado por la enfermedad de su abuelo. El matrimonio debía de haberle sobrevenido muy inesperadamente. Además, era muy joven y, aparentemente, tenía una experiencia sexual nula o muy escasa. Tal vez tenía miedo. Dependería de Kara que todo transcurriera bien, que su iniciación en la alcoba y sus placeres fuera una experiencia dichosa. Respiró profundamente y se obligó a pensar en otra cosa antes de que su cuerpo la traicionara.
Tres noches después, Kara se sentía mucho menos sumisa.
Lena casi no le había hablado y, cuando lo había hecho, se había mostrado fría y cortés. Se habían pasado varias horas en absoluto silencio en la playa, en el yate y paseando en coche por la isla. Si Kara proponía un plan, ella accedía sin mostrar ningún interés. Con indiferencia. Aquella actitud la estaba volviendo loca. Podría haberse enfrentado a las lágrimas, a la ira, a la pasión… Sin embargo, aquella falta de respuesta y la decisión de Lena de mantenerse todo lo alejada que pudiera de kara era intolerable.

La noche, iluminada por la luz de la luna y adornada por cientos de estrellas, era perfecta para estar con una mujer, pero ella se mostraba firme. ¿Qué era lo que estaba ocurriendo en el interior de la cabeza de su esposa?
—Lena, creo que si hay algo que te molesta, deberías decírmelo. He tratado de acomodarme todo lo que he podido a tus deseos —dijo, pensando en las habitaciones separadas que había tenido que pedirles a los criados que prepararan—, pero creo que me debes una explicación.
—¿Una explicación? Creo que no te debo nada, Kara. Ninguns de las dos debe nada a la otra. Hemos hecho un trato. Se supone que ambas, aunque yo no lo considero así, debemos beneficiamos de este acuerdo. Veo perfectamente las ventajas que te reporta a ti, aunque aún no he conseguido encontrar las que supone para mí.
—¿Es así como ves lo nuestro, simplemente como un acuerdo de negocios?
—Efectivamente y, cuanto antes lo veas tú así, mejor será. ¿Por qué no terminamos esta farsa de luna de miel y regresamos a casa?
—Estamos en casa —replicó kara —.El hogar, de ahora en adelante, será donde residamos. Mis hogares son ahora también los tuyos.
—Tengo que regresar con mi abuelo.
—Muy bien. No tengo objeción en que permanezcamos en Gotham por el momento, pero en nuestra casa.
—Pero…
—No hay peros —le interrumpió kara, llena de autoridad—. Nos quedaremos con mis padres. He dado instrucciones a mis agentes inmobiliarios para que nos busquen una casa para nosotras.
—Yo no quiero ir a la casa de tus padres —musitó Lena entre dientes, tratando de no llorar—. Quiero ir a mi casa, con mi abuelo. ¿Por qué no te vuelves tú a Smallville y…?
Se detuvo a tiempo para no decir «te reúnes con tu amante». Kara no sabía que ella había visto fotos de una tal Lana y suyas en la revista ¡Hola! Su esposa desconocía que lo sabía todo sobre su estilo de vida. Lo que Lena nunca se había imaginado era que aquel estilo de vida le dolía.

CAMAS SEPARADASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora