Capítulo 21

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Cerré el servidor de correo. Apagué el ordenador y salí a la calle, sin un rumbo fijo. Me sentía entumecida y furiosa a la vez, como si mi rabia fuese tan grande que se hubiera espesado en el fondo de mi cuerpo y me impidiera reaccionar. Entré en un bar y pedí una cerveza. Después pedí un par más, seguidas de otras dos. A la sexta, llamé a Ana.

"¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?" Le espeté, sin ninguna introducción.

"¿Disculpa?"

"No lo entiendo".

"Valentina ... ¿estás borracha?"

"No tanto como querría, porque aún puedo pensar, pero dame cinco horas más y verás qué pronto lo soluciono". Dije con beligerancia.

"¿Qué pasa?".

"Por eso, por eso no hacías más que mencionarla aquella noche. ¡Porque conspirabas a mis espaldas!"

"¿De qué hablas, Valentina? ¿Dónde estás?"

"¿Por qué le crees a ella? ¿Por qué te ha resultado tan fácil ocultármelo, mentirme?"

Ana empezó a comprender lo que ocurría.

"Dime dónde estás. Hablemos de esto en persona, ¿vale?"

"¿Ahora quieres hablar? Pues ahora soy yo la que no quiere".

"Por favor, Valentina, dime dónde estás". Insistió.

"Vete a la mierda".

"Lo hice por ti, Valentina".

"Claro, cuánto altruismo".

"Valentina, mira, no te he dicho nada durante todos estos meses porque respetaba tu dolor, pero has de reconocer que la sigues queriendo. No puedes seguir así"

"¡Porque soy una persona por desgracia muy lenta, imbécil! Me cuesta olvidar, maldita sea. Pero en un par de años lo habría conseguido". Gimoteé, La borrachera estaba a punto de alcanzar su punto más miserable. "Le has creído. ¡Te explica esa mierda de cuento de acosadora psicópata y le crees!"

"¿Has leído las conversaciones?" Suspiró, contrariada. "¿Por qué no puede ser cierta su historia?"

"Porque, idiota, ¿quieres saber qué fue lo último que me dijo esa mujer antes de largarse del ático? ¿Quieres saberlo?" Hice una pausa, sintiendo un nudo en la garganta al recordarlo. Nunca se lo había contado a nadie, porque no podía, me dolía demasiado, y recordarlo en ese momento hacía que el dolor de entonces renaciera con toda su fuerza. "«Fresas con nata»". Escupí, llorando. "Esa mujer se volvió hacia mí en la puerta y me dijo: «Tienes toda la razón. Juliana sabe a fresas con nata»". Grité mis siguientes palabras. "¡¿Puede explicar Juliana cómo sabía esa mujer eso?! ¡¿Cómo alguien puede saber qué dijiste en el momento exacto en el que estabas teniendo sexo con tu novia?!"

Se hizo el silencio al otro lado de la línea. Y en el bar.

"No lo sabía, Valentina. ¿Por qué no me lo contaste? La habría mandado a la mierda".

"¿Es que acaso hacía falta? ¿No te bastaba con mi dolor?" Balbuceé.

"Espera, ¿y si hay alguna explicación? Me lo contaste a mí, ¿por qué Juliana no podría habérselo contado a una amiga?"

"Sí, claro, por supuesto. Juliana se lo cuenta a su mejor amiga, esta a sus dos mejores amigas y estas a su vez a sus cuatro mejores amigas. Y dentro de esa milagrosa progresión... Uh casualidad, esas palabras llegan hasta esa mujer. Y otra cosa, aunque a estas alturas ya no sé qué creer de ella y qué no: me dijo que no tenía muchos amigos o, más exactamente, ninguno. Nadie a quien contárselo".

"No sé qué decir, Valentina, de verdad. Lo siento, lo siento muchísimo".

"Eres mi hermanita, mierda. Mi amiga. Me has dejado sin ninguna de las dos".

Antes de que pudiera replicar, colgué y desconecté el móvil.

Pedí la séptima.

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La Perfección Del Silencio (Juliantina) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora