Raoul

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No sabía cuánto tiempo había pasado desde que llegó. Llevaba desde hacía horas estudiando las partituras y tomando apuntes, decidió tomarse un descanso.

Crack.
Ramita.
Sería un animal.
Fras.
Pisada.
¿Pisada?
–¿Christine?

Tras Geraldine estaba un hombre de ropa discreta, con el pelo algo canoso.
–Christine está muerta– fue la respuesta de Din–.
–¿Quién eres?
–¿Quién es usted?
–¿Qué haces en la tumba de mi mujer?
–¿Christine era su mujer?– Din se levantó y giró, encontrándose frente a frente con el hombre. Su edad debía rondar cerca de los 40 y 50 años–.
–Llevas una máscara... ¿Lo conoces?
–¿A quién?
–No sé cómo se hará llamar ahora, así que no le sabría decir. Pero también lleva una máscara, alto, ropa oscura y con una cara horri...
–Sé de quién me habla– conocía a su padre...– pero, ¿de verdad sois el marido de Christine Daaé?
–Sí. A veces desearía nunca haberlo sido.
–¿Por qué?
–Solo le causé dolor– miró, triste, la tumba–No fui un buen marido. Intenté decirle cuánto lo sentía y cuánto la quería... Todo demasiado tarde.
–¿Cómo era ella?
–De una belleza indescriptible. Pelo y ojos castaños, sonrisa perfecta y carácter dulce.
–¿Trabajó alguna vez en un circo?– tenía al hombre ensimismado, no podía dejar pasar una oportunidad así, tenía que hacerle tantas preguntas como pudiera–.
–Una noche, una actuación. Ojalá nunca hubiéramos venido...– pareció despertar–¿Dice que conoce al enmascarado?– y la oportunidad de hacer más preguntas pasó–.
–Sí señor– Din desconfiaba–.
–¿Podría decirme dónde vive o dónde puedo encontrarlo?
–No lo sé. ¿Cómo sé que puedo fiarme de usted?
–Conozco a esa persona de antes, de hecho, a parte de por la máscara, me recuerda mucho a él. Debéis de conocerlo bien, supongo. Solo él es capaz de amoldar porcelana a una cara.
–Lo siento, pero sigo sin fiarme. Le dejaré aquí, junto a su mujer. Yo me marcho y hablaré con él. Vendré a avisarle de su respuesta. Buena tarde.

★★★★

–¿Padre?
–Sí.
–Sé que me pidió que no lo volviera a mencionar... Pero no me pidió que dejase de ir. Hay un hombre, más o menos de su edad... Dice ser el marido de...
–¡No hables más! ¡¿No lo habrás traído aquí‽
–No, nunca haría eso. Nunca traería a nadie desconocido. Me aseguré de que no me seguía.
–Ve y dile que se marche. No hables más con él. No te creas nada de lo que él te diga. No vuelvas a esa tumba.

Geraldine asintió y volvió, por última vez, a la tumba.
–Ha vuelto, ya pensaba que no lo haría. ¿Y?
–Márchese.
–No voy a marcharme.
–Márchese.
–¿Ha dicho eso él?
–Sí. Márchese. No vuelva.
–¿Sabes si quiera por qué debo marcharme? ¿Sabes si quiera todo el dolor que ese hombre me ha causado? Quiero hablar con él.
–No lo hará. Márchese.
–No voy a marcharme– se acercó a Din, autoritario– ¿Entiendes?– otro paso más– No. Voy. A. Marcharme.

En un movimiento rápido le quitó la máscara.
–¡AAAAAAAAAAA!¡DEVUÉLMAMELA!¿CÓMO SE ATREVE?– gritaba Din, agachada, tapándose el rostro–.
–¿Eres como él? ¿Un monstruo? Levanta la cabeza, no voy a hacerte daño, sólo quiero verte...

–¡DIN!– al escuchar los gritos Gustave había corrido en ayuda– ¡DIN!– la abrazó–Estoy aquí Din– se giró hacia el hombre– Márchate.
–¿Gustave?
–Márchate.
–Gustave...– el dolor en su voz– Ya eres un hombre...
–Devuélvela, la máscara.

El hombre siguió las órdenes.
–Ahora, márchate.
–He venido aquí para verte.
–Ala, ya me has visto. Puedes irte tranquilo.

–Si tanto quieres hablar conmigo como para haberte atrevido a venir, aquí estoy. Pero déjalos en paz. Gustave, márchate con ella.
–Ella se marcha, yo me quedo– fue la respuesta del hermano–Din. Ve a casa, volveremos pronto– ella todavía lloraba, cabizbaja–.

Miró al frente y dio una bofetada al desconocido. Raoul la miró, sorprendido y ofendido.
Un segundo después estaba en el suelo, tirado por el inesperado puñetazo de Geraldine.
"¡Al fin las clases de ballet me sirven se algo!" Pensó ella.
Raoul se recompuso.
–Tanto que la amabas, pero buscaste a otra con la que tener a esta niña que parece más un animal.
–Los animales son seres muy sabios– fue la respuesta del fantasma– Y ella es adoptada.

Entre tanto, Geraldine le preguntó a su hermanastro en susurros.
–¿Quién es él?
–Explicación corta: mi padrastro.

•oof esto se pone interesante•

Geraldine nunca se preguntó quién era la madre de Gustave, sabía que había muerto cuando ella era tan solo un bebé y ya está. En toda la casa no existía ni un solo cuadro que mostrase a una mujer, nada más que fotos de ella con Gustave y su padre, puede que dos o tres con Madame Giry.
–¿Pero entonces no sería ese hombre tu...?
–No.
–Ah– tenía sentido. Dios, tenía tanto sentido que hasta la asustaba– Eres un bastardo...– tenía los ojos como platos–.
Miró a Gustave a los ojos, él se mantuvo inexpresivo.
–Oh Dios– su padre tuvo una amante–Oh Dios– era lo único que salía de su boca– Soy atea pero oh por Dios– la situación la sobrepasaba– Gustave... Di algo, por favor, di algo– la primera lágrima asomó tras la máscara–¿Padre?
–Geraldine no es lo que pien...
–Ni se lo habías contado. »Sinvergüenza– Raoul insultó al padre–No has cambiado. Mantienes todo en secreto, rodeado de misterios.

–Gustave, di algo, dime que es mentira. Miénteme, me da igual, pero di algo, te lo ruego.
–...

–¿Y si es ella adoptada, por qué lleva una máscara? ¿Qué le pasó?
–No es de tu incumbencia.
–¿Se lo hiciste tú? ¿Eh, monstruo?
–¿¡Cómo puedes pensar algo así!? ¡Dañar a una criatura inocente! ¡A un bebé enterrado bajo los escombros, rodeado por el fuego!Ese mismo fuego fue el que marcó su piel.
–Por muy bueno que ahora te creas, igualmente nunca la mereciste.
–¿Y que hay de ti? ¡ no la merecías a ella! Promesas de humo por doquier que ella, joven e inocente creyó, para luego pasar noches sola con su hijo, esperando a tu llegada. Y no te confundas: no te esperaba porque te amase, lo hacía por tener un propósito en su vida, porque tú solo la vaciabas de toda ilusión. 
–No fuiste capaz de mantenerla viva ni por una hora.
–Tú la mantuviste muerta por casi 10 años.

–Gustave, habla.
–Vámonos Din.
–¿A dónde?
–A casa.
–¿Qué va a pasar?
–Venga– le sujetó la mano e hizo ademán de tirar de ella, Geraldine no se movió ni un centímetro–.
–¿Van a pelearse?
–No lo sé Din, vámonos.
–¿Va a hacerle daño a padre?
–Din por favor, vamos. Avisaremos a Madame Giry.
–Si me quedo no se atreverá a hacerle daño, ¿verdad?
–Din, por la mismísima ciencia, vámonos.
–No quiero que le haga daño.
–Din...Venga– tiró más de ella–.
–Din Din Din. Suena como las campanillas– cantó– Din Din Din. Suena como el reloj.
–Din Din Din– siguió él– El tiempo se acaba.
–Din Din Din. La canción se acabó.

–Ni siquiera te preocupas por tus hijos– dijo Raoul al percatarse de que cantaban y de que sus miradas estaban perdidas, como un par de dementes–.
Erik se giró y observó a sus hijos.
–No tengo nada que decirles. Los dos son inteligentes, sabrán tomar la decisión correcta– Gustave había ido consiguiendo poco a poco alejarse con su hermana, lo suficiente como para que Din no pudiera oír de qué hablaban los dos hombres–.
–No consigo imaginarte rescatando a una niña entre las llamas.
–Gustave la rescató y la llevó a la casa.
–Ah. Por lo que... Ella debería estar muerta.
–¡Cómo le pongas un solo dedo encima a mi hija estás muerto! Oh, espera, ya lo hiciste. Le arrancaste tu máscara... Eso lo simplifica todo mucho más...
–¿Qué piensas hacer?
–Te doy diez minutos para marcharte– silencio de suspense–O estarás muerto.

Los fantasmas de Coney Island (Phantom Of The Opera/Love Never Dies- fanfic) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora