Capítulo 1: El origen de los Kappas

102 7 0
                                    

Esta historia que hoy os cuento, hace tantos siglos que cayó en el olvido que solo perdura gracias a una familia que la ha ido trasmitiendo de generación en generación para asegurarse de que ninguno de sus descendientes cometía el mismo error que cierto antepasado...

En el albor de los tiempos, la vida sencilla y cotidiana no era tan sencilla como ahora. Solo para tener agua la gente tenía que ir al pozo cargada con tinajas o cubos y caminar una larga distancia de vuelta a casa. En aquella época no había redes sociales ni teléfonos, por lo que las personas socializaban con los demás saliendo a la plaza del pueblo o durante dichos tortuosos viajes al pozo. Pero ya basta de rodeos y centrémonos en la historia que sucedió hace siglos, en una humilde aldea japonesa cuyo nombre no puedo recordar...

Un joven chico, hijo de artesanos, recorría la plaza en busca de su gato, que se había escapado de casa asustado por el ruido de un cántaro de cerámica que cayó accidentalmente al suelo. El joven, de nombre Kapajiro, buscó desesperadamente por todos lados hasta que sus ojos se cruzaron accidentalmente con los profundos y enigmáticos ojos de una joven de rojizo cabello que acariciaban a un gato de negro pelaje que dormía sobre su regazo. Kapajiro reconoció al instante a su mascota pero no a aquella joven, por lo que debía haber llegado al pueblo hace poco. Su padre era extranjero pero su madre era de Japón, por lo que sus rasgos aunaban lo mejor del mundo oriental y del mundo occidental. Con la voz entrecortada por la timidez, Kapajiro la saludó tartamudeando. La joven sonrió al verle y comprendió por sus gestos que quería decirle aquel gato era suyo, así que sin decir nada, cogió al animal y lo alzó para que el joven lo cogiera. Kapajiro se odiaba a sí mismo por ser incapaz de darle las gracias o preguntarle su nombre pero por más que tratara de luchar contra su timidez, se sentía diminuto ante aquella hermosa joven.

Pasaron semanas sin saber qué hacer para volver a tener una oportunidad de conocer a la persona que le había robado el corazón, pero cada vez que la veía estaba rodeada de numerosos pretendientes que habían quedado prendados y embelesados por la belleza y la forma de ser de aquella enigmática joven de familia acomodada.

Kapajiro imploraba a los dioses cada noche por otra oportunidad para hablar con el amor de su vida y por tener suficiente valor como para mostrarse tal y como es ante ella. Siempre dormía entre lágrimas pensando que aquello no era más que una quimera lejos de su alcance y convencido de que los dioses no lo ayudarían, hasta que, una noche, entró una luciérnaga en su dormitorio y con una dulce voz le dijo que le daría una oportunidad para impresionar a la chica a la que amaba si le rendía culto durante toda su vida tan fervientemente como cuando tenía problemas.

Así, al día siguiente, su gato se volvió a escapar de casa. Alegre porque pensaba que volvería a verla tal y como la primera vez, Kapajiro salió corriendo detrás de él con una sonrisa en el rostro, sin imaginar ni por un momento que podría ser diferente la situación. Mientras cruzaba la plaza de un lado a otro, el prácticamente imperceptible sonido de un quejido animal le hizo correr hacía un callejón donde encontró a aquella joven de la que había enamorado a primera vista, pero también a un grupo de cuatro personas (de edades cercanas a la suya) tirando piedras a su gato para recuperar la cinta roja que éste la había quitado a la joven. Nada más verle, la joven se acercó a él, le agarró del brazo y le pidió que hiciera algo para impedir que lastimaran al animal (pues por mucho que ella le gritara que parasen no le hacían caso). Esta vez Kapajiro fue capaz hablar con ella y decirlo que lo haría, pero nada más acercarse a aquellos pueriles gamberros sintió que la sangre se le helaba y que el miedo se apoderaba de su cuerpo impidiéndole articular palabra alguna. Impotente, vio como una piedra desafortunada golpeaba al animal hiriéndolo de gravedad.

La joven se acercó llorando al cadáver del gato, inocente víctima de un mal pensado ardid para enamorarla, y gritó furiosa a todos que se fueran, reflejándose en sus ojos el odio tanto por los desalmados que había pensado que recuperando esa cinta (aún a riesgo de lastimar al animal) la enamorarían como por la cobardía del joven que no fue capaz ni de pedir que dejaran en paz a su mascota. Todos se alejaron de allí rápidamente, incluido Kapajiro, que todavía trataba de asimilar en su cabeza todo lo que acababa de pasar... Tristemente, ahora no solo estaba peor que antes sino que había perdido a su mascota.

Indignado y furioso, aquella noche maldijo durante horas a aquella luciérnaga culpándola de todo lo que había pasado. Ofendida por haber roto su parte del trato, la luciérnaga volvió a entrar en su cuarto y (hablando esta vez con voz grave) le recriminó su cobarde conducta. En el fondo Kapajiro sabía que tenía razón pero aún así le gritó que lo que le había pedido no era vivir una aterradora escena de terror sino que ella se enamorara de él.

-Si es amor lo que quieres, amor te daré... pero el precio a pagar no será tan bajo. -Dijo la luciérnaga con una terrorífica voz.
-Haré lo que sea, no importa el sacrificio que tenga que hacer. -Respondió el joven inmediatamente.
-Está bien, haré que se enamore de ti, pero a cambio todos y cada uno de los hijos que surjan de su vientre deberá serme ofrecido en sacrificio. -Dijo la luciérnaga, cuya luz se había tornado rojiza.

Aquella misteriosa divinidad efectivamente cumplió su palabra. Durante años Kapajiro estuvo felizmente casado con su amada y le rindió culto todas y cada una de las noches tal y como prometió, pero aquella promesa le empezó a pesar cuando descubrió que su esposa estaba embarazada. Había deseado con todas sus fuerzas durante todo ese tiempo que su esposa nunca llegara a quedarse embarazada para no tener que cumplir aquella parte de la promesa, pero sus mayores temores se habían hecho realidad y se encontraba ante una difícil disyuntiva. ¿Cómo podría sacrificar a su propio hijo o hija? ¿Cómo podría hacer algo que sin duda rompería el corazón de su amada y la haría llorar durante infinidad de días y años?

Kapajiro pasó nueve meses preocupado, sin apenas poder dormir ni comer. Sabía perfectamente que sería incapaz de cumplir aquella parte del trato, así que buscó la manera de engañar a la luciérnaga, entregándole un cachorro de gato recién nacido al que había rapado para que pareciera y recortado las orejas para que pareciera un bebé humano. Mas aquel engaño solo consiguió enfurecer a la luciérnaga, que le amenazó con castigarle si no cumplía su promesa en el plazo de un día.

Aterrado y sin saber qué hacer, Kapajiro contemplaba la cuna en la que dormía su hija esperando hallar una solución. Pero, por más que pensara y pensara, no se le ocurría nada... finalmente llegó la noche y le entregó a su primogénita mientras su esposa dormía.

Al alba, la esposa de Kapajiro se despertó sobresaltada a causa de una pesadilla y buscó desesperadamente a su hija por toda la casa. Un dolor empezó a oprimir su pecho, un sudor nervioso comenzó a recorrer su cuerpo y sus pulsaciones se aceleraron tanto que pronto empezó a sentir que le faltaba el aire y acabó desmayándose. Kapajiro corrió hacia ella a pesar de que no sabía qué hacer para ayudarla y comenzó a gritar para que algún vecino acudiera en auxilio de su mujer.

Al cabo de unas horas, Aiko despertó. El sentir a su hija recién nacida sobre su pecho era lo único que necesitaba, mas no estaba lo suficientemente recuperada como para levantarse de la cama, por lo que no supo hasta el día siguiente que su marido había desaparecido. La luciérnaga había descubierto su engaño y, furiosa por que le hubiera entregado el hijo de otra persona en lugar de su primogénita, lo había raptado.

Por su cobardía y por incumplir su promesa, la luciérnaga lo castigó haciendo que su cuerpo se tornara verdoso, su boca se alargó hasta parecer un pico, en sus manos y pies surgieron ancas y en su espalda un caparazón de tortuga. Lo había vuelto un monstruo inmortal que poco a poco estaba perdiendo la capacidad de hablar. Asustado, corrió a la ciudad para pedir ayuda pero apenas pudo pronunciar la mitad de su nombre antes de que la gente gritara y comenzará a tirarle piedras.

No sabía qué hacer ni dónde ir así que corrió hacia el río llorando. ¿Cómo podía haber acabado así? ¿Acaso todavía podía solucionarlo? Todo aquello acabó desquiciándolo tanto que cada vez que algún niño se acercaba al río en el que ahora vivía lo raptaba y lo sacrificaba esperando saldar algún día la deuda que había contraído con aquella misteriosa deidad y que cuando aplacara la ira de ésta pudiera recuperar su aspecto normal y conocer a sus descendientes...

Historiae et FabulaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora