Capítulo 12

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"¿Juliana?"

Ella se volvió hacia mí en la semipenumbra de la habitación.

"Vuelve a dormir, cariño. Siento haberte despertado". Dijo en un susurro, abrochándose la camisa.

Estaba más que despierta.

En realidad, apenas había podido pegar ojo en toda la noche. Tras la comida con Ana y Juanepi, había tenido el resto del día para darle vueltas a la idea. Juliana llegó muy tarde y no me atreví a sacar el tema, pero la noche en blanco me había desquiciado. Juliana se acercó, me besó en la frente y sonrió.

"Duérmete". Se irguió y salió de la habitación.

Por un momento, estuve tentada de obedecerle. De cerrar los ojos y olvidarme. Quise pensar que todo era una tontería y que no había ninguna razón para sacar las cosas de contexto. Pero, mientras la oía prepararse un café en la cocina, supe que no podría cerrar los ojos e ignorarlo. Tarde o temprano tendría que afrontarlo. Me levanté y fui a la cocina.

"Juliana". La llamé.

Ella se dio la vuelta.

"¿Te has desvelado? Te haré un café".

"No me apetece".

Ella volvió a mirarme y frunció el ceño. Cogió un legajo de papeles que había sobre la barra americana y los hojeó.

"¿Te pasa algo?" Preguntó.

"¿Podemos hablar, Juliana?"

Ella levantó la vista.

"Por supuesto. ¿Qué ocurre?'

"Es algo… Importante".

"¿Sí?" Su expresión se llenó de cautela y tuve un mal presentimiento.

No encontré otro modo de hacerlo.

"¿Estás viéndote con otra persona, Juliana?" Solté de golpe.

Palideció de inmediato y supe en ese momento, por el sobresalto de su mirada antes de que pudiera cristalizarla con la opacidad del enmascaramiento, que algo empezaba a romperse dentro de mí. El espejo luminoso que vivía en mi interior empezó a hacerse añicos.

Ella depositó con cuidado las hojas de papel sobre la barra, como si pudieran romperse con un simple golpe; como si el papel, en vez de rasgarse, pudiera quebrarse.

"¿Por qué dices eso?" Preguntó, tratando de mostrarse serena.

"¿Es así?" Insistí, con voz estrangulada. Tuve la desagradable sensación de que su cabeza trabajaba apresuradamente en fabricar una respuesta. No contestó de inmediato. Sus ojos rehuyeron mi contacto. "¿Juliana?"

Ella no dijo nada durante unos segundos y después afrontó mi mirada.

"¿Confías en mí?" Dijo, al fin.

Esas tres palabras preludiaron el desplome. La miré, anonadada. No le respondí, no podía. La mujer que tenía delante, la mujer de los ojos chocolate, era la mujer que hacía que me sintiera como si el nombre de todas las cosas hermosas del mundo se reflejaran en espejos de plata en mi corazón. Y estaba a la distancia de unas solas palabras de partírmelo en pedazos.

"Puedo arreglarlo, Valentina". Me aseguró, perdiendo su forzada calma. Me sentí desfallecer y empezó a dolerme el estómago. "No es lo que piensas, cariño".

"¿Entonces admites que hay alguien?" Tartamudeé.

Como una idiota, había esperado que lo negara, que me hiciera ver que todo habían sido imaginaciones mías.

La Perfección Del Silencio (Juliantina) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora