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Cuando abrió los ojos se encontraba en la cima de la montaña de dónde parecía provenir la tormenta.

El viento rugía a su alrededor azotando su cabello por todas partes. Su delgada túnica no ofrecía calor alguno.

En cuanto aterrizaron, Jubal trató de soportar el repentino mareo y Phton aprovechó la situación para patear sus piernas y ponerla de rodillas en la dura piedra.

-¿Qué estás...?

El aire se volvió tan espeso como la niebla, tanto que apenas podía respirar. La sangre heló sus huesos y su cuerpo no dejó de temblar.

Por la mano que Phton mantenía en su hombro podía decir que él se encontraba en su misma situación.

La oscuridad que empezó a envolverlos tomó forma hasta que pudo divisar la silueta de un hombre.

Debido a la sensación que producía estar en su presencia, sabía que se trataba de Rovek. Entonces, ¿por qué Phton estaba manteniéndola cautiva?

Un momento después la divinidad cayó rostro a tierra, al igual que ella en cuanto aquel ser se acercó.

-Oh, supremo, le imploro su perdón y como muestra de mi arrepentimiento le he traído a Zema. Espero mi sacrificio sea de su agrado y suficiente para obtener su inmerecido perdón.

El ser se acercó lo suficiente para que Jubal pudiera ver sus pies. Rovek se detuvo delante de ambos e inspeccionó con detenimiento a la joven mortal y después regresó la vista a Phton.

Creía haber contado con su lealtad, pero había sido cómplice de Zadro cuando asesinaron a Zema. ¿Ahora se atrevía a venir ante él con una mortal tratando de engañarlo? Debió sentir compasión por su estupidez, pero en su lugar la ira y el rencor salieron a flote.

-Si fuera Zema no te habrías atrevido a ponerla de rodillas.

Jubal vio como el cuerpo de Phton se tensó y trató de retroceder, aún con la frente pegada al suelo, pero la divinidad se detuvo y comenzó a gritar.

La virgen estaba tan sobrecogida con la presencia de Rovek y los gritos de Phton que no se atrevió a mover un solo músculo al ver como la piel de la deidad enrrojecía y comenzaba a consumirse, parecía que su sangre se había vuelto lava y su piel papel.

No pudo apartar la vista ni tapar sus oídos, por lo que presenció aquella muerte tan horrible hasta que no quedo nada de la divinidad.

Después de ello el silencio se apoderó del lugar. Jubal ya no sabía si temblaba por el poder que irradiaba Rovek o por lo que había visto. Si el podía hacer eso sin moverse a un ser supremo, ¿qué le haría a ella?

Se sentía agradecida de haber venido sola, pues por lo menos había librado a sus hermanas de aquella amenaza directa. De pronto, sintió la mirada de Rovek aterrizando en ella.

Cerró los ojos, tratando de preveer que le sucedería, pero la oscuridad que la envolvía no le permitió ver más allá del ahora.

Cerró las manos en puños, tratando de armarse de valor. Si no acababa con Rovek en ese momento, el seguiría con su cometido hasta que no quedará a quien matar.

Le tomó un momento hacer el recuento de todos los dones que ahora poseía y en un acto de intrepidez, se puso de pie y arremetió contra él.

No había sido lo suficientemente inteligente para llevar armas consigo, por lo que envolvió sus manos en llamas y lanzó su puño hacia Rovek.

Éste alcanzó su mano tan rápido que ni siquiera se percató del movimiento hasta que su brazo estaba extendido hacia arriba. Rovek la sujetaba de la muñeca con una mano mientras que con la otra abrió su puño y junto ambas palmas.

En lugar de que lo consumiera, el fuego lo envolvió en una cálida bienvenida. Mientras aquel ser superior inspeccionaba su mano, ella lo observó a él.

Era más normal de lo que esperaba, exceptuando el hecho de que exudaba tanto poder que si no la estuviera agarrando de la mano, ya hubiera caído a sus pies. La oscuridad que lo envolvía solo hacia que su piel empalideciera en comparación. Sus ojos, tan negros como su cabello no paraban de observar las llamas en su mano.

Después, esos ojos le devolvieron la mirada. Y él la reconoció.

-Zema- susurró su nombre con incredulidad.

Jubal trató de zafarse de su agarré, pero no lo consiguió. Por lo que se centró en su toque, sabiendo que las llamas de Rúhu no causaban efecto, trató de extraer su alma al igual que Ajiva había hecho con sus soldados.

Rovek sintió el tirón de su ser, pero en lugar de que Jubal quitará su alma, estaba llamándolo hacia sí. Él se acercó aún más, jalando su brazo y cuando estuvo lo suficientemente cerca puso su otra mano en su espalda para evitar que volviera a separarse de el.

Observó su rostro, el cuál no era el mismo que el de su compañera, pero sus ojos no podían mentir. Dentro de aquella joven mortal se encontraba Zema.

-¿Qué te han hecho?

Soltó su mano para deslizar sus dedos por su mejilla con reverencia, como si tuviera miedo de causarle algún daño cuando momentos antes mató a una deidad sin esfuerzo.

Descansó su frente contra la suya, sintiendo el poder de Zema vibrando en su interior, luchando por salir.

-Me desharé de todos ellos y...

-¡No!- gritó cuando por fin logró encontrar su voz. –Esto se acaba ahora.

Creo un escudo a su alrededor y empujó con todas las fuerzas que pudo reunir el pecho de Rovek, mandándolo unos cuantos pasos hacia atrás.

Accedió a todos los dones que ahora poseía, levantó espinas de la tierra y trato de capturarlo con ellas pero éstas se marchitaban en cuestión de segundos antes de poder atravesar la neblina oscura que lo rodeaba. Quemó la tierra a su alrededor, pero las llamas no lo alcanzaron. Todo estaba siendo inútil, ni siquiera la sabiduría de Míhe o Gisa podían ayudarla contra aquel ser.

No podía darse por vencida, si permitía que Rovek abandonase aquella montaña, todo por lo que había estado luchando sería en vano.

Antes de que pudiera hacer algo más, Rovek la inmovilizó y la dejó suspendida en el aire. Nuevamente avanzó hacia ella, sus ojos quedando a la misma altura que los suyos.

Zema estaba ahí, pero aquella joven la controlaba.

-¿Cuál es tu nombre?- cuando le había hablado antes su voz había sonado dulce, ahora sonaba tan castigadora como cuando se había dirigió a Phton momentos antes de asesinarlo.

Una vez más el habla la abandonó y no fue capaz de responder, por lo que Rovek se acercó a ella con la mirada fija en sus ojos. Y de pronto sintió como su mente era violada por un intruso, tomando cada parte de su vida y dejándola al descubierto ante él.

Retrocedió hasta el momento en que Zadro la secuestro mientras dormía y la llevó al templo que había construido para ellas. Las doce jóvenes yacían en el suelo, con sus ropas manchadas. Jubal en ningún momento dejó de luchar contra Zadro, pero este no la liberó e incluso la obligó a tragarse lo que parecía un corazón. Jubal peleó contra ello pero la divinidad venció y aquella joven terminó devorando una parte de Zema, al igual que las mujeres a su alrededor.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora