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Después de que Terla dejase plantas comestibles que siempre diesen fruto en el burdel del pueblo, se dirigieron a la casa de Rúhu, donde la joven pasó un momento emotivo despidiéndose de todas sus hermanas, menores y mayores, junto con su madre.

Les prometió que traería con bien a su padre y sus demás hermanos con bien de la guerra, todas ellas fueron reacias a dejarla ir, pero tenían una obligación impuesta que cumplir.

En seguida trataron de dar con el padre de Mwey, su única familia, pero no lograron encontrarlo. Trataron de calmar a la pequeña diciéndole que probablemente el se encontraba en el campo de batalla y pronto lo vería, pero la niña no dejó de sollozar en el trayecto a casa de Ajiva.

La virgen de la muerte se detuvo esperando unos cuantos momentos frente a la puerta de su antigua casa, intentando darse ánimos para tocar.

Jubal, que se encontraba hasta atrás en el grupo, le transmitió paz y valentía. No podía empatizar totalmente con ella, pues no tenía a nadie de quién temiese su desprecio, pero aún así, intentó ayudarla a afrontarlo.

Alzó la mano para tocar, pero antes de poder hacerlo la puerta fue abierta por su madre, quién al percatarse de su presencia dio un respingo de miedo.

-¿Qué haces aquí?- preguntó con voz temblorosa, apretando el velo de luto contra su cuerpo como si sirviera de protección contra su hija.

Ajiva no podía encontrar nombre para todos los sentimientos que la atacaron en cuanto vio a su madre.

Lucía diez años más vieja a pesar de que sólo habían pasado unos cuantos meses desde que fue al santuario a gritarle por la muerte de su hermano.

¿Tanto le había afectado? ¿Por qué no se vio ni un poco afligida cuando se la llevaron a ella, su primogénita?

Siempre había anhelado que su madre sintiese algo por ella, pero ahora que su odio iba dirigido hacia si, deseo no haber despertado sus sentimientos.

Se odio a sí misma al codiciar el lugar de su difunto hermano, quién a pesar de ya no estar, seguía siendo suyo el afecto de su progenitora.

-Vine a despedirme. Partiré a la guerra y quería...

-No eres bienvenida aquí- sentenció su madre cerrando la puerta en su cara.

El movimiento hizo que diera un traspié hacia atrás, pero Gisa la sostuvo evitando su total caída.

La joven miró los ojos de su compañera, esperando encontrar lástima, y en su lugar encontró un profundo odio.

Se dio cuenta de que si ella así lo deseaba, Gisa tiraría la casa abajo con toda su familia dentro.

No quiso causar más daño y en su lugar, puso una sonrisa triste en su rostro.

-Es el turno de Zsarda- dijo mirando a la joven, quién se encontraba dividida en alegrarse por ver a su madre y empatizar con su hermana.

La casa de la virgen de la protección no se hallaba muy lejos del lugar, por lo que llegaron en un corto periodo de tiempo.

Encontró a su madre en casa de sus vecinos, donde varias mujeres que se habían quedado solas por la guerra se habían reunido para apoyarse mutuamente.

Las mujeres mayores recibieron con los brazos abiertos a todas las vírgenes, abrazándolas y bendiciendo su victoria en nombre del creador de los hombres.

Llenaron sus estómagos y finalmente todas se despidieron, partiendo hacia la casa de Míhe con sus corazones alegres, pues esas mujeres habían sido un recordatorio de porqué estaban peleando contra Rovek.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora