-Hoy hace un día estupendo- dijo Lusila con voz cantarina mientras recogía raíces comestibles.
Jubal estaba a su lado aprendiendo de las nuevas plantas que tenía frente a sí.
Jamás había visto tanta variedad en su vida. No se aventuraba demasiado en el bosque, se limitaba a cazar y comer unas cuantas frutas a su alcance.
Sólo cuando Terla hizo crecer las plantas alrededor de su santuario, se había dado el lujo de probar más alimentos. Pero ahora eran demasiados que no sabía por dónde empezar.
Comprendía ahora a lo que Lusila se refería cuando hablo de la relación con la tierra. Todo lo que ella brindaba era proporcional a lo que las deidades hacían por ésta.
¿Sería capaz de enseñarles a poner en práctica esa relación a su pueblo? Si bien la mayoría trataba con bondad a sus animales, muchos pasaban por alto que las plantas también estaban vivas y que de ellas obtenían un mayor beneficio.
En ese momento de admiración hacia la naturaleza se prometió a si misma aprender cuanto pudiera del sistema de las deidades para imponerlo a su gente. Podía imaginar las mejorías que ocurrirían con eso.
Enterró las mano en la suave tierra y sintió la vida vibrando con fervor. Sintió a los pequeños brotes tomar los rayos del sol y los nutrientes de la tierra, y los ayudó a crecer. A su vez, pudo sentir el poder de la tierra entrando en su ser, incrementando el alcance de sus dones.
De fondo escuchaba a Lusila alabar sus acciones cuando de pronto una fría obscuridad invadió el cielo seguido de una fuerte explosión que hizo temblar el suelo.
De inmediato, Lusila se arrojó sobre Jubal para protegerla de cualquiera que fuera la amenaza que las asechaba.
-Hay que refugiarnos en el templo- gritó Lusila para hacerse oír por encima de las siguientes explosiones.
Se puso de pie junto con la mortal y ambas corrieron hacia el recinto sagrado, pero antes de poder entrar en él, Jubal escuchó una voz cargada de inquietud llamarla.
-¿Moar?- preguntó incrédula viendo a la deidad menor acercarse a ella con pasos apresurados.
-¡Ha perdido la razón!
Sin que ésta le proporcionase su nombre, supo que se refería a Rovek. La inminente desaparición de Zema debía haberlo vuelto loco.
Debió suponer que todo aquel alboroto provenía de la mayor divinidad. ¿Quién más podría volver noche al día?
-¿Dónde está?
Moar señaló hacia la colina al final de la avenida, no podía verse nada por la oscuridad, y antes no había dirigido la vista hacia allá por lo que no podía saber de qué estructura se trataba.
Sonó una explosión aún peor que hizo llover escombros. La oscuridad se volvió más espesa y tanto Moar como Lusila perdieron la fuerza en sus rodillas y se desplomaron.
Al estar cerca de Lusila pudo detener su caída, apenas estaba consciente.
-¿Qué está pasando?- le preguntó con un hilo de voz.
El miedo se deslizaba por sus huesos helando todo su ser. Antes ya había sido testigo del poder de Rovek, pero éste había sido controlado, mas ahora estaba fuera de sí. ¿Qué tanto daño podía hacer con el juicio perdido?
-No solo destruye su templo, también a sí mismo- explicó Lusila apenas teniendo aliento. –Se lleva nuestra santidad con él.
¿Qué les sucedía a las divinidades cuando eran despojadas de su ascetismo?
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Las Doce Vírgenes
Ciencia Ficción-A todas ustedes se les ha concedido un don a causa de su pureza. Han sido escogidas por una deidad, está se encargará de entrenarlas. Cuando estén listas, nos ayudarán a vencer a Rovek, rey de la oscuridad. Antes de que todos dejemos de existir.