La huída

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Es increíble la forma en que tu vida puede cambiar en tan solo un momento, la forma en que un suceso puede cambiar tu vida para siempre.

Una mañana fría de otoño, desperté a la hora de siempre, con mis cobijas tiradas en el suelo y los pies congelados. Me senté en la orilla de la cama y me puse las pantuflas rosas que solía usar. Bajé las escaleras casi corriendo, esperando encontrar el delicioso desayuno que mi mamá preparaba cada mañana. Sabía que veiría ahí a mis dos padres conversando, papá tendría su periódico en las manos y lo dejaría en la mesa para darle un besa en la mejilla a mi madre, en cuanto me vieran entrar me recibirían con un abrazo y se dispondrían a desayunar conmigo. Por eso fue una gran sorpresa el encontrar la cocina sin ningún desayuno, con los trastes acomodados de la misma forma que lo habían estado la noche anterior, y fue más preocupante ver que ninguno de mis padres estaban ahí.

Salí inmediatamente de la cocina y fuí a buscarlos a su habitación, despues a la sala y luego al comedor. No estaban en ningún lado, justo cuando comenzaba a preocuparme más escuché un ruido proveniente del patio. Tras acercarme más a la puerta corrediza de vidrio supe que se trataba de mi madre, aunque hablaba casi en susurros apresurados y nerviosos. Abrí la puerta con mucho cuidado, el aire frío abrazó mi cuerpo con furia en cuanto me asomé sin embargo luché contra el frío que me calaba los huesos y salía afuera.Al principio no veía a mamá pero después de un segundo la ví en el rincón más alejado del enorme patio, de espaldas a la casa. Pensé que estaba contemplando los árboles en las afueras del bosque que estaba cercano a nuestra casa pero no era así, mamá sostenía un teléfono en la mano y como lo había supuesto hablaba apresuradamente.Planeaba decirle algo hasta que escuché lo que decía.

- sí, Matt, hoy mismo debe ser... ya lo habíamos discutido- hubo un largo silencio- acabo de recibir la carta de PAAG, en unos días vendrán por ella.¿Quienes vendrían por mí? ¿Por qué? Solo logré tranquilizarme al pensar que quizá no hablaban de mí sin embargo aún se me hacía raro que mamá estuviera hablando con su hermano, el tío Matt, a quien no veíamos desde hace un año.

No pude escuchar más de la conversación pued cada vez mamá estaba más tensa y caminaba de un lado a otro así que corría el riesgo de que me viera, cosa que no quería.

Entré otra vez a la casa y me senté en la barra de la cocina donde esperé media hora hasta que mamá colgó el teléfono y volvió adentro. Al verme se quedó congelada, me paso de largo lo cual me sorprendió. Fue directo al piso de arriba donde la escuché durante un rato guardando y empujando cosas, despues se encontraba caminando de un lado a otro intranquilamente. No soporté estar sentada por más tiempo así que me puse de pie y fuí a la sala. Me quedé viendo mis trofeos y medallas de atletismo y karate, me pregunté si alguna vez haría uso de mis habilidades para defenderme de alguien.

Justo en ese momento, mamá entró a la sala cargando dos maletas de viaje, me miró y sin decir una palabra me abrazó con mucha fuerza. Sentí el movimiento en su pecho al ahogar el llanto. Levanté la mirada y le ví los ojos rojos.

- te amo, Maigh- dijo- tu padre tambien te ama.

- yo tambien los amo- dije un poco confundida.

Mamá dejó una carpeta en mis manos, al abrirla ví que dentro había un boleto para ir a Nueva York, con la fecha de hoy. No alcancé a ver el resto de la papelería pues me quitó la carpeta.

- ¿adonde vamos?

- tú te tienes que ir- dijo al fín- lo hacemos por tu bien, Maigh.

Y sin decir más me arrastró a el carro donde condujo hasta el aeropuerto como en estado de trance, sumida en sus pensamientos. La acosé con mil preguntas que no respondió, al final se despidió de mí y me dijo:

- algún día sabrás por qué lo hacemos, te irás un tiempo.

Al preguntarle cuanto ya no me respondió.

Me obligó a tomar el avión al cual subí hecha un mar de lágrimas. Lamenté no haber podido dar otro paseo en el frío y húmedo bosque donde trepaba los pinos, lamenté que ya no veiría a mis padres pero sobre todo lamenté que a mis once años de edad mi vida había cambiado para siempre.Pero aquello no era nada comparado con lo que viviría después.

Un poder para el malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora