Jubal siguió incómoda a Moar mientras ésta aseaba la casa de Rovek. Se ofreció a ayudarle con el trabajo pero la divinidad menor se negó con irritación.
Si antes parecía no soportar su presencia, ahora apenas lograba contenerse para no estrangularla. Sabía que su enfado se debía a como se había dirigido a Rovek, pero Jubal no tenía ganas de explicarle su relación con él.
Por lo que, condenada a seguirla y a mantenerse en silencio, tomó nota de lo que había a su alrededor. Era extraño que no hubiera ventanas en aquel lugar, más que un tragaluz en el techo que iluminaba todo el área.
Cada que se mantenía callada su mente reproducía nuevamente los gritos desgarradores de sus hermanas, así que no lo toleró más y se aventuró a hablarle a aquel ser molesto.
-¿Así que Rovek es tu amo?
Cuando terminó de preguntar se sintió estúpida. Por supuesto que era su amo, en realidad era amo de toda criatura existente gracias a su poderío.
-¿Trabajas para él?
De no ser porque se vería más tonta, se habría golpeado a sí misma. No podía culparse por su total falta de habilidad para socializar, pues antes de sus hermanas apenas le dirigía la palabra a alguien más y aún teniéndolas en su vida se mantenía alejada de ellas. ¿Cómo esperaba ser buena entablado una conversación?
-Las deidades menores sirven a las mayores a cambio de protección. Es un honor servir a alguien como Rovek- esto último lo dijo mirándola fijamente con reproche. –No soy la única a sus órdenes, hay muchos más. Los irás conociendo, si es que aún sigues viva para ello.
Jubal no creía capaz de tolerar a más divinidades. Ya había tenido suficiente de esos seres arrogantes e insensibles. Esperaba que Rovek se diera prisa para poder salir de aquel lugar, donde quiera que fuese.
Trató de enfocarse en sólo una parte de lo que dijo para seguir hablando con ella.
-Mi pueblo hace algo similar. Crían animales, les dan una vida digna y cuando mueren sirven de alimento para nosotros.
Ante la mirada de horror de Moar, supo que sus palabras habían tenido un efecto contraproducente.
-¿Acabas de compararme con un animal? ¿Y a los cuidados de mi amo con lo de los mortales? ¡Lo que describes es un acto perverso! ¿Cómo pueden comerse algo que han criado?
Aparentemente las deidades si tenían sentimientos. Jubal se encogió en sí misma y prefirió cerrar la boca, aunque eso significase revivir momentos tormentosos.
(...)
Rovek no se molestó en gritarle a sus soldados, simplemente los transportó lejos de la tierra de los mortales mientras estos quedaron confundidos por la repentina desaparición de sus enemigos.
Se debatía en sí debia barrer como una ola sus cuerpos separándolos de sus almas, pero pensó en lo que eso provocaría en Jubal.
¿Las emociones mortales podían hacer que muriesen? Prefirió no tentar al destino, y en su lugar, apareció en la entrada de la tienda de las deidades.
Habría sido tan fácil ponerle fin a sus vidas, pero ese no era su principal objetivo. Si bien deseaba con todas sus fuerzas vengar el asesinato de su amada, la prioridad era erradicar a toda aquella raza creada por su hijo.
¿Y ahora? ¿Por qué estaba desplazando ese propósito? Podría acabar con aquella raza, las deidades, separar a Zema de Jubal y finalmente asesinar la joven, dando por extinta a aquella estirpe.
Ese había sido su plan desde que reconoció a su compañera dentro de esa mujer. Sin embargo, no contaba con que ésta amenazaría con matarse a sí misma si no cumplía sus deseos.
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Las Doce Vírgenes
Ciencia Ficción-A todas ustedes se les ha concedido un don a causa de su pureza. Han sido escogidas por una deidad, está se encargará de entrenarlas. Cuando estén listas, nos ayudarán a vencer a Rovek, rey de la oscuridad. Antes de que todos dejemos de existir.