Parte 8

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Las expectativas pueden ser unas hijas de puta. Las propias y las ajenas. Sobre todo las últimas, y sobre todo si vienen de las personas que amas.

Cuando tienes 13 años y eres el nuevo chico maravilla... Bueno, ya no hay nada de maravilloso en una segunda versión.

Tenía que ser siempre más rápido, más ágil y más listo. Se esforzaba al máximo para poder ser mas flexible y realizar acrobacias más complicadas, sortear obstáculos con más gracia e incluso ser simpático, pero eso último nadie lo sabría jamás. Intentaba ser el mejor compañero que podía para Batman. Pero nunca era Dick Grayson.

Sin darte cuenta empiezas a querer cumplir las expectativas de todos los que están a tu alrededor. Incluso cuando vivía en la calle, sentía que tenía que estar a la altura y, cuando cambio el robar rines de carros por aprender a tomar el té en una gran mansión, la presión fue mayor.

En ese tiempo su mayor temor era nunca poder alcanzar a su hermano mayor, a quién veía tan alto que le dolía el cuello si intentaba mirar demasiado. ¿Porque no ser él mismo? Porque a nadie le gustaba quien era. Nadie quería al niño que era... Tal vez un soldado, robin, compañero, adorno para las fotos, hijo postizo, pero nunca Jason.

Años después aprendió a ignorar las expectativas ajenas y concentrarse en las propias, sin embargo, resultaron ser igual de hijas de puta que las anteriores. Esta vez no se generaban a partir de alguien que admiraba o quería, sino de sus inseguridades y anhelos.

¿Era capaz de asesinar? Por supuesto. ¿Era capaz de controlar el crimen en Gotham desde una posición de poder y política criminal? Claro, más de una vez. ¿Podía hacer un análisis literario sobre los planes de Iago contra Othello? Alfred le había enseñado como leer a Shakespeare, no había duda que pudiera hacerlo. ¿Dejar de anhelar la aprobación de su padre adoptivo? Bueno...

Viajar en el batjet era extrañamente incómodo. O tal vez era que estaba tan herido que apenas y podía mantenerse con los ojos abiertos. No dejaría de abrazar a Damian aunque la fuerza abandonara sus brazos por más que insistiera Batman.

No recordaba como había llegado allí arriba, si había protestado al ser vendado por el murciélago o que diablos había sucedido con Slade.

Mirando al pequeño bebé en sus brazos pensó en la paz que le daba su calor y su ligero olor a duraznos, ¿que pensaría Bruce cuando le dijera la verdad? Pronto las cosas iban a cambiar mucho para ambos y de verdad esperaba que fuera para bien, sino, el haría que lo fuera.

Cuando aterrizaron Batman ni siquiera volteo a verlo, simplemente se bajó y llamó a Alfred.

Se levantó intentando no mostrar lo maltrecho que estaba, caminó con seguridad y erguido hacia el que consideraba como un abuelo.

Orgulloso de si mismo y, viendo la aprobación infinita en los ojos grises que se llenaban de lágrimas al verlo, le extendió el pequeño bulto verde con toda la confianza que alguien podría depositar en una persona.

—Su nombre es Damian —le dijo y un hilo de sangre salió por la comisura de sus labios.

—Bienvenido a casa, amo Jason —respondió el hombre mayor y lo abrazo junto con el pequeño bebé que cargaba.

La esencia a yerbabuena y eucalipto que percibía en ese abrazo lo relajó tanto que olvidó que estaba fingiendo ser fuerte, que estaba ignorando el mareo por perdida de sangre, el dolor punzante y las rodillas temblorosas.

—Alfie, no me siento bien —alcanzó a decir antes de desmayarse. Pero todo estaba bien, olía a eucalipto y yerbabuena; Estaba en casa.

Cuando abrió los ojos estaba en su antiguo cuarto, podría reconocer el techo con marcas de diversos balones que realizó en las aburridas noches que lo castigaban sin ir a patrullar.

El renacer de un aveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora