Capitulo 2

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Albert se encontraba mirando el gran ventanal de su despacho de la Mansión Andrew. La Tía Elroy había muerto.

La Tía que tanto lo hizo sufrir desde su niñez hasta su adolescencia, hasta que logró convertirlo en el Jerarca de la familia Andrew. Nunca pudo entender su actitud hacia él.

La Tía había encontrado al fin su tan anhelada felicidad cuando William, decidió ponerse al frente de los negocios y de la familia Andrew.

- William Albert Andrew, por fin!!! -decía la Tía pletórica de emoción!

Desde ese día la Tía-Abuela le consentía todo, mandaba a preparar su comida preferida, mandó a traer de Londres, todos sus libros favoritos, le permitió remodelar su oficina – con un estilo más moderno para horror de ella-¡!, lo complacía en todos sus deseos! Quería compensar todo aquello que le negó....

Con el tiempo comprendió su forma de ser, su actitud hacia él y hacia la vida! A fin de cuentas, su vida tampoco había sido fácil.

- No soy hombre de rencores, y menos con la familia! Pensó. Pero lo último que le había hecho prometer en su lecho de muerte.... Eso si no lo consentiré...

Las dulces Candy estaban más radiantes que nunca. El jardinero Alfred, se encargaba personalmente de ellas, tal y como lo hacía Anthony.

Mientras pensaba en ello, tocaron a la puerta de su despacho.

- Entre. –dijo Albert.

- Sr. Andrew, vengo a preguntarle que flores va a querer para los funerales de la Sra. Andrew? Albert, se estremeció al escuchar eso. Era la primera vez que enfrentaba la muerte solo, y la primera vez desde que era el Jerarca de la familia.... "Si Candy estuviese aquí, ella se encargaría de todo.... O no?"

- Disponga Ud, lo que crea conveniente, cualquier flor, menos la Dulce Candy, entendido?

- Si Sr. Andrew – dijo el jardinero. – disculpe, con permiso.

Donde se encontraba George??? Él debía encargarse del todo lo relativo al funeral.

Sus pensamientos se remontaron a ese día, hace más de un año, cuando George le comunicó que a Candy la estaban "obligando" a casarse con Neil.

- No puedo consentirlo George, quien ha dado esa orden, o acaso Candy ha aceptado voluntariamente?

- No Albert, Candy jamás consentiría algo así, ha sido un capricho del joven Neil, y la Tía Abuela ha dado su beneplácito.

- Crees que lleguemos a tiempo?, no quiero que Candy se case, no lo permitiré!!! Sobre mi cadáver!

- Claro que si Sr. William, ... puedo preguntarle algo?

- Dime?

- Cuando hablará con la Srta. De sus sentimientos?

- No puedo George. No puedo, ella no siente lo mismo que yo siento...

- Señor...

- Vamos, rápido George, lo importante ahora es impedir esa boda.

Albert llegó a Lakewood y vio a Candy, vestida de blanco acompañada por Annie, estaba en una habitación que servía de recibidor al lado del gran Salón Azul, donde se celebraría el enlace.

Toda la familia se encontraba presente, la Tia Abuela, la familia Lagan, Archibald, pretendían celebrar la boda en la más estricta intimidad. Espero que Candy entre al Salón Azul, siguiéndola prácticamente,  detrás de ella...

- Buenas tardes – saludó Albert. Todos voltearon a ver quién era ese chico que había entrado al Salón.

- Tía Abuela, no pensabas invitarme a la celebración de la boda de mi hija?

Candy no podía creer lo que veían sus ojos.... Era Albert, o alguien que se le parecía... era realmente El? Annie también la miró con cara de interrogación.

- Williams, veo que te has enterado...

- Si Tía Abuela.... Disculpen mis malos modales. Permítanme presentarme, soy William Albert Andrew, y me encuentro aquí para impedir esta "boda", soy el tutor de Candy, y no he prestado mi consentimiento para que se lleve a cabo este (abominable unión- pensó) enlace.

Todos en la Sala enmudecieron y veían a Albert con cara de asombro. Albert le extendió su mano a Candy.

- Ven Candy, esta boda queda cancelada – dijo Albert. Si me disculpan debo hablar con mi hija.

Neil iba a decir algo y Albert le dijo: Neil, quedare tranquilo, ya escuchaste, esta boda no se llevara a cabo, y ahora si me permiten...

Tomó a Candy de la mano dirigiéndola a su despacho. Las manos de Candy estaban frías en inexpresivas al tacto, caminaba con su cabeza cabizbaja. Entraron y Albert cerró la puerta tras de sí.

- Debemos hablar – dijo Albert.

- Si.

Candy, mi historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora