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Jubal se despertó sintiendo gran pesar en su corazón, aunque no sabía la razón de ello. Cuando miró a un lado se sobresaltó al ver el rostro tan cercano de Lusila al suyo.

-Que bueno que despiertas- se levantó de la cama, dándole espacio ahora que la había descubierto. –¿Estas lista para explorar la Ciudad Santa? La gran mayoría de deidades de una categoría media residen en este lugar. Nuestra energía hace que todo alrededor sea hermoso. Ya lo verás por ti misma.

Palmeó su hombro, animándola a ponerse de pie. Esta vez no tuvo el decoro de dejarla sola para que ésta se vistiera apropiadamente con las ropas que tenía puestas ayer.

Aún así, le dio la espalda y fingió que no sentía sus ojos en cada gramo de su cuerpo. No podía entender su entusiasmo en observarla, pues aún no comprendía que esa mujer había sido participe en la elaboración de su especie.

Y en un intento de asimilar su comportamiento extraño, le preguntó acerca de su colaboración con Zadro.

-¡Había estado esperando que lo preguntarás!

No esperó a que terminara de ceñirse el cinturón cuando la arrastró fuera de la habitación de vuelta al salón de las ofrendas, donde a pesar de ser de día, había una chimenea encendida.

-Encontre el ejemplo perfecto para explicar el porqué de su existencia.

Tomó una antorcha apagada de la pared y volvió al lado de Jubal con entusiasmo reflejado en su rostro.

-Imagina que Zadro es el fuego. Es energía pura y fuerte- se aclaró la garganta para dar énfasis.  –Ahora bien, nos alimentamos de las adoraciones de otras especies, como deidades menores. Sus ofrendas son como el viento que aviva las llamas.

Jubal asintió, mirando con el ceño fruncido al fuego. Si en realidad aquellas llamas representaban a Zadro quería extinguirlas por completo.

-Zadro y yo los creamos a ustedes, aunque él se llevó todo el mérito- añadió esto último en voz baja. –Asi que imagina que ésta antorcha es tu especie. Sólo es materia, así que no está viva. Sin embargo, Zadro logró deslindar parte de su energía y la puso en ustedes.

Acercó la punta de la antorcha al fuego y ésta se encendió.

-El fuego no disminuyó, ¿verdad? Puede alimentar cuántas antorchas pueda. Mejor aún, está antorcha puede alimentar a otras. Y así es como tienen vida. Y cuando mueren, sirven como combustible y las llamas crecen.

Lanzó la antorcha al fuego y este se avivó dentro del espacio confinado.

-Si sus alabanzas fueran hacia otras deidades, las harían muy fuertes. Zadro y su séquito habían sido los únicos beneficiados de su energía hasta el momento.

Se volvió hacia ella con un sonrisa complaciente. A pesar de que Lusila era una deidad, veía con adoración a Jubal, una simple mortal.

-Pero puedes cambiar eso- agregó revelando sus verdaderas intenciones con la mortal.

-¿Quieres que seamos alimento de deidades?- preguntó con horror, pues a pesar de la explicación de Lusila no lograba entender del todo.

-Ya lo son- hizo un movimiento con la mano restándole importancia. –Lo único que cambiaría es que serían de provecho para más seres.

-No creo que eso sea correcto.

-Nosotros también somos alimento para la tierra. ¿Cómo crees que devolvemos todo lo que tomamos de ella? Hemos creado una perfecta relación con el lugar donde vivimos.

Lusila estaba inclinada hacia el bien mayor. Si bien los mortales también habían desarrollado cualidades de las deidades, como los sentimientos, sus normas morales eran muy distintas.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora