Capitulo 1

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Migraña. Debe ser otra maldita migraña.
Cierro los ojos con fuerza esperando que pase el dolor, pero no lo hace; se intensifica más si es eso posible.
Jadeante; dejo la copa de vino sobre la mesa y me apoyo con las manos sobre la superficie. La luz entrante de la ventana me molesta, el ruido del reloj en la pared me molesta, los latidos en mi cabeza me molestan.
El teléfono suena y eso me pone peor. Es la décima llamada de hoy ¿O era la vigésima?
- ¡Déjenme en paz! - grito con frustración.
Me pregunto cómo es posible que cuando las cosas van mal, de alguna forma siempre llegan a empeorar. Así sucede. ¿Que fuerza mítica permite esa reacción en cadena?
La llamada se corta, segundos después vuelve a sonar. Eso es todo.
Abriendo los ojos de golpe me dirijo hasta el desayunador que separa la cocina de la sala. Ahí está mi teléfono celular; justo donde lo dejé la noche anterior. Lo tomo entre mis manos y sin pensarlo siquiera lo lanzo contra la pared: la tapa cae a un lado, la batería en otro extremo. El sonido cesa al fin.
Observo las partes del aparato, y de repente como un latigazo me llega el pensamiento: ¿Y si era Tat quién llamaba? ¿Y si me necesita?
A mí mente llega su imagen en el día del funeral: el rostro pálido y sin expresión, los ojos enrojecidos; cansados, los labios temblorosos. No me miró ni una vez durante toda la ceremonia. Su dolor era evidente, al igual que su desprecio hacia mi.
No. Ella no era quién llamaba.
Sonrío con tristeza; lágrimas resbalando por mis mejillas. Observo los trozos del teléfono esparcidos sobre el piso sucio, luego mi mirada se posa en la ropa tirada en el sillón,en el suelo, sobre la mesa también. Platos sucios, otros con comida que no llegué a comer. Botellas de vino vacías, otras a medio tomar, los zapatos; incluso mis favoritos están tirados en lados opuestos en el suelo de la cocina. ¿Cuando fue la última vez que asee el departamento?
Miro todo con impotencia. El dolor de cabeza es peor. Sin dejar de sollozar camino de vuelta hacia la mesa, agarro la copa y termino de beberme el vino. Al acabarlo tomo la botella y me dejo caer en el sofá tomando de la botella misma.
No me doy cuenta cuando me desmayo.

El sol en lo alto. El cielo azul completamente despejado. El viento frío y reconfortante mecía sus cabellos ese día soleado. ¿Era verano aquella vez?
Hermosa. Es lo que pienso al verla: es tan hermosa.
Su mirada estaba en su vientre hinchado con aquel milagro llamado vida. Ella sonreía; orgullosa, mientras acariciaba aquel bulto con dulzura.
- Toca aquí. Está pateando - me dijo con emoción.
Le hice caso. No lo sentí a la primera, pasó un momento hasta que sentí aquel leve movimento bajo la piel. Era increíble. Sonreí, y ella igual.
Quería congelar ese momento para siempre. Las dos bajo ese enorme árbol que adornaba el centro del parque, el ruido de los niños jugando y riendo en los columpios. Había vida, tanta vida.¿Porqué no se pudo quedar así para siempre?
Ella volvió a mirarme, pero su mirada ya no era dulce y amorosa. Era la mirada del funeral. Los ojos verdes se veían opacos, sin vida, enrojecidos y llorosos. Una mirada llena de tristeza y frialdad que me hacen sentir pequeña y angustiada.
- Por favor vete - Me dijo
Quise decirle que no quería, pero las palabras no encontraron salida en mi boca. Negué con la cabeza varias veces, quise ponerme en pie cuando ella lo hizo, pero no pude moverme. Mi cuerpo estaba tieso e inerte. La desesperación se apoderó de mi.
La vi alejarse, caminando a paso lento. Su rostro congestionado por el dolor me miró una última vez. No dijo nada, tampoco sonrió, sólo se dió la vuelta con ambas manos entrelazadas frente al vientre; ya no estaba hinchado. El embarazo ya no existía.
El propio sonido de mi grito me hizo despertar.

- ¡Sarah!
El rostro borroso de Mónica aparece frente a mi. Aturdida, sudorosa y entre temblores la miro fijamente esperando que sea una visión u otro sueño. Un pinchazo en la cabeza me hace quejarme, y pronto todo me comienza a dar vueltas. Apenas tengo tiempo de incorporarme un poco antes de vomitar sobre el suelo.
- ¡¿Pero qué..?!

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