El silencio se escapaba de la noche a medida que este se desvanecía, Mateo estaba sentado en un banco afuera de aquella casa, toda su preocupación se desvaneció, viendo cómo la luna se desvanecía, era turno del sol.
No conocía el cielo, y temía pisar el infierno.
Según el, no le tenía miedo a nada.
No noto el sonido de la llave girar en la cerradura de la puerta, suspiro, escuchando leves pasos hacia el, agacho su cabeza, sabiendo de quien se trataba.
Manuel estaba ahí, mirándolo, Manuel era una pintura que ningún artista sería capaz de crear en todo el mundo, retiro el humo de su boca, apagando el cigarro.
Mateo se paro de el pequeño banco, acercándose poco a poco hacia su ¿amigo? Quedando cara a cara.
Las miradas que se dirigían eran de deseo, amor, no se podía explicar mucho de eso, preferirían guardar las palabras.
Manuel entrelazó su mano con la del mayor, la suavidad de esta llevó a Mateo a una fantasía que siempre soñó, donde no eran ladrones, tampoco libres, pero al menos, estaban juntos hasta el final, nada los separaría.
Solo que no era real, seguían viviendo en esa descarada vida de delincuentes que no sabían lo que hacían, solo disfrutaban.