Capitulo 6

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" ...Después del viaje escolar no te volví a ver ni a saber de ti.
Aunque tenía el número de teléfono anotado en un cuaderno, no podía contactarte.
No hallaba la forma. Existen demasiadas limitaciones al ser niño.
De verdad quería tanto ser tu amiga... Pero el solo desear no cumple lo que queremos.

Un día mientras andaba haciendo un encargo de mi madre, encontré unas monedas en la calle. No recuerdo cuanto era, pero sé, que las recogí de inmediato y las eché en la bolsa de mi pantalón.
Salí corriendo para mi casa muy emocionada, porque tenía dinero y podría llamarte desde el teléfono público.
No pude hacerlo. Al llegar a casa mi padre me pegó por haberme retrasado . "Las niñas no deben andar afuera tan tarde. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?" me dijo.
Las monedas se salieron de mi pantalón, y no sé porqué, pero el pensó que las había robado.
Así que por más que lo desee no pude llamarte esa vez.
Es lo que digo, existen muchas limitaciones.

Pasaron algunos meses y llegó mi cumpleaños 11.
Mi madre quería hacerme una fiesta. Mi padre no la aprobó. Mónica acababa de nacer y existían muchos gastos. Yo no entendía mucho aquello, así que no le tomé demasiada importancia. De todos modos, no tenía suficientes amigos.
Así que ese día quise ir a jugar al río. Era mi pasatiempo favorito aunque a mi madre no le gustaba.

Yo sabía de familias que tenían casas de veraneo.
Nunca imaginé que la enorme casa que estaba a un kilómetro de la mía le pertenecía a tus padres que la habían comprado recientemente. Así funciona el destino ¿No?
Solía verla cada vez que me escapaba al río.
Me parecía muy bonita con sus dos pisos y su terraza. El jardín era enorme con el césped recortado, y lleno de flores en cada lugar. Se veía tan lleno de color y vida, que llamaba mi atención cada vez que pasaba cerca.

Mientras caminaba ese día me fijé en el auto azul oscuro que estaba frente al portón. No había visto nunca autos ni personas, así que me quedé mirando discretamente a poca distancia.

Vi a la señora Arlen, al señor Arlen, y luego a ti.
¿Qué puedo decir?
Muchas cosas pasaron por mi cabeza en ese momento. En primer lugar no podía creer que fueras tú. Se sentía como un producto de mi imaginación. ¿De verdad estabas ahí?
Me emocioné mucho porque prácticamente me había rendido con lo de poder llamarte; pero también me asusté. Confieso que quise huir, pero ya sabes, no pude hacerlo porque me reconociste a lo lejos.

Si hay algo que no puedo olvidar, es que ese día estaba muy desordenada. ¿Tú lo recuerdas?
De niña no era muy femenina. Tenía el pelo suelto muy despeinado, una blusa rota al frente, pantalones cortos desteñidos y las rodillas sucias.
Lo único bueno eran mis zapatillas ya que mi madre las había lavado el día anterior.
Así me acerqué a ti cuando me hiciste una seña con la mano.

- ¡Sarah! ¡Vaya! ¿En serio eres tú? ¡No lo puedo creer!
- Hola - me limité a decir. Nunca he sido demasiado sociable.Estaba demasiado avergonzada.
- Mami, papi, ella es Sarah; una amiga. La conocí hace un tiempo.

Recuerdo mucho a tus padres Tat. Al igual que ese día cuando me presentaste a ellos, y cada vez que los veía; ellos me miraban con cariño. O al menos con una mirada que me hacía sentir especial y apreciada. Era muy diferente a como me miraban en mi casa.
Ellos nunca me juzgaron, ni ese día cuando aparecí como una niña andrajosa, ni cuando nuestra amistad se convirtió en algo más.
Los extraño a ambos. Sabes que los quise mucho.

- ¿Y dónde se conocieron? - Preguntó tu padre.
- En una excursión. La del parque botánico. Nuestras escuelas coincidieron ahí.
- Es un gusto conocerte Sarah - Me dijo tu madre con una sonrisa.
- ¡Nunca creí que te encontraría aquí! ¡Es increíble!
- Yo tampoco lo creo - Dije abochornada.
De verdad me sentía muy fuera de lugar. Sobre todo por la familiaridad con que me tratabas. Como si fuéramos muy cercanas y no como que si fuera la segunda vez que nos veíamos.
- ¿Vives cerca de aquí Sarah?
- Sí señora - Señalé con mi dedo índice el camino - Mi casa está siguiendo la calle; entre los árboles. Desde aquí no se puede ver.
- ¿Puedo ir a visitarte? - Preguntaste dando un paso hacia mi.

Recuerdo Tat, que llevabas un vestido verde claro de manga corta con estampado de flores blancas. Hacía juego con tus ojos y el cabello lo llevabas amarrado en una cola que dejaba algunos mechones sueltos.
Te noté más alta, y hasta tu voz sonaba algo diferente. Te veías muy adulta para tener 11 años.
Eras un poco distinta de cuando te conocí. Pero verás; en ese momento, al tenerte frente a mi una vez más, fue como si te hubiera conocido desde siempre.
Sentía una familiaridad contigo que resultaba inexplicable.

- Claro - Respondí sonriente. - Puedes visitarme cuando quieras.
Al fin mi deseo se había cumplido. Tenía tu amistad.

Después de ese día tus padres visitaban aquella casa prácticamente cada fin de semana. Nos veíamos todo el tiempo hasta que te ibas de nuevo a tu verdadero hogar.

Nos divertimos, ¿Verdad Tat? ¿Verdad que eras feliz conmigo?
Yo fui muy, muy feliz.
Siempre reíamos, jugábamos, bromeábamos. Le habías dado un sentido a mi vida. Me hacías olvidar los problemas en casa y me hiciste descubrir que estaba bien ser como yo era.

Tat, tú eras mi mundo entero, y jamás pensé que pudiera quererte más que en esa época.
Pero resulta que si se podía..."

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