Capítulo 25

1.4K 150 7
                                    

Fractura en pierna izquierda. Fractura costal. Leve traumatismo facial, contusiones y laceraciones. Traumatismo craneoencefálico sin afectación visceral. Miré con angustia a Juanepi después de releer por enésima vez el parte médico.

"Voy a matar a esa imbécil por no llevar casco".

Juanepi me devolvió una mirada cansada. Ambos teníamos un aspecto espantoso después de llevar dos días en el hospital.

"Créeme, merry, cuando despierte será de lo primero de lo que se arrepienta ella sólita".

"Sus padres no van a venir". Dije, en voz baja. "Les he vuelto a llamar. No quieren saber nada".

"Bueno, ¿quién necesita a unos padres ultraconservadores y homofóbicos en su vida?" Sonrió sin alegría. "Además, míralo por el lado bueno. Si Ana despierta y ve las caras de idiotas de sus padres, se nos vuelve al estado comatoso de cabeza". Me dio un suave codazo. "Ey, vamos, se va a poner bien, ya has oído a la doctora".

Cerré los ojos, agotada. Ana se había estrellado con la moto de madrugada cuando volvía a casa, el día que hablé con ella por teléfono. Todavía no había recuperado la consciencia.

"Valentina". Noté cierta urgencia en el susurro de Juanepi.

"¿Qué?" Repliqué, sin mirarle.

"Valentina". Dijo otra voz muy distinta de la de Juanepi.

Sobresaltada, abrí los ojos.

"Juliana". Balbuceé.

Estaba plantada frente a nosotros, algo indecisa, pero pareció rehacerse y tuvo un gesto que agradecí profundamente. Se inclinó y me abrazó con delicadeza. Tras un instante de vacilación me perdí en la solidez de su presencia física. Por un momento, olvidé dónde estábamos y por qué. Solo era capaz de sentir la calidez y la seguridad que me proporcionaba su abrazo. Creo que me estremecí, pero pudo haber sido ella. Se separó y me miró: era innegable la nostalgia en su mirada. Yo esbocé una torpe sonrisa, anonadada por hacer mía esa añoranza, por la traicionera desazón que me asaltó en cuanto dejó de tocarme. Después, ella se acercó a Juanepi y lo abrazó también. Él se levantó con una amplia sonrisa en el rostro.

"Me voy a tomar un café". Y se marchó, dejándonos a solas.

"¿Cómo estás?" Preguntó Juliana con suavidad.

"Bien".

Sonrió, dándome a entender que no me creía.

"¿Y Ana?"

"Igual. Ni bien ni mal. Solo igual".

"Saldrá de esta, no te preocupes".

"Eso espero". La miré. "¿Quién te lo ha dicho?"

"Juan me llamó y tomé el primer vuelo que pude. Quise tratar llamarte pero…". Se alzó de hombros. "No quería molestarte".

"No lo habrías hecho". Hice una pausa. "Y agradezco que estés aquí. Siento no habértelo dicho yo, ni siquiera se me ocurrió".

"Tenías otras cosas de las que preocuparte".

"Los vuelos a través del tiempo se han convertido en tu especialidad". Sonreí al recordar las palabras de Ana, y eso hizo que la preocupación aflorara en mi rostro.

"¿Te encuentras bien?" Inquirió, sentándose a mi lado.

"Esa idiota lleva años dándome mala vida".

Juliana sonrió.

"Pues te esperan muchos más". Dijo, con un optimismo y seguridad que agradecí. "¿Se sabe algo de lo que pasó? Juan me contó que no hubo testigos del accidente".

"Hace años que tendría que haberse deshecho de la moto. Supongo que le patinaría la rueda trasera, le ha pasado a veces. Nunca encontraba tiempo para llevarla al taller".

"Al menos alguien la encontró pronto. Por la hora a que ocurrió y en las afueras, podría haber pasado mucho tiempo sin que nadie la viera".

"Si no llegaba a pasar ese auto…". Me llevé las manos a la cara.

"Pero lo hizo". Dijo. "Y ella está ahora atendida. Se pondrá bien, no te preocupes".

Intenté apartar de mi cabeza la imagen del cuerpo maltrecho de Ana tirado en el asfalto. Sin saber que lo hacía busqué consuelo en la mirada de Juliana, y su mirada fue el dique contra el que se estrelló mi congoja. Demoré más de lo prudente mi mirada sobre la suya y me sobresaltó el ser consciente de la facilidad con la que me perdía en sus ojos, como hacía antes. Aparté la mirada, nerviosa, y busqué una salida neutral.

"¿Cómo te va en Canadá?"

"Pues, no lo sé, la verdad". Respondió ella al cabo de un instante.

La miré, ceñuda.

"¿No lo sabes?"

Ella dejó descansar todo el peso de su mirada café sobre mí. Así se aseguró de retener la mía mientras hablaba.

"Tengo un puesto directivo y gano mucho más". Hizo una pausa, y su gesto pareció descartar por triviales las palabras pronunciadas. "Pero echo de menos España, echo de menos esto. Te echo de menos a ti".

Por el sobresalto de su mirada, creo que ni ella misma esperaba pronunciar esas últimas palabras. Me miró, temerosa de haber dicho algo inadecuado. Yo recordé nuestro último encuentro, la dureza de mi negativa. Sus posteriores correos y mi extravagante respuesta. Todo eso me parecía lejanísimo e irreal, cuando tan solo habían transcurrido unos días.

"Juliana, yo…".

"No digas nada, por favor". Me detuvo. "Lo siento, no tendría que haber dicho algo así. No es el momento ni el lugar. No quiero que pienses que estoy aquí por…".

Se calló y se levantó, agitada. Yo la imité, buscando su huidiza mirada.

"Juliana". La llamé, y ella me miró. Le sonreí con fatiga. "Significa mucho para mí que estés aquí". Dije En ese momento, fui consciente de los sentimientos de seguridad y sosiego que habían sustituido a la zozobra y el dolor que había sentido hasta hacía escasos minutos, como también fui consciente del origen de los mismos. No podía permitir que Juliana se reprochara algo así. "Gracias".

Ella titubeó y después su mirada se suavizó.

"Ojalá pudiera hacer algo".

"Ya lo has hecho". Le aseguré. "Ven, siéntate conmigo".

Le señalé las incómodas sillas de plástico y nos sentamos una al lado de la otra. Ninguna habló.

Fue la primera vez desde nuestra ruptura que sentí que había recuperado el silencio como aliado.

Terminé mis clases por lo que estaré subiendo capítulos más seguido :)

No se olviden de comentar y votar
Mil gracias por leer 🌈

La Perfección Del Silencio (Juliantina) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora