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Las vírgenes se encontraban de pie ante la multitud. Había una fila tan larga que les era imposible ver su final.

Usualmente en cuanto el primer rayo de sol tocaba la tierra las personas visitaban su templo trayendo todo tipo de ofrendas, pues estaban desesperadas por la guerra. Debido a la falta de manos trabajadoras, el pueblo se había sumido en la pobreza, las bestias salvajes atacaban cada día y la tierra no paraba de temblar.

Era casi como si el mismo planeta estuviera en guerra y hubiese escogió el bando enemigo.

-Por favor, te lo suplico, acepta a mi hijo. Está agonizando, no sé cómo salvarlo.

La mujer trató de poner a su bebé en manos de Ajiva, pero esta retrocedió asustada.

-¡Sálvame a mi! Soy casi un adulto, puedo ser de utilidad- una joven empujó a la madre, poniéndose frente a la virgen. –He estado enferma desde que nací, necesito curarme para poder casarme.

-¡Escuchen!– Tripya escondió a Jubal detrás de sí. –Ella no cura enfermedades.

-¡Ella si!- una anciana señaló a Latwo y de pronto todos comenzaron a abalanzarse contra ella, creyendo que serían curados con tan solo tocarla.

-¡Retrocedan, por favor!- exigió Míhe. –No podemos hacer nada por ustedes. ¿Cuándo hemos realizado algún milagro?

La multitud se quedó callada, pero estaba furiosa.

-Saben donde están los templos de las deidades. ¡Vayan con ellos a rogar! Nosotras no cumplimos peticiones.

-Somos tan normales como ustedes- agregó Zsarda.

-¡Eso no es cierto!- respondió una mujer embarazada. –Pude quedar encinta gracias a ella- señaló hacia Vasthia.

La castaña retrocedió junto a Ajiva.

-¡Ustedes no nos quieren escuchar! ¡Vienen de nuestras aldeas, descienden de nuestros mismos ancestros pero reniegan de ello!

-Estan a punto de atacar- susurró Miyan, quién mostró un sentimiento además del asco; el miedo.

Todas escucharon las palabras de la vidente y se refugiaron en el interior del templo. Entre todas lograron cerrar las altas puertas, pero la multitud no dejó de golpearlas intentando llegar hasta las vírgenes.

-¿Qué hacemos ahora?- preguntó Rúhu sintiendo los golpes en la espalda de las personas al otro lado.

Todas miraron hacia Miyan, quién las había alertado a tiempo para salvarse. En ese momento, ninguna dudó de su don.

-No van a irse. Tenemos que acabar con ellos.

-¿Estas loca?- rugió Ajiva.

-¡Estaban a punto de hacerte daño! ¡No es momento para que te pongas en contra de la violencia!

-Necesitamos calmarnos. Quizá sí alguna sale y les explica que nuestros dones no funcionan así...- dijo Terla.

-Claro, ¿por qué no sales tú?- atacó Gisa con enfado.

-¿Por qué está pasando esto?- preguntó Mwey, abrazándose a Zsarda.

-La esperanza los ha abandonado- respondió Míhe. –Esta guerra debe terminar pronto o no quedará un solo hombre en pie.

-Eso ya lo dijo Zadro- Miyan se tapó la cara con las manos. –Pero ¿qué podemos hacer? No estamos listas para pelear.

-Míhe tiene razón, sólo quieren esperanza.

-¿Y alguna idea sobre cómo dárselas sin que nos maten?- preguntó Gisa a Tripya.

-Si fuéramos capaces de usar nuestros dones, podríamos hacerlo. Latwo podía curarlos, Ajiva evitaría sus muertes y Terla los llenaría de alimentos. Incluso Zsarda protegería a sus hijos en la guerra.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora