Parte 4

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Nunca tuvo una buena relación con su hermano mayor. No es como si hubiese querido uno cuando se escondía debajo de la mesa, abrazando a su perro mientras sus padres se gritaban e incluso golpeaban en la sala de su pequeño departamento.

No es como si hubiese querido el cariño y aprobación de un padre después que su papá biológico lo golpeaba y quemaba cigarrillos en sus brazos llamándolo inútil.

Solo el amable y comprensivo abuelo que nunca hubiera soñado tener. Sí, solo él.

Durante las infinitas tardes de estudio que le asignaba el gran murciélago, solía tomarse más descansos de los autorizados. Bajaba a la cocina y como no queriendo la cosa, se paraba a un lado de él, intentando mirar lo que cocinaba y queriendo alcanzar de vez en cuando una galleta recién horneada.

—No —y un cucharón de madera le golpeaba la mano.

Con el tiempo, prefería saltarse ciertas lecciones para bajar a la cocina con el mayordomo a ponerse un enorme mandil y ayudarle a preparar algún postre. Aunque la mayor parte del tiempo recibía golpes por robarse las chispas de chocolate o alguna fresa cortada, aprendió que lo que más le gustaba de la cocina era estar con él.

El británico odiaba cuando Jason llegaba de una misión herido, aunque fuera levemente y el culpable al parecer, nunca era él, sino su mentor. Bruce recibía más de un regaño si llegaba a ser muy duro el entrenamiento o la primera vez que lo hizo saltar a más de diez metros del suelo. No le importaba quien fueras, nadie estaba encima del buen Alfie en esa gran mansión.

Jamás se sintió más seguro que con el buen Alfie. Lo único malo, es que siempre abogó por la paz entre hermanos, aunque fuera una causa pérdida.

Recordaba que en numerosas ocasiones los engañaba para convivir entre ellos. Una vez llegó tan molido de una misión contra el odioso villano de los acertijos, le dolía la cabeza y solo quería llegar a dormir. Pero no, ahí estaba dormido el estúpido omega en su cama. Lo despertó con una llave al cuello y comenzaron a golpearse tan fuerte que Alfred llegó con un plumero y los separó abogando por el bien de los muebles de la casa.

Cuando ambos comenzaron a reclamar simplemente contestó: "Al menos logré que se dirigieran un par de palabras", esa fue su excusa y se marchó con una discreta sonrisa.

Tenía formas muy raras de hacer las cosas. Le enseñó a leer a Shakespeare, hornear, como ser un caballero y como apuntar un arma, esto último como un regalo secreto de cumpleaños del que Bruce jamás debía enterarse. Si bien fueron balas de airsoft, fue de los días más felices de su adolescencia en esa enorme mansión.

De las cosas más útiles que ese hombre mayor y ex-militar le enseñó, fue el como con pedaceria de otras máquinas  construir un radar. El cuál, ahora formaba parte importante de la salida silenciosa que planeaba a través del sótano, donde encontró los pozos de Lázaro.

Regresando de los odiosos entrenamientos, de nuevo se dejó caer de rodillas frente a su cama y apenas iba a intentar drenar sus pectorales presionándolos fuertemente cuando escuchó el llanto de su bebé por los pasillos.

Corrió hacia el sonido sin pensar y vio como otra enfermera —por supuesto, no la pobre degollada que vio en el sótano—entraba con Damian a un cuarto y cerraba la puerta tras de sí.

Con toda la paciencia que le quedaba decidió esperar y regresó a su cuarto a quitarse el sucio uniforme y lavarse con cuidado una vez más, con la esperanza de poder alimentar al pequeño de ojos verdes.

Una hora después escuchó como subían hacia la habitación de Talia y lo dejaban llorando. Cuando se hubo asegurado que no había nadie más en el pasillo entró con mejorada velocidad gracias a los absurdos entrenamientos de la Al Ghul y cerró con llave.

El renacer de un aveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora