Capitulo VII

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Kara estaba al lado de la chimenea, vestida impecablemente con un traje de color gris. Estaba charlando con su madre, pero era consciente de que Lena parecía hundida, como si el mundo entero se estuviera desmoronando a su alrededor. Sabía que el final de su abuelo estaba cerca. Tal vez por eso no se lo habían llevado al hospital. Podría ser que el anciano caballero prefiriera morir en su propia cama.
Debía hacérselo comprender a Lena para que ella no insistiera en llevarlo al hospital, en aplicarle técnicas que sólo sirvieran para mantenerlo vivo. En aquel momento, comprendió que el matrimonio era mucho más que haberse acostado con su esposa. Su papel como esposa le obligaba a ayudarla también a tomar las decisiones correctas...
De repente, mientras observaba a su madre y se preguntaba lo que habría significado para ella contraer matrimonio con una mujer veinte años mayor, se dio cuenta, horrorizada, de que se le había olvidado por completo contarle a Lana que se iba a casar.
Aquel pensamiento la llenó de frenesí. Se preguntó cuándo iba a poder encontrar un momento libre para llamarla. ¿Cómo podía habérsele pasado? Miró a Lena y comprendió que, para su sorpresa, ella había ocupado su mente tan completamente desde el primer momento en el que la vio que se había olvidado totalmente de Lana. Sin embargo, sabía que sería una descortesía dejar que la mujer con la que había compartido gran parte de su tiempo libre se enterara de su boda por la prensa.
Lo más extraño era que su idea inicial de mantener a Lana como amante parecía fuera de lugar después de lo ocurrido la noche anterior. Rápidamente, se puso de lado y cruzó las piernas. Sólo pensar en lo ocurrido la noche anterior había provocado un vergonzante cambio en su estado físico. Desesperadamente, trató de pensar en algo que sirviera para ahogar su ardor, pero nada parecía bastar para conseguirlo.

Lena dejó muy claro que dormirían en habitaciones separadas. Kara estaba a punto de protestar cuando comprendió que ella tal vez necesitara estar a solas en aquellos momentos tan difíciles, por lo que decidió guardar silencio.
El señor Jeremías se había reunido con ellas. Juntas, se dispusieron a cenar. Lena casi no pudo probar bocado. No dejaba de pensar en su abuelo, con el que se había pasado la mayor parte de la tarde rezando para que ocurriera un milagro. A pesar de su deseo de llevárselo al hospital, había decidido escuchar las recomendaciones de laeñora Eliza cuando la dama le había sugerido que tal vez el anciano prefería quedarse allí.

Más tarde, cuando Kara le habló en términos similares, deseó, sólo por contrariarle, meter a su abuelo en un helicóptero y llevárselo al hospital. Entonces, debió escuchar la dolorosa verdad.
-Lena, sé lo difícil que te resulta aceptar esto, pero creo que debes afrontar el hecho de que el final puede estar muy cerca -le dijo Kara, cuando las dos estuvieron a solas en el vestíbulo.
-No puede estar tan enfermo. Debe de haber una solución -repitió ella, por centésima vez-. Seguro que hay algo que podamos hacer.
-Ya has oído al médico, querida. No se puede hacer nada más que mantenerle lo más cómodo posible.
Con los ojos llenos de lágrimas, Lena se dio la vuelta y subió corriendo las escaleras. Mientras kara la observaba, sintió deseos de pasar la noche con ella, no porque pensara tener relaciones sexuales sino porque deseaba abrazarla, darle el consuelo que su esposa necesitaba tan desesperadamente. Decidió dejarla estar. Ya habría tiempo de consolarla cuando el señor Luthor hubiera fallecido. Además, la noche en solitario le daría la oportunidad de llamar a Lana.

Cuando por fin estuvo en su dormitorio, se armó de valor y buscó en la memoria de su teléfono móvil el número de Lana.
-¿Dígame?
Al escuchar la sensual voz de Lana, el cuerpo de Kara no experimentó la habitual reacción.
-La, soy yo -dijo, automáticamente.
-¡Querido mío! ¿Dónde estás? -En Gotham.
-Veo que los rumores de que últimamente has estado muy ocupada son completamente ciertos -dijo, con voz gélida.
-Mira, La. Sé que debería haberte llamado antes y decirte lo que estaba ocurriendo, pero no conseguía sacar tiempo para hacerlo -mintió.
-Entonces, es cierto. -Sí, me temo que sí.
-¿Y no tuviste la decencia de llamarme para decírmelo personalmente?
-Me temo que se me olvidó -admitió, por fin.
-Se te olvidó. Bien, Kara. Esto es maravilloso. Hemos tenido una apasionada aventura de dos años, que ha aparecido por toda la prensa y a ti simplemente se te olvida decirme que te vas a casar. Enhorabuena -dijo Lana, muy fríamente.
-Mira, La, es todo culpa mía. Lo sé. Debería habértelo dicho, pero...
-¿Pero qué? ¿Tu esposa adolescente se estaba llevando toda tu atención?
-No seas ridícula. Además, no es ninguna adolescente. Tiene...
-Cállate, Kara. Ni siquiera sé por qué estoy hablando contigo. Te mereces que te cuelguen, te arrastren y te descuarticen... Créeme que si estuviera cerca te haría algo mucho peor.
-Lana... Sabes que, aunque lo nuestro se haya terminado, yo siempre te adoraré.
-Mmm... No intentes darme coba con tu piquito de oro, Kara Danvers -replicó Lana. Entonces, suavizó algo su actitud e incluso se echó a reír.
El resto de la conversación resultó completamente inconsecuente. Sin embargo, cuando Kara colgó se sintió mucho más aliviada. Después de leer un rato, apagó la luz y se dispuso a dormir.

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