Capitulo 7

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Debato internamente en si hacer la llamada o no.
Camino de un lado a otro en la sala de estar, mordiéndome el pulgar y mirando de reojo el maldito sobre amarillo con los malditos papeles.
Hace media hora la abogada de Tatiana me contactó para saber si ya los había leído y si también ya los había firmado.

- Perra... - Murmuro bajo para que Samantha no me oiga - Maldita perra. Lo estás deseando ¿No? Ansías que firme para así quedarte con Tat.

El enojo y la frustración se apoderan de mi. Me dejo caer en el sillón poniendo el brazo derecho sobre mis párpados cerrados.
Karen Miller era amiga de Tatiana en la escuela, y también estudiaron juntas la carrera de abogacía, por lo que se conocen desde siempre.
Cuándo Tat optó por no continuar con lo de ser abogada, habían perdido el contacto; cosa que yo agradecía muchísimo porque ella nunca me agradó.
Aunque salía con hombres, era muy evidente que Tatiana le atraía. Esos sentimientos eran incluso más evidentes cuando comenzó a salir conmigo.
Tat le era indiferente, hasta que un día, en el que decidí pasar a visitarla a su bufet para disculparme por alguna de mis estupideces, las encontré muy cerca una de la otra.
Se besaban, y de una forma intensa.
Me quedé ahí, sin atreverme a hablar y sin hacer ningún ruido.
Tat nunca supo que la ví, y ella jamás me lo mencionó.
Nunca le reclamé ése hecho.
¿Quizás debí hacerlo?

- ¡Y ahora resulta que la maldita es su abogada! - Digo alzando la voz.

- ¿Mami? - Pregunta Sam saliendo del cuarto.

- No es nada Sam - Le digo con una sonrisa - Anda, ve a jugar, ya casi voy contigo.

La miro correr de nuevo al cuarto y luego la escucho hacer ruidos con sus juguetes.
Suspiro y me pongo en pie de un salto.
Tomo el teléfono de la mesa y marco el número de Arthur. Mi abogado.

" A los trece algo cambió.
Y no solo fue el hecho de que al fin mi madre echara a mi padre de la casa, ni los días de paz y libertad que se sintieron después de ese hecho, o los cambios que hubieron, como que mi madre comprara un teléfono o que al fin se pudiera ver televisión sin un horario estricto.

No Tat, lo que cambió fue mi forma de verte.

Mi colegio, por más educación religiosa que tuviera, no todas sus estudiantes eran precisamente ejemplos de buena conducta y rectitud.
El grupo de chicas con quién me empecé a juntar comenzaron a hablar de chicos.
Una chica en particular traía recortes de hombres jóvenes semidesnudos de forma ilegal: ocultos en algún compartimento del bolso, debajo de las medias, metidos en sus sostenes.
La imaginación les sobraba.

Yo miraba todo eso con mucha curiosidad. Era algo muy nuevo para mí, ya que hasta el momento nunca me habían interesado.
Mis amigas veían a esos chicos y reían como locas. Algunas decían que ya tenían novios, y que hacían cosas con ellos.
Que niñas tan mentirosas.

Tat, fue ahí donde comprendí que yo era diferente. Porque, aunque me daba curiosidad, me sonrojaba y bromeaba al respecto, esos chicos no me transmitían nada de nada.
No era como a mis compañeras que hablaban de lo mucho que querían besar a esos tipos y de lo atractivos que les parecían.

Todo eso me hacía pensar. Pensar en novios, en parejas. Pero por alguna razón yo no me veía con un novio.
Pensaba mucho en eso al dormir por las noches y me decía a mi misma que no estaba preparada para ello. Que era muy joven todavía.
Entonces un día, en el recreo una de las chicas trajo un recorte de una banda de música; que comparado con lo que traían anteriormente, era algo muy inocente. Una de ellas me preguntó ¿A cuál te gustaría besar?
La pregunta me tomó por sorpresa. Observé a esos chicos uno a uno e imaginé a quién de todos me gustaría besar, pero ninguno me gustaba. Señalé al del medio, un muchacho de cabello negro solo para salir del apuro.

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