Capítulo 8: La leyenda del Ángel Exterminador

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Quién sabe si esto es una leyenda que parece un relato o un relato que parece una leyenda, pero lo que sí está claro es que esconde una verdad que yo he querido contarles lo mejor que mi inspiración y mis musas me permitan.

En 1870, un joven y prometedor estudiante de medicina llamado Fausto, aspiraba a superar a todos sus compañeros siendo el primero de su promoción. Mucho se esforzó estudiando día y noche hasta que lo consiguió, mas cuando comenzó a ejercer descubrió que curar enfermos no era tan fácil en la práctica como en la teoría.

Aún así, no se rindió y siguió documentándose sobre técnicas de medicina tanto españolas como de otras partes del mundo. Pero esto no era suficiente, pues, aunque fuera el mejor médico del continente, se seguía sintiendo frustrado por no poder curar todas las enfermedades del mundo.

Sus compañeros de oficio lo veían como un loco por tener una aspiración tan alta y esforzarse por conseguir algo que ellos veían imposible. Mas, lo que realmente les importaba y molestaba era que cobraba a sus pacientes menos que ellos y que, por tanto, les estaba quitando mucho trabajo (pues gente de toda la península iba a Madrid solo para que él los tratara).

Guiados por los celos y la envidia, comenzaron a sabotear sus instrumentos para que sus operaciones erraran, mas aún así Fausto (adaptándose rápidamente a los contratiempos e imprevistos que le surgían) lograba acabar satisfactoriamente las operaciones.

Ursicio, Facundo y Manrique no podían soportar más aquella situación por lo que empezaron a pensar que no lograrían manchar la reputación de Fausto con sutilezas y lo acusaron de brujería y de realizar magia negra.

La gente comenzó a desconfiar de Fausto y a mostrarse reacios a ser tratados por él porque pensaban que acudir a Fausto era lo mismo que hacer un trato con el demonio, y la cosa no mejoró cuando el médico fue enjuiciado, pues éste se vio obligado a reconocer que de entre los miles de manuales que leyó había alguno de dicha temática.

El juez lo incapacitó para ejercer y ordenó que fuera encarcelado hasta que llegara el día en que acabara su vida en el garrote vil. Mas, durante ese tiempo que estuvo cautivo, aumentaron tanto las muertes por culpa de una epidemia de cólera que la justicia decidió indultarlo si conseguía frenar la epidemia antes de que fuera a peor.

Fausto y muchas personas vieron esto como una señal de Dios de que su don no podía desperdiciarse en un calabozo, pero Facundo y Manrique seguía envidiosos de él y les enfurecía que en lugar de pararle los pies solo habían logrado que fuera más famoso.

Pero Ursicio, en cambio, arrepentido de lo que había hecho, fue a casa de Fausto para pedirle perdón. Lo que no se esperaba es que cuando llegara se encontraría la casa en llamas. Asustado, grito pidiendo auxilio pero, en vista de que no aparecía nadie por la calle, se armó de valor y entró a socorrer a Fausto.

El humo era denso y el calor era insoportable, pero aún así siguió avanzando con la boca tapada por un trapo húmedo. Cuando por fin dio con Fausto, lo encontró inconsciente en su cama a causa de haber inhalado demasiado humo, así que lo cogió en brazos y trató de salir de allí lo antes posible. Avanzó rápido cruzando toda la casa hasta lograr estar a unos pocos metros de la puerta, mas un viga ardiendo cayó sobre él inmovilizándole y abrasándole la espalda (así pues, fue tal el dolor que sintió que se desmayó).

Se creía muerto, mas cuando despertó estaba fuera de la casa. Confuso, miró a su alrededor tratando de buscar una explicación y, por desgracia, la encontró en las quemaduras de las manos de Fausto. Al verlo no pudo evitar llorar como un niño por pensar que a pesar de todo lo que le había hecho, Fausto había sacrificado sus manos para salvarle la vida...

-¿Por qué lo has hecho? Podrías haberte salvado tú. -Dijo Ursicio entre sollozos.
-Porque me hice médico para salvar vidas y eso haré hasta el día en que muera, no porque el juramento hipocrático sino porque para eso me trajo Dios al mundo. -Respondió Fausto mientras contemplaba cómo su casa seguía ardiendo.
-Pero... ahora no podrás operar a nadie... -Dijo Ursicio mirando sus manos.
-Cierto es... mas no sólo operando se salva vidas... -Dijo Fausto esbozando una sonrisa para tranquilizar a Ursicio.

Aquello fue el comienzo de algo más que una amistad, pues Ursicio se convirtió en las manos de Fausto y, combinando los conocimientos de uno y la pericia del otro, lograron erradicar el cólera de España antes de que llegara a ser una epidemia tan grave como la que tuvo lugar en Francia o en otras partes del mundo.

Mientras tanto, Facundo y Manrique sentían como su odio por Fausto crecía cada vez más debido a que hicieran lo que hicieran no lograban librarse de él. Pero no podían volver a llevarlo ante la justicia debido a que la opinión pública lo consideraba una bendición del cielo tenerlo, por lo que esta vez denunciaron a Ursicio por sodomía, logrando que éste fuera condenado a la horca.

Sin nadie que operara por él, Fausto debía retirarse (o al menos así figuraba en los planes de Facundo y Manrique) pero había una larga cola de médicos que deseaban ser sus manos y compartir su éxito. Al darse cuenta de esto, Manrique traicionó a Facundo, pasando a ser quién ocupó el lugar de Ursicio, pero Facundo enfureció tanto al enterarse que envenenó a Manrique, haciendo que muriera mientras realizaba una operación y que, por tanto, el paciente también falleciera.

Había sido cegado tanto por la ira y la envidia que había cometido errores que acabaron delatando la autoría del crimen y haciendo que la policía lo apresera acusado del asesinato de Manrique y de homicidio imprudente por la muerte del paciente.

Esta trágica sucesión de hechos no sólo pasó entre Manrique, Facundo y Ursicio sino entre todos los médicos que querían ser las manos del célebre Fausto y operar por él.

Saber esto llevó a Fausto a una profunda depresión y al alcoholismo, hasta que determinó que por más que se esforzara su existencia causaba más muertes que sanaciones, por lo que se suicidó antes del verano del años 1884.

Pero, según cuenta la leyenda, Dios entristeció tanto al ver porqué había muerto Fausto que hizo que su cuerpo, en lugar de ser enterrado como el de un mortal cualquiera, pasara a convertirse en una estatua con forma de ángel que se colocó en el Cementerio de Nuestra Señora de La Almudena... de esta manera, aunque no pudiera curar a la gente, este pétreo ángel haría sonar su trompeta el día que llegara el Apocalipsis y haría que todos los muertos se levantaran.

Por ello, si pasas junto a esa estatua y oyes una trompeta, ten cuidado, pues, hasta que llegue el Apocalipsis, sólo las personas que morirán en breve pueden escucharla...

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