4• Klampenborg.

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Había muchas cosas inciertas en esta vida, cosas inexplicables, también injustas; desapariciones y apariciones, todo un cúmulo de cosas que Heska intentaba encontrarle una respuesta pero la mayoría del tiempo las esquivaba.

Era un hombre de pensar mucho las cosas, muy metódico, no era de dar pasos en falso; por eso había tardado mucho en tomar una decisión con respecto a Leela, se podía decir que eran novios ya que llevaban mucho tiempo saliendo en secreto.

Ella trabajaba para él como modelo en la empresa, era la mejor en su ámbito, una de las mejores pagadas en la industria de la moda; es que esa mujer rubia con piel de porcelana y ojos azules, con piernas de impacto y todo lo demás. Su personalidad en cambio, era todo lo contrario, era fría y egocéntrica, calculadora y  muy experimentada ya que tenía tres años más que Heska.

Pero él supuso que no eran tan diferentes, por eso se habían gustado ambos; aunque Heska nunca fue en hombre de compromisos, tenía una larga lista de mujeres en su cama y más corazones rotos de los que podía calcular, revolcones de una noche. Era tiempo de sentar cabeza y formar una familia con Leela Clausen.

Él era guapo, con su piel pálida, ojos grises y cabello negro azabache; era un joven muy atractivo tanto para hombres como mujeres, su altura y su cuerpo flaco aunque tonificado lo hacían un hombre codiciado.

El reloj no dejaba de parar y él no se hacía más joven, aunque no lo era; era lo que sus padres habrían querido que hiciera y sino le hubieran obligado, seguramente. Estaba seguro de que ella era la mujer perfecta para él.

Bajó del auto y entró a Orange rápidamente, tenía trabajo que hacer, cosas que firmar y trajes que supervisar; los días pasaban rápido y cada día faltaba menos para el desfile. Entró a su oficina no sin antes pedirle su café a Kira, se sentó a su silla y lo esperó llegar; mientras bebía su café leyendo los mensajes en su teléfono, llegó Theo.

—Hey —habló Heska dejando el formalismo a un lado.

—Me volveré loco, te lo juro —chilló Theo tirándose en la silla frente a él.

—Sí, supongo —dejó su teléfono a un lado y lo miró—. No sé cuando vendrán esos mocosos.

—Sabes que necesito ayuda, tenemos que agilizar las cosas.

—No tengo idea de por qué no han venido —acotó Heska—. Sólo han pasado unos días, calmate.

—¡Tú lo dices sólo porque no estás allá metido! —exclamó Theo—. Pero cuando llegue la fecha y no tengamos nada, no te quiero ver presionándome.

—Cuidado como le hablas a tu jefe.

—No te puedes quedar sin tu mejor diseñador estrella —Theo salió riendo de su oficina.

El de ojos grises esbozó una pequeña sonrisa y siguió en lo suyo; tenía una bonita amistad con Theo, podía llegar a ser muy dramático y juguetón, eso lo gustaba a él, más cuando andaba estresado, era como respirar aire fresco.

Retomando sus ideas principales, tomó su teléfono y llamó a Leela diciéndole que la esperaba en su oficina, cortó la llamada y la esperó. No tardó mucho en llegar la rubia, se acercó a él y lo besó en los labios.

—Dime, amor —dijo sentándose en la silla frente a él.

—¿Qué te parece si cenamos esta noche en mi casa? —informó.

—¿Klampenborg? —soltó pensativa—. ¿A qué se debe tanta intimidad?

—Ya verás, no seas curiosa.

—Vale.

—Mi chofer pasará por ti a las ocho, si te parece —añadió Lyserød.

—Como quieras, amor —sonrió la rubia.

—¡Bueno, no se diga más!

Leela se levantó y fue a darle otro beso en los labios para luego despedirse de él, dejándolo solo nuevamente.

Ella supo que era algo importante, porque que ella recuerde nunca había entrado a aquella casa inmaculada; sus salidas incluían de todo un poco, pero aquella zona jamás.

Klampenborg era la casa de Heska, ubicada al norte de Copenhague, se le conocía a esa zona como «el anillo del whiskey», debido al alto nivel de ingresos de las familias que vivían allí, donde la mayoría de los habitantes eran empresarios.
Era una parte hermosa y lujosa de la ciudad, donde daba vista a una carretera frente a una playa.

Las horas pasaron volando y tanto Leela como Heska fueron a sus respectivas casas a ponerse guapos para la ocasión; la rubia dándose sus lujos y el pelinegro dándole órdenes a su cocinera para la cena. Heska se encargó de que todo estuviera marchando bien y subió hacia su habitación, se metió en la tina y se relajó por un buen rato.

A veces era muy difícil que el estrés del trabajo no entrara a su vida como persona, pero él más que nadie se valía de artimañas para que ambas no se mezclasen. Salió del baño y se empezó a vestir, casual, pero siempre con su toque de formalidad para la ocasión. Llamó a su chofer y dio la orden para que fuese en busca de su rubia.

Entretanto, Leela se terminaba de dar sus últimos retoques frente al espejo de su habitación, llevaba un vestido rojo de tirantes hasta las rodillas, su cabello recogido y sus pies calzando unas sandalias; sexi pero elegante, como siempre era ella. Cuando llegaron a buscarla salió de su casa y se embarcó en el auto, expectante sobre cuál sería el motivo de dicha cena con Heska.

Por otro lado el hombre, ya estaba en la cocina junto con la mujer, supervisando todo y mirando el reloj cada minuto mientras esperaba a ¿su novia?

Tiempo después la mujer llegó a la casa y de una vez pasaron al gran comedor de la sala, una cosa enorme de por sí sola y con ellos ahí se veia más inmenso; se sentaron uno frente al otro y esperaron la cena.

—Luces hermosa —fue lo primero que dijo Heska.

—Siempre —farfulló ella—. ¿Ya puedo saber el motivo de este encuentro?

—Sé paciente, amor —respondió él sirviendo vino en sus copas—. Por una vez no intentes controlarlo todo.

La comida se sirvió y ellos comenzaron a comer mientras que hablaban de diferentes temas sobre ellos. Heska disfrutaba de su compañía, aunque sabía que eran iguales, egocéntricos, controladores y demás, pero se gustaban; hacían una pareja explosiva aunque nadie aún lo supiera.

—Entonces, me dirás —habló Leela.

—Sí, bueno —continuó—. Llevamos mucho tiempo juntos, no soy un hombre de discursos y corazones.

Se levantó de su sitio y se arrodilló frente a su rubia de esbelta figura.

—Así que seré directo, ¿te casarías conmigo?

—¡Sí, amor! —gritó ella y Heska lo soportó solamente porque sabía que él habría triunfado.

Sacó el costoso anillo de su cajita de terciopelo y lo postró en el dedo anular de ella.

—No des ninguna entrevista, yo me encargaré —imperó él besándola para sellar el trato.

Tanto Leela como Heska sabían que les convenía ese matrimonio, después de todo se gustaban, era lógico. Él estaba seguro de que sus padres estarían orgullosos de él donde quiera que estén, se sabía alguien recto y de tradiciones costumbristas; se llenaba de regocijo a si mismo al saber que estaba haciendo las cosas que los de su estirpe o estrato social lo harían.

Ya vería él si aquello era una buena decisión, que por aquel entonces parecía serlo.

Podría ser tan amarillo, como una infección.

Huellas de Amor Traicionado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora