Capitulo 16

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Podía considerarse que lo que había ocurrido era el fin de un ciclo. Era totalmente inevitable que Terry acudiera a buscar a Candy después de la muerte de Susana, y era por demás, totalmente necesario. No sabía en qué circunstancias estaría su corazón, pero supo dónde encontrarla.

En ese encuentro no hubo ni perdedores ni ganadores, solo a Candy le tocaba debía decidir era la que tenía la llave de su destino. Era ese día y no otro, era en ese momento, no había vuelta atrás.

Al entrar a la biblioteca, conversaron de todo y de nada, los dos se encontraban frente a Candy, era la que tenía la última palabra. Debía sopesar su pasado y su presente, para determinar cuál sería su futuro.

Sin duda el ambiente era de mucha tensión entre ambos hombres. Se habían jugado el amor de la mujer amada, cada uno a su manera, con sus errores y aciertos. Ya no habría antes, sería el "ahora" definitivo, para siempre.

Luego que la tormenta pasó días después, ambos se escabulleron en la fabulosa suite que él había alquilado en un exclusivo Hotel de la ciudad. Necesitaban estar solos y entender todo lo que había sucedido, precisaban por fin amarase sin ningún tipo de limitación, restricción o culpa. Ya no existían sombras ni temores.

Esa noche se conocieron íntimamente. Ella se encontraba segura de entregarse a él, en cuerpo y alma. Sus besos eran como miel, insaciables, con cada gemido de ambos, sus besos se tornaban más apasionados, se dejaron llevar por el momento. Cada uno de sus poros se encontraba alerta a cada roce, cada caricia, cada beso. Ambos se susurraban "te amo", "te amo" como queriendo saciar todos aquellos que no habían podido decirse. Ella lo miraba embelesada, había tomado la decisión correcta, era con él, con quien quería pasar el resto de su vida.

Poco a poco él comenzó a besar su cuello, sus hombros, ella se llenaba de placer. Era como un ángel, blanca como la nieve, tenía miedo hacerle daño.

El entendió que ella quería complacerlo y corresponderle a pesar de su inevitable inexperiencia en esa área, podía haberlo estudiado en sus clases de enfermería, pero jamás se comparaba con esta realidad. Debía tener paciencia y mucho tacto para no arruinar el momento. Comenzó a desvestirla, ella se dejaba llevar y con sus manos temblorosas trataba de hacer lo mismo con su camisa, sin dejar de tocarse ni de besarse, él la ayudo con su labor, inevitablemente estaba nerviosa, él menos, pero igual. Fue besando su boca, su cuello, ella, respingaba y echaba para atrás su cabeza como queriendo dejar expuesta su sensualidad. Bajó su lengua hasta el centro de su pecho. Candy mantenía sus ojos cerrados, él comenzó a quitarle el sostén, primero bajó un tirante, y fue descubriendo su seno, que quedó expuesto a su boca totalmente experimentada para darle placer. Con suma delicadeza, -era tan níveo y terso-, comenzó a succionarlo y lamerlo, parecía hecho a la medida de él. Candy respondía con gemidos de gozo; luego fue al otro seno, que respondió exactamente igual a ese tierno contacto. Sentía que su corazón iba a estallar de regocijo, por fin iba a ser suya. Candy arqueaba la espalda, pidiendo más!. Poco a poco sus besos fueron bajando hacia su abdomen, haciéndose cada vez más sensuales, con la mayor de las habilidades por parte de él y sin ningún tipo de pudor, Candy se quedó sin ropa interior. En un momento le invadió la vergüenza y trató de alejarse y taparse como en un acto reflejo, pero él -con paciencia le explicó- que no debía intimidarse, que su cuerpo no conocería otro cuerpo que no fuera el suyo, ya que ambos habían nacido para estar juntos. El no dejaba de mirarla y de halagarla por su perfecto cuerpo de mujer, ya no era la chica de la que se había enamorado tiempo atrás. Era la mujer que amaría por siempre, por más de mil años si era necesario, traspasando los umbrales de la muerte.

El tocó el punto exacto de su centro de placer con mucha delicadeza pero con una increíble destreza, lo que llevó a Candy a sentir por primera vez, sensaciones y espasmos indescriptibles, era un despertar nuevo para ella. Ambos se movían a ritmo acompasado del amor que estaban sintiendo, de todas esas sensaciones que invadían sus cuerpos ahora desnudos, por primera vez, acoplándose a cada caricia, cada beso, cada roce, a cada milímetro de piel con piel.

Con delicadeza y consciente que se encontraba lista, se adueñó de su virginidad, de su inocencia; grabó en su memoria su mirada, sus gemidos, su risa, su cuerpo, que ya lo tenía tatuado al suyo. Poco a poco sus embestidas fueron haciéndose más vertiginosas; ya no había miedo, ya no había temor, solo una unión de cuerpos y de almas que por fin, en un éxtasis de placer habían logrado la culminación de un sueño: estar juntos por siempre.

Candy, mi historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora