Esperanzas rotas - Un nuevo amanecer

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Yunaan observaba el horizonte con preocupación.

El sol cada vez estaba más bajo y hacía ya rato que el barco de su hermano debía de haber vuelto.

Le lanzó una mirada a su madre, la emperatriz de Yeonso y ella le devolvió la mirada con preocupación.

Yunaan se acercó a ella, le habló bajito, para que los sirvientes que tenían a su alrededor no se enteraran.

-Madre... ¿No está Kalindras tardando... Demasiado?

Ella asintió, nerviosa, mientras miraba a su esposo.

El emperador de Yeonso se abanicaba con insistencia, a pesar de que empezaba incluso a hacer frío.

Tan ensimismado estaba que no se percató de la mirada preocupada de su esposa y continuó mirando el mar, sin quitar el ojo del horizonte.

-Está enfadado por la tardanza de Kali. - Le explicó la emperatriz a Yunaan. - Pero también está preocupado, no lo muestra porque no puede, pero está ahí dentro... Yo lo sé.

Yunaan asintió.

Ella sabía lo importante que era para un monarca contener sus preocupaciones para no mostrar debilidad.

-Tampoco le gusta estar preocupado.-Añadió Yunaan. - A padre nunca le ha gustado sentirse vulnerable.

-¿Y sí le ha pasado algo? - Dijo la emperatriz de pronto. - ¿Y sí los ha pillado la tormenta, Yun?

Yunaan observó como su padre daba un respingo y miraba aún con más intensidad el horizonte, como si temiera cerrar los ojos por tan solo un segundo.

Sin duda lo habia oído.

-Estará bien mamá, tranquila. - Le dijo ella para calmarla, aún sin tener ninguna certeza de esto. - Se habrán retrasado por la tormenta, eso es todo.

Ella asintió y suspiró preocupada, mirando como el sol empezaba a sumergirse en el agua.

-Voy a ver como está Brand. - Anunció Yunaan. - Lleva demasiado tiempo hablando con la aristocracia, no quiero que se aburra.

La reina de Yeonso volvió a asentir levemente mientras oteaba el horizonte, sin parpadear siquiera.

-No tardes mucho en volver. - Le pidió ella.

Yunaan se relió bien su bufanda de tela gris moteada de plata alrededor de su cuello y se dispuso a buscar a su esposo.

Tras caminar un rato por las maderas del muelle del puerto lo encontró, justo donde lo había dejado.

Estaba hablando sin parar con dos personas, quienes ya parecían empezar a mirarle con aburrimiento, deseando que aquello terminase pronto.

Esas dos personas no eran unos cualesquiera.

El primero, a juzgar por su armadura de planchas de acero oscuro y dorado, era el Shogun.

El general de los ejercitos del emperador y encargado de dar la orden de encender los fuegos artificiales en cuanto el barco del príncipe atracase.

También reconoció allí al Adolque, el máximo dirigente religioso del Occitanismo, la religión oficial del imperio yeonsiano basada en el culto a las llamas de la vida que arden en el interior de cada individuo.

Había venido, lógicamente, para celebrar la ceremonia de casamiento según las tradiciones locales.

Yunaan sabía bien lo engorroso que esto podía llegar a ser. Cuando se casó con Brand en Kampzatka habían tenido que volver a celebrar la boda unas semanas después en su tierra natal, repitiendo los votos y todo.

LAS BODAS DE MILANNA DERVALEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora