{LUNA LLENA}

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El día comenzaba brillante, el clima era agradable y casi podía respirarse la tranquilidad del descanso. Todos disfrutaban de su sábado por la mañana. Todos excepto Tom.

De forma apática poco a poco se percataba del amanecer. Pese a que sus cortinas oscuras cubrían los fuertes rayos de la mañana, estas no podían cubrir el cantar de los pájaros, siempre tan irritantes según su franca opinión.
Trató de levantarse con cuidado, haciendo su mayor esfuerzo por soportar el malestar a causa de la paliza que recientemente le habían dado. Sabía perfectamente que había luchado arduamente, y aunque por un instante parecía haber tenido la ventaja, al final terminaron moliéndolo a golpes sin piedad.

¿Hasta cuándo habría de acabar ese afanado odio que le tenían esos delincuentes?
¿Porqué, después de tanto tiempo, lo seguían acosando?
No lo entendía. Su joven mente no alcanzaba a comprender sus motivos, pero le generaba profunda soledad, enfado y tristeza. No tenía apoyo de terceros que pudieran ayudarle en sus momentos más difíciles, apenas podía vagamente recordar lo que era sentirse acompañado.
Claro que tenía a su "Padre adoptivo", pero más que ser un padre era un monstruo manipulador y egoísta que a mucha gana se había ganado su odio. Jamás lo reconocía ni lo reconocería como pariente suyo. El hombre solo tenía un interés, su trabajo.
No había momento en el que no deseara hallar la manera de escapar, de su abusivo trato, de su dolor, de sus problemas, de esa casa que para él ya no era un hogar. Había fantaseado en múltiples ocasiones con el día de su libertad, planificando en cada escenario sus potenciales pasos. Se entusiasmaba y por un destello de segundo olvidada realmente la gravedad de su situación.

Inglaterra, estando bajo el control absolutista de la Armada Roja, se volvía peligrosa, insegura y fría.
Tom no se adentraba en detalles políticos pero reconocía las dificultades. Sabía perfectamente que no podría jamás atravesar la rígida ley que gobernaba las calles.
Toques de queda, cárceles, castigos, hambruna y descontento. Algunas calles se volvían peligrosas. La gente poco a poco perdía la esperanza de un cambio pacifista y, conforme las injusticias aumentaban, también lo hacía la violencia desenfrenada. No se veía capaz de enfrentarlo por su cuenta, mucho menos estando en constante amenaza a causa de su padre y sus labores prohibidas. Él estaba involucrado en muchos de los movimientos en protesta, no por genuino deseo de apoyo y libertad sino por mero interés. Tenía el objetivo de volverse parte primordial del movimiento y así ganarse un reconocimiento que en el futuro lo mantendría bien económicamente. Por eso había decidido adoptar a un joven niño huérfano, en un acto "desinteresado", en busca de buena aprobación.
Mantenía fachadas perfectamente construidas y argumentadas, pero en el fondo era un ser despiadado que poco le importaba el bienestar de otros.

Tom no podía estar tranquilo en ese lugar. Sin embargo, estaba consciente de todas las limitantes en su camino.
Por si no fuera poco, en caso de lograr burlar la seguridad, ¿A dónde exactamente podría ir? ¿A dónde podría huir un niño de apenas 13 años?
Pensar demasiado en todo eso lo ponía de mal humor pues mientras más lo consideraba, más entendía que no tenía la más mínima oportunidad.

Entre tanto, su estómago comenzó a rugir, retumbando en el eco de su habitación. Esa fue su señal para dejar en paz el dolor de su presente y enfocarse en sus necesidades biológicas.
Como ya lo suponía, el refrigerador estaba vacío y no había dinero en la mesa. No tener una alimentación adecuada era prácticamente una costumbre dentro de sus días.
Sin tener mucho más remedio, se dirigió al baño en busca de una ducha rápida, aún podía sentir la tierra en su cuerpo y algunas heridas abiertas que dejó sin atender la noche anterior.
Abrió la llave y espero unos segundos. Sin pensarlo, casi de forma maquinal, dirigió su mirada fijándola en aquel espejo agrietado y sucio. En su reflejo, sin estar muy seguro del motivo, encontraba algo desagradable y asqueroso, apestando a pasado.
Veía un cuerpo pálido, delgado, lleno de moretones y rasguños. Notándose a sí mismo tan pequeño, no pudo evitar sentirse impotente. No podía hacer nada con los problemas de su vida, incluso con los más sencillos como tener algo de alimento en su plato.
La realidad de no poder hacer nada por su cuenta, de no poder ser responsable de su propia existencia, alimentaba su ira y frustración. Como respuesta incoherente y desesperada, cerró la llave, se vistió de nuevo y tomó los pocos ahorros que tenía, con un solo pensamiento en mente, encontrar algo que comer. Sabía que era absurdo y riesgoso pero estaba tan cansado de soportar, tan cansado de su cuerpo, de sí mismo, que no alcanzó a meditar cuidadosamente lo que estaba a punto de hacer.

Rastro de cenizas (TordTom)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora