Capitulo XIII

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Cenar con los padres de Kara era, potencialmente, una situación algo embarazosa. ¿Qué pensarían Jeremías y Eliza de todo lo que estaba ocurriendo? Resultaba evidente que las cosas no iban bien entre Kara y ella, dado que vivían separadas. Su suegra había parecido ser una mujer muy tolerante, pero, ¿y Jeremías ? ¿Le expresaría su recriminación por haber abandonado el domicilio conyugal?
Los temores de Lena se vieron aplacados inmediatamente por la cálida recepción que recibió.
—Me alegro mucho de verte, Lena —le dijo Jeremías, con una cálida sonrisa. A continuación, la hizo sentarse a su lado en el sofá—. Te hemos echado de menos, pero debes de estar muy ocupada. Supongo que tendrás mucho que hacer.
—Sí —respondió Lena, agradecida de que el padre de Kara hubiera hecho parecer natural la separación, obligadas por las circunstancias, en vez de por la desavenencia que había entre Kara y ella.
Miró a su suegra de reojo y se preguntó qué le habría dicho a su esposo. De todos, modos, agradeció la discreción de Eliza. Estaba demostrando ser la amiga que le había prometido.
Lena sintió una repentina oleada de afecto hacia ella. No había habido ninguna mujer de edad en su vida desde la muerte de su abuela. No había tenido nadie a quien pedirle consejo. Saber que Eliza era fiel a su palabra le hizo pensar si podría confiarle lo mal que había estado últimamente. Por supuesto, siempre podía ir al médico, pero, por alguna razón, no deseaba hacerlo. Mientras charlaba con el padre de Kara, decidió que lo mejor que podía hacer era dejar que su enfermedad se curara por sí sola.

Kara se mostró encantadora. No dejaba de mirarla, lo que provocó que la joven se sonrojara. Era imposible no recordar lo que ella le había enseñado, lo que había despertado en Lena.
Cuando terminaron de cenar, el ambiente había sido tan agradable que Lena sintió tener que marcharse. Quería mucho a los padres de Kara y agradecía mucho el modo tan afectuoso con el que la habían acogido en la familia. Durante un momento, deseó que todo hubiera salido de un modo diferente…
Como la noche era muy agradable y Chester estaba muy cerca, decidieron ir andando a pesar de que eran casi las diez de la noche. Cuando Kara la agarró por el brazo, Lena se tensó, pero decidió no protestar ante lo que, con toda seguridad, sólo era un gesto de amabilidad. Muy pronto, estuvieron muy cerca de la puerta principal de la casa de Lena.
—¿Te importaría que entrara un momento para que pudiéramos hablar? —le preguntó, con expresión mucho más suave de la que había tenido todo el día—. Sé que estás muy enfadada conmigo y que me lo merezco, pero creo que me debes la cortesía de escuchar mi versión de la historia.
—¿Tiene que ser esta noche? —replicó ella, preguntándose durante cuánto tiempo más podría retrasar aquella inevitable conversación. Ya era suficiente tortura tenerla a su lado, respirar su aroma, un aroma que recordaría mientras viviera.
—¿Por qué no?
Lena comprendió que no iba a ser fácil disuadirla, por lo que terminó cediendo.
—Muy bien. Entra a tomar algo.
—No pareces muy entusiasta al respecto —murmuró, haciendo que ella sonriera muy a su pesar.
—Lo siento. No tenía la intención de parecer tan poco hospitalaria. Esta noche estoy bastante cansada.
—Pareces cansada —afirmó kara mientras subían las escaleras—. ¿Estás segura de que estás bien?
—Sí. Creo que sólo se trata de un virus. Estaré mejor dentro de un par de días. No es nada de lo que haya que preocuparse —dijo ella.
—Espero que no. No quiero que te pongas enferma.
—En realidad, ya no es asunto tuyo —replicó Lena. Abrió la puerta de la casa para que las dos pudieran entrar.
—Sigues siendo mi esposa —repuso Kara—, y, como tal, estás bajo mi protección.
—No seas tan arcaica…
—¿Arcaica? Puede ser, pero te recuerdo que soy tu esposa y que, por lo tanto, tengo derecho a que me informes de tu bienestar.
Estaba frente a ella, observándola atentamente y decidida a no dejarle posibilidad de discusión. A Lena le resultó imposible apartar los ojos de kara, huir de la hipnótica mirada que la inmovilizaba. Antes de que pudiera reaccionar, la mano de Kara le tocó la mejilla, le delineó suavemente los labios… Igual de repentinamente, la tomó entre sus brazos y la besó, obligándola a que abriera los labios, pidiéndola que se plegara a sus deseos.
Durante un momento, Lena se resistió. Le golpeó el pecho con los puños y trató de soltarse. Entonces, la lengua de Kara tocó un punto tan
sensible, tan vulnerable, que ella ya no pudo resistirse más y permitió que kara le acariciara todo el cuerpo, que le cubriera posesivamente la curva del trasero…
—Te deseo —gruñó, cuando levantó la cabeza para tomar aliento—. Dios, no sabes lo mucho que te deseo, Lena. Te he echado tanto de menos… Vamos arriba y terminemos lo que hemos empezado.
—Yo… Creía que querías hablar —susurró ella, tratando de recuperar la compostura.
—Podemos hacerlo después, cuando sea… —replicó kara, sin dejar de empujarla hacia las escaleras.
—No. No, Kara, espera —dijo Lena, con firmeza—. Todo esto resulta tan simple para ti, ¿verdad? Sólo tienes que besarme para que hagamos las paces y volvamos a ser amigos y una familia feliz. Bueno, pues no es tan sencillo. Al menos para mí. No pienso dejar que me conviertas en una especie de alfombra a la que puedas pisotear cuando te plazca. Si querías que estuviéramos juntas, deberías haber resuelto tu vida antes de que nos casáramos, no después.
—Te estás comportando de un modo infantil y rencoroso —replicó kara. No estaba dispuesta a rendirse.
—Tal vez, pero es como me siento.
—¿Y lo del divorcio? Todavía no he recibido ninguna llamada de tus abogados —la desafió kara—. Amenazas sin fundamento, Lena. No resulta fácil cumplirlas cuando llega el momento, ¿verdad?
—¿Es eso lo que crees? —preguntó ella, mirándola con desprecio—. En ese caso, tendrás noticias de mis abogados muy pronto, si eso es lo que quieres.
—Yo no he dicho eso, así que deja de atribuirme palabras que no he dicho.
—Claro que lo has dicho.
Kara dio un paso al frente y, con un rápido movimiento, volvió a tomarla entre sus brazos.
—Me casé contigo para lo bueno y lo malo, no para que decidas marcharte cuando las cosas se ponen feas —rugió. Entonces, antes de que Lena pudiera reaccionar, volvió a besarla.
Resultaba tan difícil resistirse… Lena se rindió a pesar de que sus instintos le decían que no lo hiciera.

Entonces, la mano de Kara le cubrió uno de los senos y empezó a acariciárselo. No lo hizo suavemente, pero sí con gran habilidad, lo que la llenó inmediatamente de deseo. A continuación, bajó la mano y le tocó la parte más sensible de todo su cuerpo, que reaccionó a pesar de la tela del vestido y de las braguitas. Cuando ella empezó a gemir, Kara se apartó.
—Buenas noches, señora mía. Espero que disfrutes en tu solitaria cama.
Con eso, se dio la vuelta y se marchó.
Lena se sentó en la escalera y dejó escapar un gemido. Todo era tan confuso, tan difícil de comprender… Había momentos en los que deseaba odiarla y otros en lo que sólo podía amarla. Mientras miraba la puerta cerrada, se preguntó qué iba a hacer a continuación. Kara prácticamente le había desafiado para que llamara a su abogado y, sin embargo, la había besado y acariciado de un modo que…
¡Todo resultaba tan frustrante! Ella era una mujer imposible. Completamente imposible.
Se puso de pie con la ayuda de la barandilla y empezó a subir la escalera. Cuando estuvo en su dormitorio, se empezó a desnudar lentamente, observando su cuerpo en el espejo mientras lo hacía, tocándose el punto en el que kara le había dejado una señal en el seno, viéndose los pezones erectos, henchidos por el deseo. Sentía una cálida humedad en la entrepierna y cerró los ojos, deseando por un momento haber cedido a la tentación, haber dejado que kara la acompañara al dormitorio para que le hiciera el amor y aliviara el delicioso dolor que no había desaparecido y que buscaba un resarcimiento.
El sentido común se instauró de nuevo. Apartó los ojos y tomó un viejo pijama de franela. Al menos, no era nada sexy ni le recordaba a la luna de miel ni a cómo se había sentido al estar completamente desnuda delante de Kara…
«¡Basta ya!», se dijo. Se dirigió al cuarto de baño para lavarse los dientes. Se estaba comportando como una idiota.
Cuando terminó, se metió en la cama y decidió que lo mejor que podía hacer para conseguir dormir era apagar la luz y tratar de no pensar en Kara. Le resultó imposible. Todo resultaba tan frustrante… Lo peor de todo era que ella misma se lo había provocado al no permitirle siquiera que le contara su versión de lo ocurrido con Lana. Sin poder evitarlo, se incorporó de un salto en la cama. ¿Y si era cierto que se había reunido con Lana para decirle que no iba a volver a verla?
—¡Maldita sea! —exclamó. Golpeó con fuerza la almohada. Estaba cansada de aquel juego. Cuanto antes terminara, mucho mejor sería para todos.
—¿Y bien?
Cuando entró en el vestíbulo de su casa, Kara vio a su madre subiendo las escaleras y dudó.
—Nada. Sólo he ido a llevar a Lena a su casa. Nada más. —Eso ya lo sé. ¿Cómo van las cosas entre vosotras?
—Si quieres que te diga la verdad, no tengo ni idea —explotó Kara—. Te ruego que no insistas más, mamá. Ya he tenido más que suficiente con estas tonterías. ¿Has visto el aspecto que tenía Nena? ¿Lo desmejorada que estaba? Se está comportando de un modo ridículo.
—Me pareció que estaba algo pálida —admitió su madre mientras volvía a bajar las escaleras y se dirigía hacia el salón—. Tal vez sea mejor que la llame mañana para ver cómo está.
—Espero que reciba tu interés mejor que recibió el mío —musitó Kara. Se dirigió a la bandeja de bebidas y se sirvió un brandy—. No pienso tolerar más tonterías por su parte. Ya he tenido más que suficiente.
—Tal vez ella también haya tenido más que suficiente de las tuyas.
—Pues muy bien. Sea como sea, esta ridícula situación tiene que terminar. No pienso consentir que mi esposa duerma en su casa.
—Dime una cosa, hija mía. Sólo por curiosidad. ¿Es tu corazón o tu orgullo lo que está sufriendo más en estos momentos? Tal vez debería ser eso lo que te preguntes.
—Mamá, déjame en paz, te lo suplico. No estoy de humor para conversaciones filosóficas. Me voy a la cama.
—Buenas noches, hija. Que duermas bien.
—Buenas noches —musitó Kara. Se dirigió a su dormitorio, dejando a su madre mirando la chimenea apagada con una sonrisa frunciéndole las comisuras de los labios.

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