Capítulo 11: La urraca y las manzanas de oro

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¿Alguna vez te has preguntado por qué a las urracas les gusta tanto las cosas brillantes?

La respuesta a esto se remonta al comienzo de la época clásica. Por motivo de su boda con Zeus, Gea le había regalado a Hera un frondoso jardín coronado por un gigantesco y magestuoso árbol que daba manzanas de oro (que, según cuanta algunas leyendas, proprocianaban la inmortalidad a quien las comiera). Así pues, era tan preciado dicho fruto que Hera necesitaba un guardián para el Jardín de las Hespérides (llamado así por las ninfas que lo cuidaban).

Antes de crear a Ladón, famosa hidra guardiana del jardín que nunca dormía y a la que Hércules acabaría engañando para cumplir uno de sus trabajos, Hera creó a una gigantesca ave negra y blanca a la que dotó con la capacidad de atrapar con sus garras el alma de sus víctimas (separando a ésta de su cuerpo) para que protegiera el jardín.

Este monstruoso pájaro acabó con la vida de miles de osados intrusos que trataran de robar las manzanas para conseguir la inmortalidad.

Mas, Kyrus necesitaba conseguir alguna de esas manzanas a cualquier precio para salvar la vida de su hija (a la que le quedaban pocos años de vida a causa de una enfermedad). Pero este tracio no eran tan vehemente como para lanzarse a enfrentarse a algo desconocido a lo que hasta ahora nadie había logrado engañar, así que pasó semanas observando al ave.

Confiaba en poder robarle alguno de los frutos si se acercaba sigilosamente hasta el árbol mientras la bestia dormía, mas esta criatura solo dormía una hora al día y tenía un sueño tan ligero que ni siquiera un hoja podía acercarse al árbol sin que se diera cuenta.

Desesperado por no saber qué hacer, Kyros recurrió al Dios Hypnos, personificación del sueño y padre de Fantaso, Morfeo y Fóbetor (deidades relacionadas con los sueños). Para su sorpresa, a Hypnos le conmovió su historia y le pareció tan noble su cruzada que decidió ayudarle.

Cuando Kyros volvió a la entrada del Jardín de las Hespérides, entró en el sin más, caminando hacia la monstruosa ave y desoyendo las advertencias de las ninfas. Furiosa por su descaro, la mortal criatura de ojos llameantes y pico dentado alzó el vuelo para caer en picado sobre él al instante. Mas, de pronto, Kyros sacó de su bolsa una flauta de pan y empezó a tocar con ella una hermosa melodía.

Al oírla, tanto las ninfas como el atroz ave cayeron en un profundo sueño. Kyros temió que la criatura despertara al dejar de volar y darse de bruces contra el suelo pero ni eso logró sacar a la temible bestia de su letargo.

Cuando Hera visitó su jardín y se encontró tanto a las ninfas como al guardián todavía dormidos y que faltaba una manzana, montó en cólera y maldijo a aquel ave haciendo que adoptara un tamaño y aspecto inofensivo y la desterró de su jardín hasta que recuperará la manzana de oro que había perdido.

El ave (a la que la gente bautizó como Urraca) buscó durante años pero cuando por fin dio con Kyros y su hija, supo que ya se había comido la manzana. Por lo que, abatida por no haber podido cumplir la tarea que le había encomendado su madre, pasó su vida recogiendo cosas brillantes con la esperanza de que algún día Hera la perdonara a ella o a alguna de sus descendientes y les devolviera su aspecto original.

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