Capitulo 9

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El pasar de las horas tiende a ser muy rápido cuando es fin de semana. Los colégialos aprovechan y hacen todo lo que no pueden entre semana.

Fiestas, salidas con amigos y tirar como conejos todo el día.

Pero siempre he estado excluida de ese grupo. No culpo a la muerte de Amelia por eso, desde que soy pequeña pasa. No me gusta salir. Por un momento mis padres pensaron que era una asocial.

Pero quien puede culparme, en vez de quemar mis neuronas con un líquido asqueroso prefiero inculcar cultura a mi cerebro. Quedarme todo el día leyendo un libro, inmiscuirme en un mundo de fantasía. Un mundo alterno que me hace olvidar la cruda realidad en la que vivo. Un mundo en el que la protagonista es feliz y tiene su final perfecto.

No importa cuanto crezca o madure siempre seré una adicta a los libros de romance cliché. Me emocionan. Me hacen creer que mi mundo puede llegar a ser así.

Es un pensamiento infantil, lo sé.

Pero ¿Quien me puede juzgar?

Tengo diecisiete aún soy una niña.

— ¿Y qué tal el colegio, linda? — La grave pero delicada voz de mi padre me sacó de mis pensamientos.

Mi vista se mantuvo fija en el plato de ensalada en la gran mesa de madera. Jugaba con la comida. Nunca he sido una persona de mucho apetito, a diferencia de la mayoría de la población global.

No me gusta comer.

Lo hago porque es necesario para vivir, pero si fuera por elección mía. No comería. Nunca tengo hambre.

Mis padres me cuentan que cuando era bebé siempre escupía la leche. La odiaba. Odiaba toda la comida en general. No, de hecho, la odio.

— Bien, supongo. — Murmuré. Mi relación con mis papás se volvió muy monótona desde que mis emociones se apagaron. Cuando Amelia murió, los primeros meses me la pasaba pegada a ellos. Pero desde que mi vida fue apagada por un interruptor, acabando con mi humanidad; me aparté de ellos. De ellos y de todo el mundo, en general.

— Tu madre me ha contado que haz vuelto a las terapias. — La emoción en su voz era notoria y eso me hizo sentir mal.

Culpa.

Es una acción u omisión que genera un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.

Odio mentirle a mis padres, pero él hecho de ir a terapia es una tortura para mi.

Me trae el vago de recuerdo del día en que todo color en mi vida desapareció. Cuando esa luz que muchos sugerían me iluminaba se apagó. Y fue reemplazada por una lúgubre sombra negra, un incesante demonio que me persigue sin piedad alguna. Ese día morí con Amelia. Y ahora soy un alma en pena que recorre este mundo buscando la felicidad de nuevo.

Buscando cualquier sentimiento.

En muchos sentidos me consideraría bipolar.

Hay días que extraño mis emociones. Extraño el vacío en mi estómago y la adrenalina que calentaba mis venas, la felicidad. Extraño ese temblor en mi cuerpo que traía espasmos a mis piernas, los nervios. Incluso extraño la opresión en mi pecho y aquel nudo en la garganta que solo causaba que gotas de sal mojen mi cara, la tristeza.

Y otros días, como hoy. Simplemente agradezco no lograr sentir nada. Sin sentimientos, no pueden herirte. Pero en cambio, tu si puedes. Tu si puedes herir cruelmente a los demás. Es un arma mucho más fuerte que una pistola. Tiendes a perder incluso el remordimiento por tus actos.

En el caso de mis padres, no es así. Los amo y nunca me gustaría verlos sufrir más. Ya han pasado por mucho.

Agradezco ir a la universidad pronto, dejaré de ser una carga para ellos y podrán comenzar a rearmar sus vidas. Y los estaré observando de lejos, orgullosa de ver lo bien que se están recuperando.

Solitariamente juntos © [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora