Capitulo IX

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Lena conoció una nueva y Poderosa satisfacción: la de haber hecho gozar a su mujer.
A las diez en punto, el agente inmobiliario fue a recogerlas para mostrarles las casas y apartamentos que había seleccionado para ellas. Las dos primeras no eran adecuadas y se descartaron inmediatamente. La tercera era una casa preciosa, pero necesitaba una gran reforma. Sin embargo, la cuarta, que era un ático de mil metros cuadrados en un atractivo edificio en el selecto distrito de Palermo, les encantó.
—¡Qué vistas tan magníficas! —exclamó Lena—. Se parece a Metropolis, ¿no crees?
—Así es. ¿Te gusta esta casa, Lena? —Sí, creo que es maravillosa.
—Tiene un dormitorio muy amplio —musitó Kara, cuando el agente inmobiliario no pudo oírlas.
—Hmm —susurró ella, tras golpearle con el codo en las costillas para que guardara silencio.
—Además, hay sitio para una habitación infantil —comentó ella, mientras paseaban por la terraza.
—No deseo tener niños durante un tiempo —afirmó Lena.
—No, claro que no. Sin embargo, es mejor que no nos tengamos que mudar demasiado a menudo, ¿no te parece?
—Por supuesto. Es mucho más práctico. —Entonces, ¿nos lo quedamos?
—Sí —respondió ella, con una radiante sonrisa.
Mientra regresaban al salón para discutir los detalles de la venta con el agente, Kara pensó que resultaba sorprendente cómo Lena se había apoderado de todo su ser y, si era sincera consigo misma, también de su corazón. Nunca había experimentando tanta ternura hacia una mujer, una necesidad tan intensa de estar con ella, de regresar a ella aun cuando sólo estaban separadas unas horas.
¿Sería aquélla la verdadera esencia del matrimonio?
Dos días más tarde, Kara llamó a Lena a su teléfono móvil.
—Mi amor, tengo que irme a la hacienda durante unos días. Ha surgido un problema y tengo que tratar de resolverlo personalmente.

—Oh. ¿Quieres que te acompañe?
—No, no creo que merezca la pena. No voy a parar ni un instante. La primera vez que vayas allí, quiero estar constantemente a tu lado.
—Muy bien. En ese caso, yo puedo empezar con el apartamento. Tengo unas cuantas direcciones. La esposa de tu primo Clark, Lois, se ha ofrecido muy amablemente a llevarme a varias tiendas de decoración.
—Estupendo. Es una mujer magnífica. Me alegra saber que has hecho una amiga.
—¿Cuándo vas a marcharte?
—Mañana por la mañana muy temprano. No te preocupes, cariño. Aún nos queda esta noche —murmuró kara. Lena se sonrojó por los sentimientos que evocaban aquellas palabras.
Al día siguiente, Lena se reunió con Lois para ir de compras. Después, fueron a almorzar a Santi’s, un restaurante muy de moda. Se sentaron en una mesa que había en un rincón, desde la que se dominaba todo el comedor. Lena pidió una ensalada y Lois un entrecot muy fino.
—Estoy a régimen —dijo Lois, con una sonrisa. —Pero si ya estás muy delgada.
—Tengo que mantenerme, querida. Tú eres muy joven, pero yo ya estoy a punto de cumplir los treinta. Una anciana. Tengo que conservar mi figura —explicó. Lena se echó a reír—. Mira, ahí están Chloe y Tess — añadió Lois, saludando a sus dos amigas con la mano—. Debo presentártelas. Te caerán bien. Son muy divertidas.
Minutos más tarde, cuando el camarero les estaba sirviendo un café, Lena levantó la mirada y, para su sorpresa, reconoció a la mujer que había de pie junto a una mesa cercana. Se echó a temblar. Estaba segura de que era la misma mujer que había visto en la revista ¡Hola! Suponía que aquello tenía que ocurrir tarde o temprano, pero habría preferido que no hubiera ocurrido cuando su esposa estaba fuera.
—¿La conoces? —preguntó Lois, con curiosidad, al ver que Lena no dejaba de mirar a Lana.
—Oh, no, pero es muy guapa, ¿verdad?
—Sí —afirmó Lois, con cautela—. Es muy guapa.
—No te preocupes —le dijo Lena, tratando de mostrar despreocupación—. Lo sé todo sobre Kara y ella.

—¿De verdad? —preguntó Lois, muy sorprendida.
—Sí. No me preocupa —mintió.
—Eres muy sensata —afirmó Lois, con aprobación—. Es mucho mejor ser realista sobre este tipo de cosas.

Lena no comentó que, dado que Kara y ella se pasaban cada día juntas y que hacían el amor apasionadamente todas las noches, la aventura con Lana debía de haber finalizado.
De repente, la mujer se dio la vuelta y miró en la dirección de Lena. A continuación, se inclinó y murmuró algo a la dama que estaba sentada a la mesa, quien, a su vez, le dijo algo a su vecina. Las tres empezaron mirar a Lena. Esta se sonrojó a pesar de su decisión para seguir como si nada.
—No les prestes atención —le dijo Lois—. No lo hacen con mala intención. Tal sólo sienten una gran curiosidad sobre ti. Después de todo, Kara es un buen partido.
Lana y Kara salieron juntas durante dos años y, francamente, todo esto debe de haberle sorprendido mucho.
—Naturalmente —respondió Lena.
En aquel momento, vio el otro lado de la moneda. Debería haber sido muy difícil para Lana verse desplazada de un día para otro. Durante un instante, Lena sintió pena de ella y, de repente, se preguntó si Kara habría roto en realidad con ella.
Las dudas la asaltaron al recordar la conversación que había oído en casa de su abuelo.
«Siempre te adoraré».
¿Habría estado hablando con Lana?
Miró furtivamente a la otra mujer. Lana era muy hermosa y elegante. Parecía estar muy segura de sí misma. ¿Se mostraría una mujer en un restaurante de aquella manera, después de haber sido abandonada por una mujer como Kara? Lana no dejaba de reír y charlaba con sus amigas como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo.
Tal vez sólo estaba fingiendo y el sufrimiento iba por dentro, pero su exuberancia y su seguridad hicieron que Lena se sintiera algo inferior.
—Vamos a comprar ropa esta tarde —le dijo a Lois—. Me gustaría comprarme algo de cuero.
—Por supuesto —respondió Lois, con una sonrisa—. Te llevaré a mi boutique favorita ahora mismo.

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