- Eric -
Admitía que todo esto carecía de sentido. Desde el momento en el que la conocí supe que su vida debía ser una mierda, honestamente, para haber estado con alguien como Jonathan es que tenia que estar por lo menos ciega, no miento, pero no tenia idea de hasta dónde llegaban los limites de su mala suerte. Aunque a este punto... ya comenzaba a hacerme una jodida idea.
Al regresar a la tienda, Michael me echó por mi mal olor luego de burlarse un rato sobre mi. No me quedo más remedio que quedarme callado y acatar ordenes, no tenia manera de defenderme. Así que justo en el momento cuando logramos atravesar la entrada de la urbanización, agradecí al cielo, sosteniendo mi camiseta de manera curiosa para darle una rápida olida.
—Jamás había olido tan asqueroso en toda mi vida... —murmuré para mi mismo, negando con impresión mientras abría de manera electronica el enorme portón de la residencia.
Observé por el retrovisor, estacionando el Jeep en el lugar de siempre, y bajando lo suficientemente rápido para hacerle señas a Eliana, esperé con paciencia a que apagara la camioneta y descendiera.
—¿Crees que a tu mamá le moleste si utilizo el baño? No quiero ser una molestia. —
Su ropa aún estaba húmeda, envuelta en aquella toalla que Maria Victoria le había brindando en el estacionamiento para que dejara de titiritar. Su cabello fino, luchaba por mantenerse recogido en un moño, mientras que todo el maquillaje que en algún momento colocó con precision sobre su rostro, se había corrido hacia sus mejillas. Parecía un payaso drogado.
—No, créeme, no le va a molestar que utilices el baño. —sostuve unas enormes bolsas de papel y cerrando mi vehículo, llamé su atención para que me siguiera. —Debemos darnos prisa si queremos que estés lista para cuando llegue. —
La vi asentir varias veces, dispuesta a dejarse llevar, y aquello por algún motivo me hizo suspirar con gran alivio. No soportaría volver a caerme, esta vez podía ser peor.
—Creo... que desentono mucho en este lugar. —comentó, mirando con perplejidad a su alrededor.
—Si, bueno, yo también opino igual que tu, estamos hechos un desastre. —
Dejando caer las llaves sobre la mesa junto al recibidor, se dio paso a un gran silencio. Observé hacia mi lado, y viendo la ligera muestra de asombro por parte de Eliana, volví mi rostro a mirar lo que tanto había llamado su atención. Una enorme pared, hecha de grueso cristal, permitía el paso de la luz del día hacia el interior. El verdor del césped, los arbustos bien podados y las palmeras a tan solo algunos metros de distancia de la orilla del mar. Dorado Royal Palace. Un enorme terreno de viviendas muy cerca del Ritz-Carlton en el pueblo de Dorado.
—Es... una vista muy hermosa. —murmuró, envuelta.
—Y eso que todavía no has visto nada. ¡Vamos! —la animé, caminando con ella por el largo pasillo que daba hacia las habitaciones de huéspedes en el primer nivel.
—¿Sabes? Igual imaginaba que vivían en una casa de muñecas. —
—¿Una casa de muñecas? —sonreí, negando lentamente.
—Tu mamá es Barbie. —
—Barbie... —
—Sí, y ustedes dos son los hijos diabólicos. —
—¿Esos no serian los hijos de Chucky? —
—No, imagino que tu padre debe ser parecido a un Max Steel. Solo que, desafortunadamente, se cruzaron algunos genes dañados. ¿De casualidad en tu familia no hay alguien malo? Ya sabes, como el malo que aparece en las novelas, la oveja negra.—
—Eres igual de mala que Anthony para hacer chistes. —
—No pretendía ser graciosa... la verdad. —
Me detuve, abriendo una puerta de madera y dejando que pasara primero hacia la habitación, la seguí y continué hacia el baño. Saqué algunas toallas, una bata que coloque en el gancho tras la puerta, y dejando jabón en un lugar visible, rebusqué en la enorme bolsa de papel.
—De acuerdo, tienes quince minutos para que te quites la mugre y luego vendré a buscarte. Te he dejado todo sobre el lavado, así que procura dejar esa ropa que traes puesta en la ducha. Luego te aseguras de lavarla como quince veces y si, eso incluye los zapatos. —
—¿Cómo se supone que la voy a dejar en la ducha? Necesito lavarla para poder vestir... —
—He dicho... —interrumpí, subiendo las cejas. —Que he dejado todo lo que necesitas en el baño. ¿Captas? Ropa, toalla, jabón y una de esas cosas que usan para remover el maquillaje... pareces oso panda y uno muy feo.—
—Derrochas amabilidad. —comentó llena de sarcasmo.
—Ese es mi segundo nombre. —sonreí. —Ahora te dejo, ire a quitarme todo esto. —
—Espera, Eric. —deteniéndome, giré sobre mis talones y subí las cejas de manera expectante al verla dar algunos pasos hacia mi dirección. —No me voy a disculpar por lo que dije antes... tienes derecho a saber la verdad aunque no quieras verla. —continuó, apretando un poco los labios en un gesto de seriedad y sinceridad. —Pero juro que no le he dicho nada a nadie, no es mi problema. —
Tomé aire, pensando en un buen motivo por el que tuviera que sentirme molesto con ella, pero no había nada. Las palabras que había escuchado en el centro comercial solo eran una continuación de mis propios pensamientos y sabia que no podía culparla cuando yo mismo estaba consciente sobre la razón que llevaba.
—Lo sé, ya no importa. —
—No, si importa. —asintió, sonriendo con amabilidad. —No quiero que me tilden de mentirosa o chismosa, por que esa no soy yo. Y, por cierto, gracias. —
—Bien, ahora si te dejo sola. —
Tomé aire, haciendo cara rara al captar el mal olor, y caminando hacia el pasillo cerré la puerta. Me dirigí hacia las escaleras y escuchando como mi celular comenzaba a sonar, rebusqué en mis bolsillos y saqué el aparato. Afortunadamente aún funcionaba y durante cinco segundos desee que se hubiera ahogado o mínimo se me hubiera perdido.
Taycha: "¿Sigues molesto conmigo? Sabes que te he dicho la verdad, siempre hemos sido sinceros entre nosotros, no entiendo porque ahora eso es un problema."
Eric: "¿Qué parte de te puedes ir al diablo fue la que no entendiste?"
Achiqué la mirada, sonriendo vagamente al recordar que hace tan solo unas horas había escuchado la misma respuesta viniendo de una chica torpe pero en un contexto muy diferente. Cuando la puerta principal hizo estruendo al ser cerrada, y escuchando como el repiqueteo de unos tacones se acercaban hasta mi posición, guardé el móvil y miré con curiosidad a la persona que acababa de llegar. Mónica Uralde se detuvo abruptamente, con el bolso colgando de su hombro, y mientras me miraba con cara estupefacta entendí que fue buena idea dejar a Eliana en el cuarto de invitados.
—Puedo explicarlo. —subí los brazos, intentando tener tiempo.
—Seria una muy buena idea, pero que te parece si luego de que te bañes, cariño. —
—Bien. —asentí, avanzando hacia los escalones, y girando el rostro a mirarla por algunos instantes, me detuve. —Por cierto, Eliana esta en el cuarto de invitados. Se sentía... indispuesta. ¿Le das unos quince minutos? —
—¿Su camioneta es la que esta afuera? ¿Llego hace mucho rato? —pareciendo espantada, miró la hora en su reloj.
—Tranquila, acaba de llegar conmigo, no estas tarde. —aclaré, viendo como una de sus perfectas cejas se elevaba.
—¿Y que tan indispuesta? ¿Esta enferma? Ayer cuando la vi estaba muy bien.—
—Creo que le cayó mal el almuerzo, eso es todo. —
—¿Dolor de estómago? —
—Diarreas. —hice una mueca, quitándome la camiseta.
—¿Diarreas? —bajando la mirada a observar su celular sonar, la vi hacer señas para permitir que me fuera.
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ENAMORADO DE ELIANA © - ACTUALIZANDO
RomanceLista para celebrar sus veintitrés años, Eliana Corbin descubrió dos cosas que la iban a ayudar a no perder la cabeza. La primera, el amor no era más que sacrificios y malos ratos, todo el tiempo. Según experiencias ajenas, estar enamorada era inten...