Es él.

11.2K 736 39
                                    

Una multitud de personas atiborran los pasillos, más de la normal. Los casilleros de la escuela se encuentran cerrados por espaldas y hombros que impiden que saque mi libro de matemáticas para la siguiente clase.

Me muevo entre la gente como una sombra, mi estatura no es muy alta y mis pasos son ligeros. Me escabullo y logro ponerme hasta adelante para ver lo que sucede. El doctor de la enfermería le grita a todos que se quiten, sus ojos están muy abiertos y sus movimientos son nerviosos. El estetoscopio brinca en su pecho como un columpio, golpeándole una y otra vez.

-¡Qué se quiten! ¡No sean morbosos con una carajo!-grita al borde de la histeria. A empellones mueve a varias chicas que bloquen la puerta, él la abre y se queda ahí custodiándola. Cuando giro la cabeza a la derecha veo el motivo de la anarquía. Dos enfermeras, una gorda y vieja y una joven y delgada cargan una camilla. Sus ojos están igual de abiertos que los del doctor y sus rostros muestran una palidez cadavérica.

Algo muy malo ha pasado.

La tela antes blanca que cubre la camilla ahora es roja, solo quedan pequeños trozos de color blanco resaltan a la luz. Me impacta tanto la profundidad del color, es más allá que rojo, más profundo. Vida que abandona el cuerpo. Pequeñas gotas caen de la tela al piso dejando una estela carmín en el suelo. Un camino que marca la muerte de lo que antes estaba vivo.

La gente se alborota cuando la camilla pasa frente ellos. Muchos sueltas murmullos, algunas chicas se apartan rápidamente y se tapan los ojos y la boca. No alcanzo a ver quién es. Quizás es porque no tengo demasiados amigos verdaderos aquí, pero no me siento preocupado, es cruel sentirse ajeno al dolor de la gente a mi alrededor, pero sería hipócrita sentirme mal por alguien que quizás solo he visto un par de veces en mi vida al cruzar los pasillos de la escuela. Lo único que me turba es el rojo profundo de la sangre.

Las enfermeras ahora están más cerca, puedo ver unos dedos que sobresalen del cuerpo amorfo que está tendido en la camilla. Dedos pálidos, fríos, el calor ha abandonado su piel. Me pregunto quién es, aun no logro ver su cara.

Maestros comienzan a dispersar a la gente de manera alterada. Están más nerviosos ellos que nosotros. Creo que nadie  está preparado para una situación así. Un profesor me toma el hombro y me pide que me vaya, su voz tiembla así como sus dedos. Comienzo a moverme para dirigirme a mi casillero cuando… no.

No, no, no, no.

Detrás de las enfermeras vienen jugadores, jugadores de football americano. Llevan sus cascos en las manos y el cabello brillante por el sudor. El entrador corre detrás y los aparta para acercarse a la camilla que ahora es más una cama de sangre.

No, no, no es él. Hay demasiados jugadores en el equipo. 11 de defensa, 11 de ofensa, equipos especiales y suplentes. No es él, no es él.

-¡Vamos, tienes que irte!-me dice el profesor casi empujándome.

Aparto su mano de un tirón y corro a donde están las enfermeras. No es él, no es él, no es él. Mis pasos hacen rechinar el plástico de las suelas contra las baldosas. Mi corazón está agitado de una manera tétrica, como si supiera cuando algo malo ha sucedido.

No, es él, no es él.

Las enfermeras me miran consternadas cuando corro a su lado para ver quien está recostado. Aparto la mirada de ellas y me acerco, el segundo antes de ver quién es se convierte en una eternidad abismal, un vacío de sentimientos, de emociones. No existe nada en ese segundo.

Es como si alguien me golpeara con un martillo la cara, el estómago, el pecho. Mis fuerzas se evaporan, mis manos se enfrían y mi cuerpo se emblandece. Quiero ser alguien más, cualquier persona en este instante, ser lo que  sea, lo que sea. No quiero sentir este dolor, un dolor que no se puede curar. No, no, no, no, no, ¡NO!

El destino me mira a la cara sonriendo y me escupe.

Es él.

Siempre supe que era él, pero no quería creerlo. No podía creerlo.

Sus ojos abiertos me miran sin vida. No hay brillo en ellos, no hay nada. Naturaleza muerta, muerta. Escucho el glic-glic de la sangre golpeando las baldosas. Tomo sus dedos en mi mano. Mi corazón se rompe al sentir su frialdad. Estrecho su mano pero los dedos están retorcidos y tiesos.

De sus labios no volverá a salir mi nombre.

Sus ojos no volverán a mirarme.

Mi vida se cae a pedazos.

Nunca volveré a sentir sus tibios dedos contra mi piel.

Nadie escuchará su risa jamás.

Mi vida está hecha pedazos.

Caigo de rodillas y algo acido me sube del estómago hasta la garganta. Las lágrimas salen por mis ojos cristalizados. La gente se mueve a mi alrededor como si yo no estuviera, y quizás es cierto. No estoy, no existo.

Tras la cortina borrosa que son mis ojos me llega la imagen de la sangre en el suelo. Es como una estocada en mi espalda que me perfora los pulmones y me impide respirar.

Es él.

Más bien, era él.

Presente para los vivos.

Pasado para los muertos.

Eres mío Donde viven las historias. Descúbrelo ahora