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Jubal acababa de tomar un baño y ahora se encontraba de pie permitiendo que Moar la vistiera.

Durante muchos años solo usó prendas raídas que mantenían a raya su desnudez. Una vez que Zadro la secuestró, había vestido decentemente gracias a las ofrendas. Si embargo, en los días que pasó en casa de Rovek, donde ahora se encontraba, las telas habían sido de la más exquisita calidad.

No obstante, ahora Moar estaba utilizando un material más resistente y en lugar de una túnica, la vistió con pantalones. Sólo los vulgares vestían de esa forma, ¿por qué Moar había hecho esa elección? ¿Pretendía humillarla?

-¿Por qué fuiste a buscarme?

La divinidad menor se puso a su espalda para atarle una especie de coraza. Ni siquiera en la guerra había usado esa clase de protección tan fuerte.

-Es el único amigo de mi amo- respondió jalando las cuerdas hasta casi dejar sin respiración a la mortal.

Jubal la miró ceñuda sobre su hombro y el suspiro de ésta le hizo cosquillas en la mejilla.

-El poder y la responsabilidad de mi señor lo han vuelto una persona solitaria- comenzó con la voz cargada de preocupación. –Mi señora y él se tenían el uno al otro, pero Zema siempre tuvo una facilidad para crear lazos con cualquier persona rápidamente, mientras que mi señor es más reservado. Y ahora que ella se ha ido...

-No tiene a nadie- terminó Jubal volviendo el rostro al frente para que Moar no notará su expresión. –Debe estar muy triste.

Moat terminó de vestirla con un sonido de burla. No esperaba que la divinidad menor se comportará de diferente forma con ella después de haberla protegido, así que no se sorprendió por su pequeño arrebato.

-¿Crees que sabes lo que mi señor siente?- Jubal pudo percibir la indignación en su voz. –Haber venido a este mundo con tu compañero de vida, y que el mismo mundo le haya arrebatado su razón de vivir, sin ser suficiente motivo para que ella se quedase. Y no poder seguirla a donde sea que vaya porque los restos de este mundo malvado necesitan de ti.

Lágrimas de impotencia rodaron por el rostro de Moar, despertando la incomodidad en Jubal. Después de tanto sufrimiento aún no se acostumbraba a ver a las personas llorar.

¿Debería abrazarla? ¿Ella le permitiría darle consuelo o la alejaría con desprecio?

Moar debía de llevar mucho tiempo sirviendo a Rovek para conocer los sentimientos más profundos de su amo. Y ella había mencionado que más divinidades le servían.

¿Qué pasaría con todos ellos si Rovek finalmente moría?

Hasta ese momento había sido tan egoísta, solo preocupándose por el regreso de sus hermanas, pues ellas la hacían sentir querida y anhelaba eso de vuelta.

El bienestar de su pueblo representaba la total derrota de Zadro al independizarse, pero no sentía un cariño por ellos, pues toda su vida la habían marginado.

Habían tantos pensamiento surcando la mente de Jubal que la cabeza comenzaba a dolerle.

Estaba perdiendo el enfoque al descubrir otros mundos, que había mucho más allá de su mera existencia, la de sus hermanas o su pueblo. Habían millones de seres habitando su universo en el mismo momento que ella.

Pudo sentir el alma de Zema empujando la fusión, desvelando su verdadero ser ante la mortal, otorgando todo su poder y cada obligación que debía cumplir. Su cuerpo se quedó inmóvil, su alma tratando de resistirse al invasor, pero Jubal no tenía oportunidad contra Zema.

No se había percatado de su desmayo hasta que Moar la golpeó en el rostro para despertarla.

-¿Estás bien?- preguntó Moar dándole espacio para que pudiese respirar con normalidad después de tanta agitación.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora