Capitulo XVII

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—¿Qué te parece si nos marchamos a Agapos? —le preguntó Kara, tres semanas más tarde. Lena parecía estar aún muy deprimida. No mostraba interés alguno por la vida. Kara estaba muy preocupada. Había tratado de hablar con ella sobre lo ocurrido, pero Lena no parecía desear hacerlo. Había insistido en que ella viera a un psicólogo, pero su esposa no parecía haber sacado mucho beneficio de las visitas.
—¿A Agapos? —dijo. Recordaba la hermosa isla en la que habían hecho el amor por primera vez, tal vez donde habían concebido a su hijo.
—Sí. Creo que te vendría bien marcharte de aquí y disfrutar del sol. La isla resulta muy agradable a principios de otoño. Estaríamos solas.
Kara le tomó una mano. Últimamente, Lena ni la aceptaba ni la rechazaba. Era como si estuviera viviendo en otro mundo, en un lugar propio en el que no permitía intromisión alguna. Sin embargo, Kara sabía que si no conseguía llegar a ella emocionalmente la perdería para siempre.
—Yo creo que deberíamos ir —insistió—. Tendré el avión preparado para que nos lleve pasado mañana.
Lena se encogió de hombros. Ya no le importaba nada. La pérdida de su bebé le parecía algo tan tremendo, tan doloroso… Aunque Kars se había mostrado atenta y cariñosa con ella, no podía superar la desconfianza que sentía hacia ella y que surgía cada vez que estaba a punto de bajar sus defensas y dejarla entrar.
Se preguntó si se desharía de ella alguna vez o si la desconfianza persistiría, haciendo imposible que las dos fueran felices juntas o que Lena confiara en su esposa.
Después de todo, ¿qué ocurriría cuando todo aquello hubiera pasado? Si ella accedía a vivir con Kara y llevar una vida normal, ¿se libraría alguna vez del temor de entrar en otro restaurante y verla con otra mujer? Tal vez ella se mostrara más cuidadosa, pero podría ser que ella se enterara por otros medios o que, simplemente, supiera instintivamente que se estaba acostando con otra mujer.
Suspiró. Era mejor que se fueran a Agapos en vez de estar allí en Gotham, donde la constante lluvia la deprimía más aún. Sus amigas la habían llamado, pero ella no tenía deseos de ver a nadie. No quería abandonar su pequeño refugio por si otra desagradable sorpresa la pillaba por sorpresa.

Aunque Lena no lo sabía, Kara había decidido seguir los consejos del médico y dormía en el dormitorio al lado del de ella. Sin embargo, a medida que pasaban los días, estaba completamente decidido a que muy pronto volvieran a dormir juntas una vez más.

Dos días más tarde, el helicóptero sobrevolaba una vez más la isla. Pronto estuvieron en la casa. Lena se cambió de ropa y se puso una cómoda túnica blanca. A continuación, se dirigió a la terraza para poder contemplar el mar y los barcos pesqueros que regresaban a puerto con las capturas del día.
Todo parecía tan pacífico, tan lejano a Gotham y al torbellino emocional al que había estado sometida durante las últimas semanas… En los últimos días, Kara había estado muy ocupada. Había pasado muchas horas en el despacho. Ella no le había preguntado el porqué. Tal vez estaba harta y había empezado otra aventura con otra mujer.
Tomó asiento y se dijo que no debía ser tan paranoica. Una cosa era comprender que existía aquella posibilidad y otra dar por sentado, sin razón aparente, que la ausencia de su esposa se debía a una nueva y atractiva mujer a la que hubiera conocido. Sin embargo, por mucho que se esforzaba en olvidarse de la imagen de Lana, le resultaba imposible.
Podría ser que la atención que Kara le estaba dedicando en aquellos momentos se debía a su profundo sentido del deber, a la promesa que le había hecho a su abuelo. Sin embargo, no quería que se la considerara una obligación contractual. Quería que deseara estar a su lado por ella misma, por lo que era.
Aquella situación resultaba bastante imposible.

Kara nunca le había dicho nada más que las palabras que había murmurado en los momentos de pasión, palabras que, desgraciadamente, significaban muy poco. Eran parte de un vocabulario que, probablemente, había utilizado con todas las mujeres con las que se había acostado.
—Lena —dijo Kara. Había salido a la terraza para reunirse con ella al lado de la balaustrada. Se había puesto unas bermudas y una camiseta.
Ella la miró, muy sorprendida. Nunca antes la había visto con un atuendo tan informal. Le gustaba así.
A pesar de sí misma, gozó viendo los fuertes músculos, la abrumadora aura que la rodeaba y de la que ella había sido menos consciente en las últimas semanas, absorta como estaba en sus propios sentimientos. En aquel momento, cuando Kara se sentó frente a ella, experimentó un deseo que no había vuelto a sentir desde el aborto.
Resultaba imprescindible recordar las razones por las que una relación a largo plazo con Kara no podía durar. Tendría que mostrarse firme y tomar la decisión final de lo que iba a hacer con su vida. No era justo para ninguna de las dos dejarse llevar por el vacío de la incertidumbre.
Sin embargo, le era muy difícil pensar en la vida sin Kara a su lado. Se había acostumbrado mucho a su presencia en aquellas últimas semanas, a la rutina diaria que compartían juntas. A pesar de todo, cuando la llamaba por las tardes para decirle que llegaría tarde por culpa de una cena de negocios, las dudas volvían a adueñarse de ella. Entonces, se preguntaba si Kara le estaría diciendo la verdad o si estaría tratando de ocultar el tiempo que pasaba en brazos de otra mujer.
Además, estaba el hecho de que ella no había estado acostándose con Kara, por lo que no era rival para ninguna otra mujer. Kara no era una monja y no se podía esperar de kara que llevara una vida célibe. Si ella no se estaba acostando con ella,
¿quién lo hacía?
Todo era tan complicado… Lena suspiró profundamente, deseando que la situación fuera diferente.
—¿Te ocurre algo, querida? —le preguntó Kara mientras se inclinaba sobre ella y le tomaba los dedos entre los suyos.
El roce de la mano de Kara que, durante las últimas semanas había aceptado como muestra de ternura y de preocupación por su bienestar, se convirtió de repente en fuego. Lena contuvo el aliento. De repente, Kara le pareció mucho más atractiva, más decidida. Sus ojos adquirieron un brillo que no había visto desde hacía semanas. Incluso su propio cuerpo parecía haber recobrado la vida. ¿Se sentía tan alterada por la brisa de aquel lugar? ¿Habría conseguido el aire del mar disipar el dolor y la tristeza para dejar paso a nuevas e inesperadas sensaciones?
Kara se acercó un poco más. Estaba anocheciendo y las estrellas empezaban a asomarse al negro cielo. Lena se levantó rápidamente y se volvió a mirar al mar, incapaz de enfrentarse con su esposa.

Kara decidió que había pasado demasiado tiempo. Había esperado el tiempo que ella necesitaba para recuperarse del aborto, pero la deseaba. Se levantó y se colocó tras ella. La rodeó con sus brazos, acariciándola suavemente los costados, deteniéndose justo debajo de los senos, mientras le mordisqueaba suavemente el cuello.
Lena contuvo el aliento, incapaz de retener el deseo que se estaba empezando a apoderar de ella. Le dolían los pechos y sintió la cálida humedad que apareció entre los muslos. Los pulgares de Kara comenzaron a acariciarle los pezones muy suavemente, tentándolos a través de la fina tela de la túnica, hasta que ella lanzó un gemido de placer. El cuerpo de Kara se presionaba contra la espalda de Lena, de manera que ella podía sentir la potente erección.
Rápidamente, Kara hizo que se diera la vuelta. Lena la contempló, leyendo la determinación y el deseo que había en sus ojos. Sabía que no iba a rendirse sin conseguir lo que deseaba. La poseería. Lo que ella quería no importaba.
Cuando la besó en los labios, Lena sintió una nueva oleada de excitación. Al principio, la boca de Kara fue tierna, como si tuviera miedo de hacerle daño. De repente, ella no pudo soportarlo más. El deseo que sentía hacia Kara era puro, primitivo. Ya no podía controlar la pasión que la devoraba por dentro. Le rodeó el cuello con los brazos y se pegó a ella. Entonces, Kara ya no pudo contenerse. Se olvidó del miedo de hacerle daño y permitió que la boca devorara y que la lengua causara estragos. La estrechó contra su cuerpo para que ella sintiera la extensión de su deseo y gozó con la suavidad del cabello, de la piel de Lena…
Entonces, cuando ya no lo pudo soportar más, hizo lo que ya había hecho una vez antes. La tomó en brazos y la llevó al dormitorio.
Lena suspiró cuando ella la colocó encima de la cama. Su cuerpo entero ansiaba el de Kara, deseaba sentirla en su interior. Kara se apresuró a satisfacerla. Con un rápido movimiento, le levantó la túnica y se la quitó. Sus ropas siguieron rápidamente el mismo camino. Tras arrojarlas al suelo, se mostró completamente desnuda antes ella.

—Mi linda, mi hermosa y encantadora Lena —murmuró—. No sabes lo mucho que te he deseado, cuánto te he echado de menos…
Se tumbó en la cama al lado de su esposa y empezó a acariciarla. Ella vibraba, incapaz de controlar los espasmos de placer que le recorrían todo el cuerpo mientras kara le introducía suavemente los dedos, provocándole un delicioso dolor que la llevó a la misma saturación que ya había experimentado antes y que, aunque no había querido admitirlo, había echado terriblemente de menos.

Kara dejó a un lado su propia necesidad, gozó con los gemidos de Lena y se sintió triunfante cuando ella soltó un grito de gozo cuando ella la llevó a la cima del placer.
Aquella vez, no esperó a que ella se recuperara. Se hundió en su cuerpo profundamente y, durante un instante, temió estar haciéndole daño. Sin embargo, Lena reaccionó de un modo inmediato. Le rodeó con las piernas y la espoleó para que siguiera, disipando así toda duda que Kara pudiera tener. Una vez más, iniciaron un viaje ascendente que acabó con un gozo tan puro que ninguna de las dos pudo hacer nada que no fuera desplomarse, jadeante y sin fuerzas, en los brazos de la otra.
Los días siguientes transcurrieron en medio de una gloriosa felicidad. Hablaban poco, por miedo a borrar la atmósfera paradisíaca que creó la primera noche que pasaron juntas en la isla. Deseaban que durara lo más que fuera posible. Juntas, investigaron la isla en un viejo todoterreno del ejército que estaba allí con aquel propósito. Hicieron picnics sobre las rocas, mirando el mar y se pasaron largas horas de ocio, besándose, acariciándose, incapaces de resistirse al impulso sexual que estaba presente entre ellas desde el alba hasta el atardecer.
Lena sabía que se estaba engañando, que muy pronto tendría que despertar y tomar una decisión. Sin embargo, por el momento no le importaba. Estaba demasiado ocupada absorbiendo a Kara, aspirando su aroma, pasándose deliciosas horas deslizándole las uñas por la espalda, por los brazos, por el cabello…
De repente, cuando menos lo esperaba, ella se daba la vuelta y la colocaba encima de kara para volver a empezar.
Cada vez que hacían el amor, kara le enseñaba algo nuevo. Algunas veces Lena se escandalizaba un poco cuando iban más allá y Kara la colocaba en posturas que nunca habría imaginado. Sin embargo, eso la excitaba mucho y le daba una mayor confianza en sí misma. En aquellos momentos se sentía una verdadera mujer, bautizada para siempre en el arte de la seducción por una mujer tan experta que sería muy difícil reemplazarla.

Un día se fueron a pescar con los pescadores de la isla. Le gustó ver a Kara ayudando a los hombres del pueblo a subir las redes al barco. Le parecía una Kara tan diferente de la mujer de negocios que había visto en Gotham o en Smallville… Cada día estaba más bronceada, como le ocurría a ella misma.

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