Unas horas antes
"Creo que tu ex ha bebido demasiado". Dijo Ana, arrastrando la equis sonoramente al tiempo que se inclinaba sobre una adormecida Juliana. "Estos extranjeros no saben beber".
"Creo que es por el jet lag". Opiné. "Debe de estar agotada".
"Yo sí estoy fuera de combate". Bostezó Juanepi. "¿Puedo quedarme a dormir?"
"Claro". Respondió Ana. "Vámonos a dormir, chicas. Es muy tarde".
"Un momento, un momento". Dije. "¿Qué hacemos con Juliana?"
"Que se quede en el sofá".
"No voy a hacer que duerma en el sofá". Repliqué.
"Pues métela en tu cama". Ana sonrió ampliamente.
"Ana, por favor. No creo que se sienta muy cómoda si mañana amanece aquí tirada. Y tendrá cosas que hacer, ¿no? Para eso ha venido".
"Llama a un taxi y métela en él".
"No podemos dejarla sola en un taxi en su estado". Protesté.
"Pues acompáñala".
"Ve tú, Juanepi, ¿quieres?" Pedí.
"¿Quieres que me la lleve a su casa y le ponga el pijama? Ni hablar. ¡Soy un marica defectuoso, por favor, no hago esas cosas! Además, estoy borracho".
"Y tiene que acostarme". Terció Ana. "Juan Epifanio, tómame en brazos y ve bajándome las bragas, que quiero hacer pipí".
"No me hagan esto". Pedí en tono lastimero.
"Solo tienes que llevarla a casa, no es tan difícil, Valentina". Dijo Ana, antes de desaparecer camino de la habitación en brazos de Juanepi, mientras me decía adiós con la mano, con una beatífica sonrisa pintada en el rostro.
Miré a Juliana, dormida en el sofá. Sí era difícil maldita sea. Me había pasado toda la noche luchando conmigo misma para no mirarla una y otra vez, por mantener una prudente distancia física que evitara que rondara cerca de ella como una polilla atraída por la luz. Para no ceder a la nostalgia de su piel, su voz, a la noche de sus ojos. Me había costado horrores practicar esa consciente distancia, que se había demostrado miserablemente inútil, pues cuanto más me esforzaba en alejarme, con más ahínco deseaba todo lo contrario. Maldita sea. Inspiré, me incliné sobre ella y la toqué con suavidad en un hombro. Ella abrió los ojos, me miró, y sus ojos se convirtieron en la sima del abismo en el que un día deseé precipitarme. Su mirada reclamaba abiertamente todo lo que yo era con relación a ella, todo lo que ella deseaba ser con relación a mí. En el fondo de ese tentador precipicio estaba el ayer que dejamos atrás, todas las palabras, todos los gestos, todo lo que fuimos. Después, como si despertara de un pesado letargo, parpadeó, miró confusa su alrededor y su tenue sonrisa se fue desdibujando gradualmente. El instante se rompió, cuando Juliana fue consiente —y yo a mi vez, en una muestra de absoluta empatía que me provocó vértigo— de que no se hallaba donde había soñado: un instante congelado en el tiempo en el que nuestra relación estaba viva. Una línea de desencanto revoloteó sobre su expresión y después escondió su desilusión bajo una forzada capa de neutralidad. Creo que había estado a punto de acariciarme, de besarme, de tomarme entre sus brazos. Fuese lo que fuese lo que le concedió ese instante de confusión, de desnudez emocional, se retiró, dejando en ella un rastro de melancolía. Se excusó por haberse quedado dormida y declinó mi ofrecimiento de llevarla a su casa, pero insistí, inquieta sin saber exactamente por qué. Yo era polilla tras la luz, consciente o no.
La acompañé al ático. Sus maletas todavía estaban en el pasillo de entrada, con las etiquetas prendidas. Juliana había vuelto a dormirse durante el trayecto y estaba un poco aturdida. La acompañé hasta su habitación y la senté en la cama. Me incliné para quitarle los zapatos.
ESTÁS LEYENDO
La Perfección Del Silencio (Juliantina)
FanfictionValentina, librera en una ciudad mediterránea, se enamora de Juliana, ejecutiva de una empresa internacional y recién llegada de la capital. La primera es una《romántica incurable》que valora la fidelidad en la pareja, ama su trabajo y se rodea de ami...