Capítulo 9

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El día de ese punto sin retorno llegó una tormentosa tarde de junio. Empezaba a anochecer y llovía torrencialmente cuando sonó el timbre. Al abrir, una empapada Juliana me sonrió desde el umbral.

"Hola".

"Hola". Me apresuré a hacerla entrar. "Estás empapada".

"Lo siento". Se disculpó. "Estoy llenando el suelo de agua".

"No te preocupes por eso. Pasa. Espera, ahora vuelvo".

La dejé en el salón y fui a la habitación a tomar una toalla. Se la di y ella empezó secarse el pelo.

"Pensaba que las asistentes de importación-exportación eran más listas y no salían sin paraguas en días de tormentas".

"Hay tantas leyendas acerca de nosotras...". Replicó con sorna mientras dejaba la toalla a un lado, se quitaba la mojada chaqueta y la dejaba pulcramente sobre el respaldo de una silla.

"Has terminado pronto hoy".

"Estaba harta del despacho. Y tampoco me apetecía volver a mi casa". Me miró. "Espero que no te importe".

"¿Cómo va a importarme?" Dije, sonriendo para tranquilizarla.

Esa era otra faceta de Juliana que había descubierto, con gran sorpresa por mi parte. Conocía su parte resolutiva, como mujer de negocios. También su parte contenida, que podría hacerla parecer fría ante ojos que no la conocieran como yo lo estaba haciendo. Y había una parte de ella, una parte pequeñita, pero que estaba allí, que la dejaba indefensa ante la inseguridad. Viendo cómo se manejaba en su trabajo y en otras facetas de su vida podría resultar inaudito pensar que Juliana se mostrara insegura, pero yo había podido captar pinceladas de ese lado que casi siempre lograba ocultar muy bien. Cuando decidimos empezar a salir, parecía tener sus reservas en todo lo referente a mi tiempo y mi espacio. Al principio lo había confundido con con miedo al compromiso por su parte, pero no podía estar más equivocada. Simplemente, quería darme ventaja. Espacio para maniobrar, para echarme atrás si así lo decidía. Cuando lo entendí, cuando comprendí que ella también era vulnerable, la amé mucho más. Era esa parte de mujer perdida en medio de una tormenta, la insólita mezcla con la mujer segura y fuerte, la que completó el cuadro que me había hecho de ella, la que terminó conmigo en el fondo de ese abismo tan deseado.

Para disipar sus dudas acerca de la conveniencia de su inesperada visita me acerqué a ella y la besé. Tenía la piel húmeda y fría, pero sus labios reaccionaron de inmediato con calidez. El agua de lluvia se mezcló en nuestros labios. Alargué el beso todo lo que pude y me separé de ella. Juliana me miró con intensidad. Hacía poco que esa mirada en concreto había aparecido en el marrón de sus ojos, haciendo mucho más difícil el precario equilibrio de mi deseo. Una mirada despojada de ese leve escudo de sobriedad que siempre parecía acompañarla. Si dependiera de esa mirada, estaría segura, no habría ninguna duda. Sería el espejo de lo que yo sentía por ella.

Le devolví su mirada, queriendo que se viera reflejada en mis ojos como yo me sentía reflejada en los suyos. Posé la mano en su antebrazo.

"Pareces cansada". Dije.

"Me duele un poco la espalda". Sonrió, arqueando una ceja.

"¿Un masaje?" Ofrecí, dando un pequeño paso hacia atrás, que ella anuló haciendo presa sobre la mano que yo apoyaba en su antebrazo.

Me detuve, ladeando la cabeza, turbada sin saber por qué. Me miró y fue como si en ese momento alguien volara una cometa sobre mi cabeza para atraer un rayo. Estoy segura de que algo empezó a lanzar chispas dentro de mí a partir de ese instante.

"Creo que solo necesito que me beses otra vez". Dijo en un susurro, con sus ojos clavados en los míos.

No iba a contrariarla, turbada o no. La besé. Juliana sujetó con firmeza la base de mi espalda para atraerme más hacia ella. Su mano libre subió hasta mi cuello, acariciando mi nuca con la yema de los dedos. Cada trocito de piel que tocaba era un mensaje de deseo directo a mis entrañas, y las yemas de sus dedos activaban y reactivaban una y otra vez ese deseo, lanzándolo hacia una espiral infinita. Latigazos de deseo que me recorrían de punta a punta y que hacían que fuese total y absolutamente consciente de todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.

La Perfección Del Silencio (Juliantina) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora