Prólogo

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Jubal se removió en sueños. Siempre se presentaba el mismo, en dónde se encontraba en un lugar oscuro y vacío, no importaba cuanto luchara por salir de ahí; la oscuridad la envolvía de una manera asfixiante hasta que despertaba bañada en sudor, extrañando el abrazo de alguien.

Sin embargo, está vez fue diferente. El sueño se había presentado tan vívido, que incluso aún sentía rastros de sangre en ella. Había soñado que se comía a una blanca paloma después de destazarla.

Si bien es cierto que salía a cazar cada día, ella se aseguraba de ir a derramar la sangre de su presa en el templo de Akup, divinidad de la caza, rogando que al día siguiente pudiera encontrar otra para comer.

Era imposible que el hambre la hubiese convertido en una salvaje y simplemente mordisqueara al animal de esa manera tan brutal.

-Creo que está despertando- susurró una voz de mujer junto a su oído.

Jubal se quedó quieta, despertando de golpe, pero manteniéndose en su lugar. ¿Estaban asaltándola?

-Se asustará sí te ve cerniéndote sobre ella.

-Dale espacio, Zsarda.

¿Cuántas personas estaban rodeándola? Intentó sentir si aún llevaba su cuchillo en su cinturón pero no quería moverse, pues las alertaría de su despertar.

-Oye, puedes dejar de fingir. No vamos a hacerte daño.

Sintió que un pie le presionaba el estómago y la movía suavemente. Finalmente, no le quedó más remedio que abrir los ojos.

Primero vio a cuatro chicas, todas hermosas, pero sus vestiduras estaban manchadas de sangre.

Se enderezó rápidamente y vio a otras seis a su alrededor, en la misma situación aunque ninguna parecía herida.

-¿Qué les pasó?- preguntó en un susurro.

-Deberías verte a ti misma- respondió una, señalándola.

Jubal bajó la vista a sus prendas y se dió cuenta de que la sangre que sentía era real. ¿En verdad se había comido a esa paloma?

-¿Dónde estamos?- preguntó sin reconocer el lugar en el que se hallaba.

Parecía una especie de templo, pero no reconocía a que divinidad pertenecía. Además, sólo los sacerdotes podían habitarlos, si alguien las descubría ahí, las apedrearían hasta morir.

-Todas hacen la misma pregunta- respondió la que la había empujado con el pie. Parecía irritada.

-Ninguna lo sabe. Despertamos aquí bañadas en sangre- respondió la más cercana a ella.

-Pues yo no me voy a quedar aquí. Hay que subir a un lugar alto y tratar de localizar la aldea Cunai- dijo una levantándose del pulcro suelo.

-Pero yo no provengo de ahí.

-Ni yo.

-¿Que todas provienen de diferentes aldeas?

Jubal las miraba confundida. Vió más allá de las jóvenes pero solo encontró bosque. Todas ellas estaban muy lejos de la plaza principal, que era el último lugar en donde recordaba haber estado.

-Contando a las dos chicas que están vomitando allá atrás, somos doce. Cada una proviene de una de las once aldeas.

-¿Y tú? ¿De dónde vienes?- le preguntaron a Jubal. Ella regreso la atención a ellas.

-No provengo de ninguna.

-Todos provienen de una.

-¿Quieres dejarla responder?- se exaltó la que había ideado subir a un lugar alto.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora