Capítulo 15: El viaje del duende Crispitipin por Andalucía

11 3 0
                                    

Esta historia comienza con una gota de rocío que cayó de una hoja a un estanque cierto día de luna llena. Quién sabe porqué pasó, pero de aquel estanque andaluz nació Crispitipin, un duendecillo de piel azul y ojos amarillos, con la capacidad de cumplir deseos a la gente.

Éste fue criado por luciérnagas y ranas hasta que un día, pasó cerca de aquel estanque un humano. Crispitipin nunca había visto uno antes y quedó fascinado por su aspecto y por su comportamiento tan distinto del de los animales que le criaron. El granjero se acercó a un pozo a sacar agua pero cuando estaba subiendo el cubo lleno de agua vio algo extraño reflejado en el agua.

Asustado, giró la cabeza y buscó a su alrededor, pero el inocente duendecillo estaba jugando con él al escondite y siempre se ponía donde no podía verle. Sin embargo, fruto de su actitud pueril, se le escapó una carcajada que alertó al granjero de que estaba detrás de él.

-¿¿Qué eres?? -Preguntó el granjero.
-No lo sé. -Contestó el duendecillo sin saber cómo responder a aquella pregunta.
-¿Eres un Martinico o un Trasno? -Preguntó el granjero pensando en la personalidad traviesa de esos tipos de duendes.
-Quizás sí, quizás no... -Respondió Crispitipin sin saber qué eran esas criaturas que había mencionado aquel hombre.
-Seas lo que seas, no pareces ser maligno ni peligroso, espero que descubras qué eres. -Dijo el granjero despidiéndose de él.

Al día siguiente los cultivos del granjero habían crecido pese a estar recién plantado y su hijo había recuperado la vista. El hombre pensó que el extraño duendecillo había hecho todo eso como agradecimiento por haberlo tratado bien y comenzó a llevar al pozo cada día al ocaso media hogaza de pan como agradecimiento, aunque nunca volvió a verlo.

Crispitipin había comenzado un largo viaje para descubrir qué era. Tras semanas de viaje llegó a Hispalis y decidió pasar la noche en una casa.

Cuando entró se encontró a una familia con ojeras y somnolientos.
-¿Qué os pasa? -Preguntó Crispitipin extrañado por el aspecto de esas personas.
-Hay un Martinico en esta casa que no nos deja dormir. -Dijo la mujer, que tenía tanto sueño que no se había fijado en el aspecto de Crispitipin.
-Si me dejáis pasar la noche aquí os ayudaré a solucionar vuestro problema. -Dijo el duende esbozando una amplia sonrisa.

La familia aceptó el trato a pesar de no tener muchas esperanzas de que logrará ayudarles. Sin embargo, Crispitipin era optimista y estaba seguro de poder arreglarlo todo hablando con el Martinico.

El duendecillo durmió dentro de una copa, fantaseando con la idea de que el también fuera un Martinico, pero cuando un ruido lo despertó y vio al duende se dio cuenta de que eran muy diferentes. El Martinico tenía la piel verde, era regordete, vestía con hábito de monje y tenía una joroba, una cola y una gran nariz rojiza con forma de berenjena.

El Martinico le contó que ser inmortal era muy aburrido y que la única manera de divertirse que conocía era gastar bromas pesadas por la noche (como romper o esconder cosas o hacer ruido para despertar a la gente) pero le frustraba que siempre se enfadaran con él por hacer mucho ruido. Crispitipin vio una solución fácil, le regaló al Martinico un bote con polvos mágicos que dormía a la gente y lo convenció para hacer bromas que no molestara tanto a la familia.

Así, la familia consiguió volver a dormir y el Martinico comenzó a gastar bromas más inocentes (como solo esconder o cambiar cosas de sitio) y si rompía algo por accidente la magia de Crispitipin lo arreglaba. Según cuentan, el que los Martinicos ahora durmieran a la gente antes de gastarles bromas hizo que surgiera la frase "ya viene el Martinico" que decían los padres cuando veían que sus hijos tenían sueño.

Alegre por haber podido ayudar a aquella familia, Crispitipin prosiguió con su viaje para descubrir qué clase de duende era.

Esta vez llegó hasta Granada. Su cara se iluminó al ver por primera vez la nieve y subió ilusionado a Sierra Nevada dejándose llevar por su pueril personalidad. Mas, mientras subía, vio a un alpinista atrapado bajo un alud. Siguiendo su instinto, chasqueó los dedos e hizo que su magia liberara al alpinista.

-¿Qué te ha pasado? -Preguntó Crispitipin.
-Han debido ser los Monos Caretos. -Se quejó el alpinista.
-¿Qué es un Mono Careto? -Preguntó Crispitipin confuso.
-Es una especie de duende con forma de monos peludos y feos que tratan de matar a la gente que sube a la montaña.
-¿Y si es tan peligroso por qué sigues viniendo a la montaña? -Preguntó el duende.
-Por el mismo motivo que tú, para divertirme. -Respondió el alpinista antes de marcharse.

A Crispitipin le entristeció que la gente no pudiera disfrutar de la montaña y decidió hablar con los Monos Caretos. Pero tras buscarlos durante horas, fueron ellos los que lo encontraron a él y lo atraparon bajo una avalancha. Furioso, Crispitipin usó su magia para derretir todo la nieve de la montaña.

-¡¡¡Noooo!!! ¿¿Por qué has hecho eso?? -Exclamó uno de los Monos Caretos.
-Por que sois malos y si no prometeis dejar de atacar a la gente nos os devolveré la nieve. -Dijo Crispitipin enfadado.
-¿Y si solo jugamos en una parte de la montaña? -Preguntó un Mono Careto tratando de encontrar un punto intermedio entre ambas opciones.
-Me parece bien. -Contestó Crispitipin, queriendo mostrarse compresibo con aquellos feuchos duendes.

Según cuentan, cada vez que ves en una montaña de nieve un aviso por zona peligrosa es porque esa es la parte de la montaña en la que juegan los Monos Caretos. Por ello piénsalo dos veces si vas a una montaña, porque si no tienes cuidado con a dónde vas puedes cruzarte con alguno y morir bajo una avalancha o un alud...

Historiae et FabulaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora