Capitulo XVI

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—Sí. Debes ir al hospital sin tardanza, mi amor, o podrías perder al
—Oh, no… No, por Dios, no. Deseo tanto a este niño. Yo… —Tranquilízate, Lena. Todo va a salir bien. Llegamos enseguida.
Lena colgó y permaneció completamente inmóvil sobre las almohadas mientras las lágrimas le caían sobre las mejillas.
¿Cómo podía haber sido tan idiota? ¿Por qué no le había dicho a Kara que estaba embarazada? Tal vez ya era demasiado tarde.
Cerró los ojos y trató de tranquilizarse por el bien del bebé, porque aquella diminuta vida que crecía dentro de ella sobreviviera a cualquier precio.
Varios minutos más tarde, oyó pasos en la escalera. Alguien llamó a la puerta.
—Entre.
—Ah, Lena —dijo Eliza, acercándose a toda velocidad a la cama—. Mi pobre niña… Tranquilízate. Iremos contigo al hospital.
—¿Quién más?
—Me temo que tuve que decírselo a Jeremías.
—No importa —susurró ella. De repente, empezó a temerse lo peor—. Creo que ya no importa…
—Tranquila —musitó Eliza—. Estaremos enseguida en el hospital. Estoy segura de que todo saldrá bien, pero, en el futuro, debemos cuidarte mejor.

Kara sintió que su teléfono móvil empezaba a vibrar. Le presentó sus excusas a Cat Grant , una brillante abogada de Metropolis, con la que estaba cenando en un restaurante de la Quinta Avenida. Como había mucho ruido en el interior y casi no podía oír nada, se levantó y salió al exterior.
—Papá, ya puedo oírte. ¿Por qué me llamas cuando son las dos y media de la mañana en Gotham? Todo va bien, ¿verdad?
—Me temo que no, Kara.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó. El miedo se apoderó rápidamente de ella.

—Se trata de Lena.
—¿Qué le ha ocurrido? —gritó.
—En estos momentos la llevan al hospital. Me temo que puede que pierda el niño.
—¿El niño? ¿Qué niño? —preguntó, atónita. Entonces, comprendió— . ¿Quieres decir que está embarazada? —añadió. Una emoción que no había sentido nunca se apoderó de ella.
—Sí. ¿Acaso no lo sabías?
—No, yo… ¿Está bien? Dios mío, ¡qué idiota he sido!
—Ahora tranquilízate, hija, pero creo que deberías tomar el primer avión que salga de Metropolis.
—Por supuesto. Creo que si me marcho inmediatamente al aeropuerto podré tomar el último vuelo del día. Dios, ¿cómo ha podido ocurrir esto?
—Supongo que es lo de siempre —respondió su padre, secamente—. En el futuro, asegúrate de que te ocupes mejor de tu esposa. No comprendo lo que ha estado ocurriendo entre vosotras. Es ridículo.
—Sí, papá. Te lo explicaré todo cuando te vea. Por favor, asegúrate de que ella… de que el niño y ella están bien.
—Lo intentaré. Ahora voy de camino al hospital. Tu madre va en la ambulancia con Lena. Gracias a Dios que confió en ella, sino, no quiero ni pensar en lo que habría ocurrido.
Cortó la llamada y, tras respirar profundamente, regresó al interior del restaurante para explicarle a su amiga lo que ocurría. Sin dudarlo ni un instante, Cat se ofreció a llevarla  al aeropuerto.

Cuando, algún tiempo después, Kara llegó al aeropuerto comprobó lo lentamente que pasa el tiempo cuando uno desea estar en otro lugar. ¿Por qué había tenido que realizar aquel viaje cuando no era absolutamente necesario? ¿Por qué no se imaginó que ocurría algo cuando Lena rechazó la copa de champán que ella le ofreció?
Cuando estuvo en la sala de espera de primera clase, volvió a llamar a su padre.
—¿Cómo va todo? —preguntó—. ¿Está Lena bien?
—Todavía no lo sabemos. Ahora está con el médico, pero no te preocupes. Nosotros permaneceremos a su lado.
—Gracias…

Kara colgó el teléfono y trató de reprimir las repentinas náuseas que se apoderaron de ella al pensar en Lena tumbada en la cama de un hospital, tal vez a punto de perder al bebé. A su bebé, un bebé que habían concebido en uno de esos tórridos momentos de…
Tragó saliva.
No lo había comprendido hasta aquel instante, pero era amor lo que sentía por Lena. Era algo muy diferente de lo que había experimentando por ninguna otra mujer. Sacudió la cabeza y suspiró, aturdida por lo que acababa de comprender. La amaba… Amaba a aquella muchacha, a la que conocía desde hacía tan poco tiempo, a la muchacha que había entrado en su vida y se había adueñado de ella de un modo que a Kara le habría resultado inconcebible hasta hacía muy poco tiempo.
—El vuelo de B. Airways…
Era su vuelo. Agarró el maletín y siguió a los otros pasajeros de camino al avión. Para ella, el aparato nunca podría llegar a Gotham con la suficiente rapidez.
El coche le estaba esperando para llevarla al hospital. Allí, esperando en el pasillo frente a la habitación de Lena, encontró a sus padres.
—Está sedada, pobrecita mía —le dijo su madre.
—¿Está bien? ¿Y el niño? —preguntó Kara, tratando de reprimir la ansiedad que había estado sintiendo toda la noche.
—Me temo que lo ha perdido —respondió su madre, con gran tristeza.
Kara no dijo nada. Se metió las manos en el bolsillo y se volvió para mirar por la ventana. Todo había sido culpa suya. Era culpa suya que Lena hubiera tenido que vivir aquella horrible experiencia sola y triste, cuando ella debía de haber estado a su lado. Lo peor era que todo se había producido por lo ocurrido aquel aciago día con Lana. Si no la hubiera visto, nada de aquello habría pasado. Habían sido probablemente la ansiedad y el estrés a los que había estado sometida lo que habían provocado el aborto.
—¿Puedo entrar a verla? —preguntó, tras darse la vuelta.
—Creo que es mejor que primero hables con el médico —le aconsejó su madre—. Vendrá dentro de unos minutos.
—Sí —afirmó su padre—. Espera a hablar con el médico, Kara. Y en el futuro, espero que te ocupes mejor de tu esposa. Ya no eres una mujer  soltera. Tienes obligaciones. Asegúrate de encargarte mejor de ellas.
Kara no dijo nada. Se limitó a asentir. Su padre tenía razón al castigarla de aquel modo. No había excusa alguna para su ausencia. Debería haberse ocupado de su esposa, haberle explicado lo ocurrido y decirle cómo iban a ser las cosas en el futuro en vez de plegarse a sus deseos. Después de todo, era su esposa y era su deber y su derecho asegurarse de que ella estuviera bien.
Varios minutos más tarde, el doctor hizo acto de presencia.
—Señora Danvers…
—¿Está bien? —preguntó Kara, con los rasgos muy tensos.
—Sí. Está bien. Es joven y tiene buena salud, pero, por supuesto, un aborto nunca resulta fácil para una mujer, aunque éste ocurra en las primeras semanas del embarazo. Está muy disgustada emocionalmente y hará falta mucha paciencia y cuidado por su parte para que supere todo esto. Por supuesto, la mejor solución es otro bebé.
—¿Inmediatamente?
—No, no inmediatamente. Necesitará algunas semanas para superarlo, tanto física como emocionalmente.
—Entiendo. Es culpa mía por no estar aquí.
—No es cierto. Estas desgracias ocurren. No sabemos por qué, pero ocurren. Afortunadamente, no ha afectado en absoluto a su capacidad de tener hijos. Sin embargo, cuando una mujer sabe que está embarazada y ha vivido unos días sabiendo que otro ser crece en su interior, la depresión que la pérdida puede causar es tremenda.
—Lo comprendo. ¿Puedo entrar a verla?
—Sí. No sé si estará despierta, pero debe quedarse con ella. No hablen demasiado sobre el tema hasta que ella esté mejor. En estas cosas siempre se ve implicada una cierta dosis de culpabilidad…
—Gracias, doctor —dijo Kara mientras le estrechaba la mano—. Le agradezco mucho todo lo que ha hecho por mi esposa.
—Me temo que no he hecho nada más que ocuparme del problema. El resto depende de ustedes —afirmó. Apretó el hombro de Kara y, tras estrechar la mano de su padre y su madre, se marchó.

—Nosotros nos marchamos ya, hija. Tu padre está muy cansado y debe descansar. Si le dan el alta a Lena, llévala a casa con nosotros. Ya está bien de que esté sola —dijo Eliza.
—Por supuesto. Idos a casa y descansad un poco —les aconsejó Kara—. Muchas gracias por lo que habéis hecho. Yo… —susurró. Le resultó imposible seguir hablando. Se le había hecho un nudo en la garganta.
—De nada. La consideramos como si fuera una hija —afirmó su madre—. Ocúpate de solucionar los problemas que os separan y no dejes que el orgullo y la estupidez se interpongan en tu camino, hija mía —le aconsejó. Entonces, se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla—. Ya verás como todo sale bien.

Kara abrió con mucho cuidado la puerta de la habitación y observó a Lena. Estaba inmóvil sobre la cama, como una muñeca. Tenía las manos por encima de la sábana. Kara se acercó a la cama y le tomó una de ellas para acariciársela tiernamente. La emoción se apoderó de ella al pensar en todo lo que Lena habría pasado, en lo asustada que habría estado…
Se sentó en el borde de la cama y miró el pálido rostro de su esposa. Apartó la mano de la de ella, temiendo despertarla. Una profunda ternura se había apoderado de kara. Así, tan inmóvil, parecía una niña y, sin embargo, era una mujer. Su mujer. En aquel momento, Kara decidió que jamás la dejaría escapar.
Lena se despertó con una dolorosa sensación en el vientre. Con los ojos cerrados, hizo un gesto de dolor. Entonces, poco a poco, recordó los acontecimientos de la noche anterior. Lentamente, abrió los ojos.
—Lena, amor mío…
Oyó la voz de Kara. Levantó los ojos y la vio a su lado. Había acudido al hospital. Estaba allí. No la había abandonado ni se había quedado en Metropolis tal y como se había temido. Estaba allí, a su lado.
—Estás aquí —susurró.
—Sí, claro que estoy aquí y no tengo intención de marcharme a ninguna parte.
—Siento mucho lo del niño —dijo. Kara le había tomado la mano y se la acariciaba suavemente—. No debería…
—Lena, nada de esto es culpa tuya. —Sí que lo es. Si yo…
—No. No voy a permitir que asumas responsabilidad alguna por esto. Si hay algún culpable, ésa soy yo. Debí de estar ciega para no darme cuenta de lo que te ocurría aquel día en el restaurante. Tal vez tú ibas a decírmelo y yo no…
—Eso ya no importa. Es demasiado tarde…
—Calla. No debes disgustarte. Ya tendremos tiempo de hablar de todo esto cuando estés mejor. Ahora, voy a ver si puedo hablar con el médico para que me diga si te va a dar el alta esta tarde.
Lena asintió y cerró los ojos. Ya no le importaba nada. Sentía una profunda tristeza por el niño que ya nunca tendría entre sus brazos, por aquella pequeña vida que ya se había imaginado… Tendría los ojos azules de Kara y su nariz… Porque estaba segura de que habría sido un niño, habría sido idéntico a su madre.
Las lágrimas se deslizaron por debajo de los párpados cerrados y empezaron a rodarle por las mejillas. Kara la observó, sin saber qué hacer. Lo único que se le ocurrió fue secarle las lágrimas dulcemente con el pulgar. No pudo hacer nada más que decidir que jamás permitiría que ella volviera a sufrir de aquel modo, y mucho menos estando sola.
Lena recibió el alta a primera hora de la tarde. Se sentía muy frágil y dolorida, pero, agradecida por la ayuda de Kara, se metió en el coche. Cuando éste se detuvo delante de la casa de sus suegros, se quedó muy sorprendida.
—Pensé que me ibas a llevar a casa —dijo.
—Esta es tu casa, Lena.
—Pero…
—No hay peros. Vas a quedarte aquí conmigo. Que no se hable más.
—Yo…

Lena estaba a punto de protestar, pero estaba demasiado cansada y cedió sin rechistar. Minutos más tarde, su suegra la llevaba a su dormitorio y la acomodaba personalmente en la cama.
—Necesitas descansar mucho, mi querida Lena —le aconsejó—. Recuerdo cuando esto también me ocurrió a mí… Se lleva mucho de ti, tanto física como emocionalmente.

—Espero no molestar…
—Tonterías. Ahora tú eres parte de esta familia. Es natural que cuidemos de ti —dijo la mujer. Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente—. Procura dormir un poco, querida mía, y no te preocupes. Habrá muchos más hijos en el futuro.

Lena tragó saliva para deshacerse del nudo que se le hizo en la garganta y trató de contener las lágrimas. Asintió.
—No quiero que te preocupes más —añadió Eliza—. Todo se resolverá por si solo.

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