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-Denme sus espadas- ordenó Zadro en cuanto las vírgenes entraron en la tienda de las divinidades.

Desde que llegaron a la guerra no lo habían vuelto a ver hasta ahora. Nuevamente menguaba su poder para que ellas no se vieran obligadas a hincarse delante suyo.

Las vírgenes se miraron entre sí confundidas por aquella petición, pero le dieron sus espadas de todos modos.

-¿No vamos a pelear?- preguntó Tripya con un deje de esperanza en su voz.

Esperaron ansiosas por su respuesta, la cual no fue de su agrado.

-Oh, si lo harán, pero no con esto. Lo harán sólo con sus dones.

Arrojó sus espadas sobre la mesa donde reposaba el mapa. No quería admitir que había trazado todas las rutas posibles para contener la amenaza y todas ellas habían fracasado.

Se estaba quedando sin tiempo y sin opciones.

-Pero...- comenzó Miyan empezando a sentir un pánico paralizante. Sus dones podían serle de utilidad para saber por dónde vendría el ataque de sus oponentes, pero no para defenderse.

-Estan confiando en ustedes, no en el regalo que se les ha sido otorgado- explicó con toda la paciencia que pudo reunir en un momento tan estresante. –Sólo hieren a unos cuantos cuando podrían hacer mucho más, si tan solo pelearán como se supone que deberían de hacer.

-No estamos listas- Zsarda trató de defenderse, no solo pensando en ella, sino en las demás.

¿Cómo podían protegerse Jubal o Vasthia? Acabarían heridas en cuestión de segundos, sino es que muertas.

-Serás la primera en morir si sigues pensando de esa forma.

Zsarda retrocedió un paso ante la mirada furiosa de la mayor divinidad.

-Zadro, no creo que...- Thsey trató de intervenir por su virgen, pero Zadro lo cortó.

-No estoy pidiendo opiniones. Harán lo que les digo. Ahora vayan y peleen.

Esta vez no permanecieron al final de la batalla, sino que recibieron instrucciones precisas de liderar las tropas, quiénes las secundaban con total confianza en ellas.

Las jóvenes apenas podían mantenerse en pie del terror. La tierra se sacudía cada vez más, anticipando la llegada del ejército de Rovek.

Quizá aquel ser supremo estaba al tanto de los movimientos de Zadro, porque en esa ocasión no solo peleaban sus hombres, sino también sus bestias.

-No es posible- susurró Latwo resistiendo el impulso de salir huyendo cuando alcanzo a divisar aquellos seres monumentales, tan atroces a sus ojos que apenas eran capaces de mantener la vista en ellos.

Míhe tomo la mano de Gisa, quién se encontraba a su lado al frente de la formación de sus hermanas. Gisa la miró encontrando en sus ojos el mismo temor que ella sentía.

Jubal, quién permanecía al final junto con Vasthia, delegadas a esa posición a causa de su vulnerabilidad, obligó a su corazón a calmarse.

De inmediato la misma sensación de tranquilidad se extendió, no solo a sus hermanas, sino a los hombres que lideraban.

Esa sensación despejó lo suficiente las mentes de las dos primeras, permitiéndoles pensar en cómo atacar, esta vez sin ninguna intervención divina.

-Mientras más se acerquen más nos arrinconarán.

Gisa miró hacia atrás, donde después de largas extensiones de tierra se encontraba el mar abierto. Sus pesadas armaduras les impedirían nadar a aquellos que supieran cómo hacerlo.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora