Parte 7

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Hay momentos de tu vida que pareces estar en modo automático. Como si dejaras de pensar cada paso, cada movimiento. Todo pierde el sentido y actúas únicamente por inercia. Tus acciones se vuelven involuntarias e inesperadamente sinceras.

Volverse un forajido fue de lo más natural. Había gente que no merecía el perdón y la cárcel parecía un castigo demasiado suave en comparación a los crimines cometidos. A veces, la muerte era la solución que la sociedad necesitaba y las víctimas reclamaban. Sin embargo, no era la que Batman aprobaba.

Había cientos de cosas que su padre adoptivo no aprobaba. Las armas estaban prohibidas, matar estaba prohibido, saltarse horas de sueño establecidas también, no comer ameritaba un castigo físico a forma de correr por el gimnasio improvisado en la mansión.

Los castigos físicos se le daban muy bien, sobre todo por maldecir, eso le había ganado unas grandes y fuertes piernas.

Jamás dejó de maldecir por más castigos militares que le impusiera Bruce. Pero sí aprendió una cosa, él no era su compañero, no era su amigo; su padre adoptivo no era tan diferente al biológico. Nunca le puso una mano encima, al menos antes de morir, sin embargo, podía ver claramente que no era porque no quisiera. La desobediencia se pagaba con dolor.

Ese condicionamiento estaba tan marcado en él que cuando rompía sus propias reglas se castigaba a sí mismo. Y cuando algo dolía sentía que de algún modo, lo merecía.

El peso de Slade sobre sus costillas le hacía difícil el respirar. Lo mantenía inmovilizado de sus extremidades y su cabeza palpitaba de tal forma que casi prefería sentir los dientes del alfa buscando morder su cuello.

Al tener lastimada la cadera por el disparo su eje se veía afectado y era difícil intentar realizar una maniobra en contra de la llave de cuerpo completo del mercenario. Aún así hizo su mejor esfuerzo y logró darle un rodillazo en su entrepierna que esperaba hubiera mandado al diablo la erección del alfa que podía sentir notoriamente contra si mismo.

Logró sacárselo de encima y empezó a arrastrarse con los codos unos metros lejos de él. Se apoyó en la pequeña barda que los separaba de una caída de más de siete pisos de altura y desenfundó su arma con la mano que aún le respondía. Intentó dispararle pero al intentar apuntar había empezado a ver doble todo, ¿a cual de los dos debía dispararle?

Fue muy tarde cuando decidió pues, una vez más, fue derribado al suelo. Al caer, elevó su rodilla con la esperanza de apuntar al abdomen del alfa y sacarle el aire, pero el maldito solo tomo su pierna y la elevó por encima de su cadera, restregandole la erección que creía había perdido con el anterior rodillazo.

—Tu olor es tan dulce... —y lamió su cuello por debajo de la mandíbula casi hasta su oreja, arrancándole su mascara con filtro de aire.

De golpe sus pulmones se llenaron del aroma a petricor, tierra mojada y anís. Algo se estremeció dentro de él y al ver la sonrisa lasciva del hombre supo que estaba soltando sus feromonas a propósito; intentaba adelantar su celo.

Sus mejillas se sonrojaron y pronto comenzó sentir su cuerpo calentarse. Intentó resbalarse o huir de él pero cada vez era más complicado, su naturaleza por primera vez lo volvía presa de sus instintos más bajos.

Ya casi no estaba luchando, sentía sus músculos relajarse involuntariamente, aceptando el ataque del que su piel era víctima.

Slade le había abierto la chamarra de piel café y buscaba desgarrar la playera negra de cuello amplio que usaba el que fuera el segundo Robin.

Su brazo izquierdo había sido inmovilizado debajo de su pierna, la cual mantenía alzada y hacia afuera, doblada en un ángulo que le permitía simular ligeras embestidas directamente hacia su trasero.

El renacer de un aveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora