Son las 11:30 de la mañana, fueron momentos turbios esos los de hace unos días, pero ya estoy bien, es decir, me puedo descuajar de la risa viendo el show de Virulo, o puedo llorar viendo la escena donde Zuko le pide perdón a su tío Iroh, que es como su padre, en la caricatura "Avatar - La leyenda de Aang". De cualquier modo, estoy bien.
Es irónico que, siempre, en éste estado natural de armonía y paz, quiera escribir sobre la soledad, haciendo hincapié en que no es tan mala, porque quizá en éste momento pueda disfrutar de ella, aprender de ella y otras cosas más. Siempre le mencionaba a mis amigos que escribiría sobre las bondades de la soledad (que sí las tiene), pero luego comprendí que no es a mí a quien le corresponde escribir eso, o quizá no en este momento de mi vida. Aún así, comencé a desarrollar mi idea en ese día que no había iniciado bien. Me sentía un poco triste y creía que era el momento preciso para escribir sobre la soledad (intentando aprovechar la sensibilidad que producía esa tristeza), desempolvé algunos recuerdos, fotografías y palabras que se encontraban encajonadas en el baúl de la esquina. En cuanto hice esto, una avalancha de dolor cayó sobre mí, no fui lo suficientemente fuerte como para contenerla y poder escribir con armonía, pero, en cambio, fui valiente para enfrentarla, y lo hice. Terminé llorando como no lo hacía hace mucho, y empecé a escribir...
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La noche anterior, a las 8:19 pm.
Ahora mismo, siento un dolor en la parte izquierda del estómago, es dolor de amor como lo describe el señor O. Pamuk; los nudos en la garganta me están ahorcando, la saliva es tan espesa que tiene que arrodillarse para que el cuello le dé permiso de paso. El no está y cuánto lo extraño, cuánto lo amo.
Ya sabía yo que algo andaba mal hoy, el día comenzó con un calor agobiante acompañado de una típica dosis de humedad dispersa en el aire, pero sin sol. Mi rutina en el trabajo fue perturbada por una falta de ganas de hacer cualquier cosa concerniente a él. Sin embargo, tuve que hacer algunas pruebas de la obra que ensayamos, sólo para que mi jefe no se cabreara y no me montara aquel sermón acerca de cuán importante era hacer esas dichosas pruebas para que todo saliera afinado. Llegó el mediodía y mi hora del almuerzo fue tan monótona como la de todos los días anteriores, incluyendo en dicha monotonía, hasta el sabor de la comida. Vino la malhumorada tarde, mucho más aburrida que la mañana, y para no agonizar con mi aburrimiento, vi algunos videos en internet de personas que van a concursos de televisión, donde compiten cantando para convertirse en famosos; el sentimiento de envidia se clavó en mis ojos; sí, era envidia del increíble talento que tenían esas personas en relación con su gran ejecución, mientras yo, que consiente de tener también un talento, me veo obligado a no poder explotarlo como quisiese porque vivo en el país de los optimistas y oportunistas, con una vida que claramente me exige ser un esclavo del sistema, para poder sobrevivir.
Esa tarde continuó con la guilliotinante sensación de que la vida es una total pérdida de tiempo, o que no vale un diantre porque no se tiene la libertad absoluta de desarrollar el talento que se posee. Fue una bofetada a mí mismo, una traición absoluta a mi seguridad, arrastré mi ego por el suelo y lo dejé ahí tirado. Creo que cada ser humano debe arrastrarse ante la realidad, mucho antes de que otra persona lo haga, de ese modo estará permanentemente consciente de lo que es, y por lo tanto, sabrá perfectamente lo que quiere ser. Todos debemos aprender a odiarnos un poco a nosotros mismos, eso forma parte del equilibrio humano.
Pasaban las horas, mis compañeros terminaban de hacer lo que debían, uno de ellos todavía seguía allí estudiando mientras yo seguía hundiendo en el perfecto sistema ilusorio de televisión Estadounidense (por eso odio la televisión). Veía una y otra vez los mismos videos, sin percatarme de que los había visto docenas de veces, es impresionante el poder hipnótico que tienen esos programas ante el público en general; hacen shows que tocan lo más profundo del deseo humano: la ilusión del éxito. Pasé cuatro horas entre ver estos videos, revisar un par de veces a mi compañero, orinar seis veces, tomar quizás once sorbos de agua, salir al quiosco de la esquina y pedirle a la señora un maní que nunca le iba a pagar, comerme el maní en dos sentadas, y volver al salón a pensar que el día se estaba acabando porque ya lograba ver las primeras señales crepusculares en el horizonte, mientras mi corazón empezaba a sentir ese dolor particular de la decepción y el fracaso; la melancolía comenzaba de nuevo con su trabajo: hacernos un poquito más infelices.
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Capitulos de ésta historia
RastgelePara el mundo ser homosexual es algo bastante fuera de lugar por así decirlo. No los culpo ya que desde un principio las religiones así lo han pautado. Esto son los capitulos que he vivido como homosexual. Cada uno de ellos relata tal y cual como n...