Capitulo XX

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—Sólo por curiosidad —dijo kara—. ¿Cómo te enteraste de lo mío con Lana?
—Lo leí en una revista. Las dos aparecíais en varias fotografías.
—Entiendo. Por eso, crees que debo de continuar con la aventura que tenía con Lana, algo muy interesante dado que ella está a miles de kilómetros de distancia, o estar haciéndole el amor apasionadamente a otra mujer.
—Yo no he dicho exactamente eso.
—No con tantas palabras, pero lo has insinuado.
—Bueno, tendrás que admitir que pasas más tiempo fuera que dentro de casa —repuso ella, mirándola con enojo.
—Tal vez haya llegado el momento, amor mío, de que te explique exactamente por qué he estado pasando tanto tiempo alejada de ti. Te aseguro que no es porque yo así lo desee.
—¿No? ¿Entonces por qué? —le desafió ella, preguntándose qué excusa se le ocurriría a Kara. No obstante, cada vez estaba menos segura de sus teorías.
—Tal vez deberíamos levantarnos primero, darnos una ducha y llamar al servicio de habitaciones —replicó Kara mientras la agarraba y la ayudaba a levantarse—. Entonces, te prometo contarte con pelos y señales por qué he estado tan ocupada.
—Pero…
—Calla. Haz por una vez lo que pido. Si no lo haces, conseguirás que me enfade y, esta vez, te colocaré encima de mis rodillas y te daré la azotina que te mereces por sospechar de ese modo de tu esposa —dijo, con una sonrisa. Entonces, se inclinó sobre ella y le besó la frente—. Ahora, ve a darte una ducha.
Le dio un suave azote en el trasero. A pesar de las dudas que aún la acechaban, Lena sintió que esbozaba una sonrisa.
Más tarde, cuando las dos se hubieron duchado, Lena se reunió con Kara junto a la mesa que había subido un camarero. Había huevos revueltos, beicon, tostadas y té. Tomaron asiento, envueltas en los gruesos albornoces del hotel. Lena se dio cuenta de que estaba hambrienta y que le apetecía justo lo que Kara había pedido.
—Espero que esto te parezca bien —dijo Kara mientras le pasaba la mantequilla—. Para serte sincera, tengo bastante hambre.
—Yo también —afirmó Lena, mientras se disponía a comerse lo que se había servido.
Con cierta tristeza, recordó que aún no había escuchado lo que Kara tenía que decirle. Ya no iba a consentir más esperas ni dilaciones. Quería saber lo que su esposa había estado haciendo aquellas semanas. Aunque tenía sus propias ideas, sabía que debía esperar a conocer lo que ella tenía que decir antes de emitir un juicio.
La amaba desesperadamente, pero, aunque reconocía sus sentimientos, sabía que, a menos que la excusa que Kara le diera fuera muy buena, no podría vivir felizmente con una mujer del que creía que la estaba traicionando constantemente, por muy guapa que ella fuera y por mucho que la amara.
—¿Y me lo vas a decir? —preguntó por fin, tras armarse de valor.
—Ya te dije que sí, Lena, y lo haré. Tal vez te sorprenda y te disguste, pero me temo que es la verdad y que tienes que afrontarla.
Lena asintió. Sintió que el corazón le daba un vuelco. Después de todo, parecía que se trataba de una mujer.
—Desde que tu abuelo murió —comenzó Kara—, he estado ocupándome de los asuntos de las empresas Luthor, como tú sabes. Después de pasarme varios días estudiando expedientes y de celebrar reuniones con el personal, llegué a la conclusión de que había ciertas discrepancias, o lo que a mí me pareció que eran discrepancias. Uno de los expedientes en particular me llamó la atención. No te aburriré dándote muchos detalles, algo que no importa demasiado a estas alturas, pero te diré que empecé a sospechar de varias personas y, principalmente, aunque me cueste mucho decírtelo, de Wilfred.
—¿De Wilfred? —exclamó Lena, atónita—. Pero si era la mano derecha de mi abuelo.
—Lo sé. Eso hace que lo que he descubierto sea malo por partida doble.
—¿Qué has descubierto? —preguntó ella, atrapada entre la conmoción que le habían producido aquellas revelaciones y el alivio al saber que la razón por la que Kara había estado tantas horas fuera de casa tuviera más que ver con su fértil imaginación que con la realidad. Aquello le hizo sentirse muy culpable por haber acusado a Kara sin ningún fundamento.
—Me temo que Wilfred ha estado llevándose fondos de la empresa desde que tu abuelo cayó enfermo. Será muy difícil demostrarlo y dudo si debemos llevar el asunto a los tribunales. Sólo causaría escándalo y probablemente afectaría al valor de mercado de la empresa en su conjunto. En mi opinión, debemos ocupamos de este asunto tan discretamente como sea posible. Después de todo, Wilfred ya es un hombre de cierta edad. A nadie le sorprendería que decidiera jubilarse.
—¡Es horrible! —exclamó Lena—. ¿Cómo pudo hacerle eso al abuelo cuando sabía lo mucho que éste confiaba en él? Es horrible, Kara.
No debería salirse con la suya.
—Lo sé, pero créeme si te digo que ésta es la mejor manera de resolver el asunto. Evitaría escándalos y, además, la empresa no ha sufrido mucho por sus desmanes. Por suerte, no ha tenido tiempo de hacer demasiado daño.
—No, gracias a ti —susurró ella, mirándola con ternura.
—Yo no he hecho nada más que mi deber. Esta es la razón por la que tu abuelo deseaba a alguien responsable al mando de sus empresas. Yo simplemente he hecho mi trabajo.
—Tal vez, pero… Bueno, me siento muy mal por haber imaginado tantas cosas terribles sobre ti.
—No te puedes culpar tú sola —admitió kara. Le tomó la mano y comenzó a acariciarle los dedos—. Yo no he hecho nada para aliviar tus dudas, pero sólo porque no podía hacerlo. No quería disgustarte innecesariamente y me pareció que no podría dar mi opinión hasta que tuviera pruebas de lo que Wilfred estaba haciendo.
—Lo comprendo. He sido una estúpida.
—En absoluto. Me gusta que mi esposa tenga celos. A mí me ocurriría lo mismo contigo en una situación similar.
—¿De verdad?
—Sí. Ni se te ocurra mirar a ningúna mujer o hombre guapo que pase a tu lado, ¿de acuerdo?
—Ni lo soñaría —dijo Lena, con una sonrisa—. Me basta con lo que tengo.
—¿Sí? Eso espero, porque a mí me ocurre lo mismo —afirmó Kara.
Se levantó, rodeó la mesa y, tras rodearle el cuello con los brazos, la besó en lo alto de la cabeza.
—¿Estás segura que este matrimonio no es tan sólo una obligación para ti? —quiso saber ella. Necesitaba estar completamente segura.

—¿A ti qué te parece, mi amor? ¿Te parezco aburrida? ¿Infeliz? ¿Acaso no cumplo en la cama?
—No, claro que no.
—Entonces, ¿de qué te preocupas?
—No lo sé… Supongo que ya de nada, pero nuestro matrimonio me parecía tan impuesto, tan interesado…
—Enfrentémonos a la verdad del asunto, Lena. Mis padres y tu abuelo tenían razón. A pesar de que nuestra situación pareciera completamente intolerable para el modo en el que se casan las parejas hoy en día, han demostrado que nos equivocábamos —dijo. Hizo que Lena se levantara y la tomó entre sus brazos—. Francamente, lo único que deseo es llevarte a la cama para ver si podemos hacer otro bebé lo antes posible.
—Oh… —susurró Lena. Pensar en el bebé le produjo un profundo pesar.
—Lena, el aborto ocurrió porque no era el momento adecuado para ser madres. No estábamos completamente seguras la una de la otra y, de algún modo, la madre naturaleza lo comprendió y se ocupó de la situación a su modo. Sin embargo, ya no es así. Esta vez, yo estaré a tu lado para asegurarme de que jamás te vuelve a ocurrir nada.
—¿Y Lana? —preguntó Lena. Necesitaba estar completamente segura.
—Aquel día del restaurante había quedado con ella para explicárselo todo. Por eso me reuní con ella. Nada más. Quería decirle de una vez por todas que lo nuestro se había terminado y que yo había encontrado a la mujer de mis sueños.
—¿De verdad? —preguntó Lena, aliviada y feliz.
—Quiero que quede clara una cosa, Lena —dijo kara, colocándole las manos sobre los hombros y alejándola así un poco de ella
—. Yo nunca te mentiré. O confías en mí y yo confío en ti o esta relación no tiene sentido. ¿Confías en mí?
Lena la observó durante un instante. Entonces, la miró directamente a los ojos y sonrió.

—Sí.
—¿Mientras vivamos?
—Hasta que la muerte nos separe —susurró ella.
—En ese caso, queda muy poco que decir —murmuró Kara mientras la tomaba entre sus brazos—, que no se pueda decir de otro modo…
La tomó en brazos como si fuera una pluma y la miró tiernamente a los ojos.
—Eres mía —afirmó—. Sólo mía. Nunca te dejaré marchar —añadió. La llevó a la cama y la colocó en el centro del colchón—. Ahora, ha llegado el momento de aumentar nuestra pequeña familia, señora mía — concluyó, con una posesiva sonrisa.
—Y yo estaré encantada de complacerla, mi señora —musitó Lena. Tiró de kara y la hizo tumbarse en la cama, justo encima de ella.
—Pongámonos manos a la obra.
—Espera… ¿No es mejor que colguemos la señal de «No molestar», de la puerta? —preguntó Lena.
—Olvídalo —gruñó Kara—. Comprenderán que es eso precisamente lo que deseamos cuando no abramos la puerta. Ahora, ¿crees que nos podremos olvidar de todo lo que no esté relacionado exclusivamente con nosotras, Lena?
—Lo que tú digas, amor mío —replicó ella, dulcemente, conteniendo el amor y la felicidad que le bullían por dentro—. Lo que tú digas.

FIN

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