Prefacio.

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La corte era un imperio venenoso y sombrío, aburrido y en palabras de Henry, sin vida alguna.

Vassilia se situaba como un reino próspero y profundamente malicioso dentro de lo que se conoce como humanidad. Allí, el poder se turnaba siempre a voluntad de la magia. La familia real era un ejemplo perfecto del poderío político, una hermosa reina omega, rara en su propia especie, un imponente alfa como rey y los dos príncipes.

Henry era el primogénito de Caín, el rey de Vassilia, y su padre parecía especialmente ansioso de que se comportará como tal. Expresaba día tras día que estaba cansado de su rebeldía, de su carácter despreocupado y sus malas maneras, parecía más un vulgar plebeyo que un príncipe.

Tenía más de soldado que de futuro rey.

La realidad es que Henry disfrutaba profundamente con molestar a sus padres, quizá era cierto que se tomaba la vida un poco a la ligera, pero a fin de cuentas ¿Por qué no hacerlo? Estar serio todo el tiempo volvería su existencia algo cansino y obtuso, tener responsabilidades era una carga que no estaba dispuesto a llevar. No le interesaba la corona ni sus obligaciones. Solo quería divertirse, y lo hacía de manera espectacular.

Tenía ventajas y las aprovechaba ¿Qué había de malo con eso? Era su padre quién alguna vez le había enseñado que la vida es de quién tiene la valentía suficiente para sobrevivir siendo feliz.

Y él era feliz entre fiestas y omegas. Iba de aquí allá con una, y luego con otra. La verdad es que las mujeres y sus aromas eran una maravilla. A sus veintisiete años había estado con un número considerable de estas. No estaba casado y tampoco pensaba en casarse, esa no era una posibilidad seria a considerar, definitivamente.

Ni siquiera se trataba de que no le gustará alguna omega lo suficiente para el matrimonio, se trataba más bien de que jamás se sentía del todo a gusto, con sus aromas o sus pensamientos, era algo como una cuerda amarrada en su corazón que ninguna mujer conseguía sostener de verdad.

Quizá cuando alguna lo hiciera, seguro le manejaría a su antojo. Pero hasta ahora no había pasado y eso estaba bien.

Aquella mañana se despertaba sin saber qué hora era. El ron aún le taladraba los sentidos, y la ropa se le deslizaba en el cuerpo con dificultad. La risa se atascaba un poco en su garganta, se supone que debía estar presentable para tener cualquier audiencia con el rey, aunque solo se tratará de su propio padre.

Recogió su cabello en una coleta más seria, quizá de esa manera Caín ignorará todo el desastre que era. Daba igual, se preparó mentalmente para el discurso de siempre.

"Ya estás en edad de sentar cabeza, de buscar una omega para esposa y reina, tienes una responsabilidad con nosotros y con tu pueblo, debes ser un alfa ejemplar, la familia real es quién debe mantener el orden y la paz de nuestro mundo, ¿Qué vas a hacer si algún día estalla una guerra? ¿Si tal vez un mago decidiese irse en nuestra contra? ¿Si alguien por fuera de estos muros descubre lo que tenemos en el jardín de las puertas?"

Una retahíla inmensa de lo mismo y lo mismo.

Al demonio con el matrimonio, con la supuesta magia y más aún con las puertas entre mundos.

Si su mundo apestaba, seguramente los otros también lo harían de la misma manera.

Aquella era una cuestión que solamente competía a la familia real, para el reino de Vassilia, la existencia de otros mundos continuaba siendo un secreto, y por eso era que su linaje se mantenía en el trono, por el poder que la información les suministraba.

El secreto del jardín de las puertas era el legado de la familia Bennett.

Era algo más sencillo de lo que parecía, se trataba de un jardín con varias puertas, que a los ojos de cualquiera podrían ser simplemente la entrada a cobertizos o a alguna otra parte del castillo. Pero la verdad es que eran puertas a otros mundos. Cuatro puertas, cada una cerrada con llave, cada una llevaba a un mundo diferente.

Se trataba de una regla simple, nadie tenía permitido traspasar las puertas, cada mundo tenía sus propias normas y condiciones, pero esa era la única en común. Se trataba del mismo espacio situado en diferentes condiciones, en su puerta, por ejemplo, existía el reino de Vassilia, pero el destino de la segunda puerta era una ciudad llamada Londres.

En la tercera, un mundo exactamente igual al de la segunda puerta se alzaba de la misma manera, solo que allí, la jerarquización proveniente de los lobos no existía. No había alfas, betas u omegas. Eran solo personas, sin ningún rasgo animal que les indicara a donde pertenecían o como debían comportarse, o al menos, eso había aprendido Henry en su diminuta época de estudio.

¿Qué clase de mundo extraño funcionaba de esa manera?

Finalmente, en la cuarta puerta solo se extendía un vasto mundo natural.

Y así coexistían, separados de alguna manera por un manto invisible. Nadie salía, nadie llegaba a través de las puertas, funcionada de manera demasiado tranquila como para que ameritará preocuparse.

El rey Caín estaba de pie en el jardín, mirando fijamente hacia un árbol de manzanas, con la cabeza hacia atrás de manera un poco ansiosa.

"Henry" habló en cuanto sintió su presencia. "¿Dónde has estado?"

El alfa hizo una reverencia, pero sus rodillas recibieron el gesto con disgusto al agacharse. "Estaba dormido, padre"

"Estás no son horas de dormir"

"Lo lamento, mi rey"

Caín se volteo a mirarlo finalmente. Tenía los ojos llenos de cansancio, le abrumaba muchísimo el comportamiento de su hijo, y llevaba varias semanas urdiendo un castigo perfecto para su malcriado y detestable príncipe.

"Ya no importa que lo lamentes, he tomado una decisión" continuó hablando, Henry se dedico a permanecer en su lugar, contando los minutos hasta que su padre terminara su regaño de esa mañana. Extrañamente, el rey permaneció en silencio luego de aquella frase.

Detrás de Henry, pasos comenzaron a llenar la instancia. Su madre, la reina Nazira, su hermano Louis, y el siempre oportuno Merlí, el hechicero de confianza de su padre, se posaron junto al rey.

"Créeme que esto es tan difícil para nosotros como lo será para ti" continúo hablando el alfa, mientras acomodaba con disimulo su corona. A su lado, la reina observaba a Henry de manera melancólica.

El príncipe se alarmó. "¿De qué estás hablando, papá?"

Merlí se acercó a él, le palpó la muñeca con delicadeza mientras Henry observaba a sus padres, sorprendido y por primera vez, asustado.

"Es momento de que aprendas a comportarte" dijo la reina.

"¿Mamá...?"

"Merlí se encargará de que estés bien" contesto ella.

"¿De que demonios estás hablando?" dijo el alfa, mientras removía bruscamente el agarre del mago en su mano.

"La única manera de que valores lo que tienes, es perdiéndolo todo" continúo hablando el rey, mientras se acercaba a él y lo sujetaba de los hombros con firmeza.

Henry se sintió aterrado cuando se dio cuenta de que su padre lo estaba llevando directamente a la segunda puerta. No, no, eso era imposible. Aquello estaba prohibido.

"Papá...yo" comenzó a decir, pero se quedaba mudo a la mitad de su oración. "No, no puedes hacer esto, es... ¡Soy tu hijo!" gritó, mientras continuaba siendo arrastrado, al poner resistencia, los brazos de su hermano y de Merlí ayudaron a empujarle.

"¡Por favor, mamá, Louis, no hagan esto!" vociferó, pero nadie parecía querer darle una oportunidad.

La puerta se abrió, mostrando nada más que una oscuridad inmensa y aterradora.

"Cuando hayas aprendido tu lección, la estrella en tu muñeca indicará que es momento de que regreses, no antes" dijo su padre con firmeza antes de empujarle directo a la oscuridad.

Y luego, nada.

Solo un abismo.

NARCISSIST ⌠Omegaverse⌡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora