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La bebida. ¿Por qué será que el alcohol es una droga legal? El alcohol ha destruido tantas familias en Estados Unidos, pero no tantas como en Chile. Veras, Estados Unidos es más grande, hablan inglés y todas esas mierdas. Tienen el rock, el pop, lo que sea que la lleva por esta época. Nosotros, los chilenos no somos nada más que el patio trasero de Estados unidos. No el ante jardín, ese que se arregla para parecer una casa, una familia sofisticada. Una familia americana. No, el patio trasero lleno de caca de perro que nadie cuida. Eso somos. Y somos peores que otro país latinoamericano. Creemos que por ser el primer país con el sistema de economía liberal somos mejores que Perú, Bolivia, Colombia. SOMOS EL MEJOR PAIS DE LATIOAMERICA, MIERDA. Nos creemos americanos por ser sus conejillos de indias en la economía. Maltratamos, y nos dan asco nuestros ancestros, los verdaderos dueños de la tierra Chilena. Somos el único país en Latinoamérica quien esconde a sus pueblos originarios. Vivimos en un constante miedo de que se vuelva a repetir. ¿El qué?

La sombra nos persigue, despacio pero avanza. En silencio, pero es más fuerte que una bomba. Una palabra que estremece, que da problemas mentales, que despierta el miedo.

Dictadura.

Pero yo no tengo miedo. Soy el puto Shakespeare de los yonquis. No le tengo miedo a la muerte.

La gente sí. El resto. Vive bajo constante presión porque es un país que en vez de solucionar las cosas, intenta ocultar el pasado. Convirtiéndolo en el monstruo del armario.

Torturas. Violaciones. Desapariciones. Familias rotas. Milicos en las calles.

La gente tiene miedo de que vuelva a pasar, y por eso acepta la desigualdad.

La dictadura ya no está, pero aun es la mejor arma para controlar un pueblo. El miedo. El control.

Mi padre era un cobarde. Ex carabinero. Se gastó todo el dinero de su maravillosa pensión en alcohol. Yo iba en un colegio de mierda. Tenía una vida de mierda. Mi hermana era una mierda. Mi mamá, creo que esa vida la mato de apoco. ¿Qué iba a hacer? ¿Largarse? Estaba atada a ese señor, mi madre estaba llena de deudas y no había terminado la universidad. Pero ni siquiera ahora podía liberarse de las deudas porque el padre alcohólico le pegaba si se gastaba el dinero en algo que no fuera él. Amo a mi madre, pero era una cobarde. Antes de ni siquiera pensar en irse, por miedo de lo desconocido, nos dejó ahí, no intento cambiar nada. Cuando mi padre se desamarraba el cinturón para pegarme se quedaba ahí, sentada en el sofá fumando cigarrillos. Y cuando no estaba el monstruo, ahí se atrevía a salir, como un chanchito de tierra, saliendo de su modo pelotita. Me daba helado de vainilla para consolarme, odio el helado de vainilla. Solo era la cascara del bichito, no era ella. Por eso no me dio tanto remordimiento robarle. Por eso no sentí culpa al marcharme y abandonarla. Mi hermana murió a causa de ese capullo. Era una perra de mierda, pero era mi hermana. El weón la abusaba. No sé si era solo manoseo o qué, pero lo mejor que le pudo pasar era morir.

¿Por qué yo no sufrí ese destino?

Éramos la típica familia americana en el patio trasero de un continente cayéndose a pedazos.

Éramos la típica fractura roturar de rodilla que nunca sana.

Éramos la típica demacración lenta de algún edificio que está destinado a demolerse.

La típica familia que fingía que todo estaba bien por miedo.

Tom MotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora