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-Tu don será muy importante en medio de la batalla, necesitas concentrarte- exclamó Thsey con paciencia.

-Lo lamento, es que me aterra hacerlo mal- se disculpó Zsarda tronando sus nudillos con nerviosismo.

-Deberías estar más aterrada de que algo les suceda a tus hermanas.

La mujer respiro hondo, tratando de calmarse. Pero la idea de estar en medio de tanta violencia la alteraba. De solo pensar que alguien pudiese herirla, o a las más jóvenes...

-Deja de preocuparte- Thsey le tomo la mano. Su toque era cálido y logró tranquilizarla. -Si te sirve de consuelo, yo me opuse a todo esto. No soy fanático de las guerras.

La deidad del sol recordó el precio que tuvo que pagar al ir en contra de las órdenes de Zadro. Miró las cicatrices en las palmas de sus manos y las cerro en un puño.

No era momento de pensar en ello, después de todo su castigo había sido levantado. Ahora necesitaba ayudar a la chica a proteger a sus hermanas mortales.

Si pudiese extender su poder, no solo a ellas, sino a otros soldados, más vidas se salvarían.

-Tienes un instinto de protección, sobre todo si se trata de Mwey. ¿Tienes hermanos menores?

-No, pero cuidaba a los hijos de mis vecinas. Me pagaban con comida para mi madre y para mí. Sólo somos ella y yo.

-Ha de haber sido duro dejarla- dijo Thsey con empatía.

Los ojos de Zsarda se llenaron de lágrimas al recordar a su madre. Trataba de no pensar en ella a menudo para no hacer el dolor más fuerte.

Le servía de consuelo saber que sus vecinas no la abandonarían. Pero se preguntaba, ahora que el templo de las vírgenes había sido abierto para que el pueblo les rindiera culto, por qué su madre no había venido a verla.

No podía evitar recordar cuando su madre le dijo que era una carga. ¿Estaba feliz de haberse librado de ella? Zsarda sabía que no tenía la culpa del abandono de su padre, pero su madre pensaba distinto.

-No van a permitirnos volver, ¿cierto?

Thsey notó la esperanza en su voz y se lamentó no tener una respuesta afirmativa. Dudaba mucho que todas ellas sobrevivieran al entrenamiento, mucho menos a la guerra.

Había observado como las divinidades las empujaban más allá de sus límites. Todos ellos olvidaban que trataban con seres frágiles y sensibles.

¿Cuanto tiempo más durarían en manos de aquellos monstruos?

-Akup está volviendo a pelear contra Gisa, es el momento perfecto para que practiques. Trata de crear un escudo a su alrededor, intenta que ella no llegue a tu hermana.

Zsarda se limpió las lágrimas y trató de enfocar a Gisa. Aún su brazo no se curaba del todo, pero gracias a plantas medicinales proporcionadas por Jubal y Terla, había estado mejorando.

Enfocó toda su atención en su compañera, pero por más que trataba de ayudarla contra aquella violenta divinidad, Gisa término en el suelo bañada en sangre.

(...)

-Gracias por enseñarnos, Jubal- Míhe alargó el brazo hacia ella y le apretó el hombro.

Había notado que Jubal no era muy afectiva, así que tenía cuidado de no incomodarla.

-Mi papá y yo cocinabamos ratas del campo. Las empalaba y le dábamos vueltas sobre el fuego- dijo Mwey con una sonrisa melancólica.

-¿Comías ratas?- preguntó Miyan con una mueca de asco.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora